Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

No nos olvidemos de cantar


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Mielero regente”: pájaro australiano en peligro de extinción. No quiero olvidar este nombre: Y esta vez no se debe al abuso humano o a los desmanes que con frecuencia ejercemos sobre la Naturaleza. Se debe a que están olvidándose de cantar, según anunció el principal investigador, Ross Crates.



Han dejado de cantar por el círculo vicioso en que en que han entrado: “Esta falta de habilidad para comunicar con su propia especie no tiene precedente en el mundo animal”, añadió uno de los responsables del estudio, Dejan Stojanovic.

Es curioso y escalofriante: esta especie está en pleno declive porque los pájaros jóvenes no encuentran pájaros adultos que les enseñen a cantar y sin este canto (su forma de comunicarse) no hay apareamiento, no hay vinculación significativa y fecunda. Es más, han encontrado casos de ‘mieleros regentes’ que solo pueden reproducir los sonidos de otras especies pero ¡no de la suya! ¿Pérdida de identidad?, ¿de pertenencia?, ¿de sentido?

Y un dato más: para intentar proteger la especie se está intentando criar mieleros regentes en cautividad e incluso ponerles grabaciones del canto para que lo aprendan. Pero no está funcionando: los pájaros libres no responden a los pájaros cautivos; su canto no produce atractivo alguno y el resultado es el mismo: no hay comunicación, no hay vinculación, no hay vida.

¿Por qué desaparecen?

Nuestra mentalidad del practicismo se sorprenderá de este dato: si están bien alimentados y en un hábitat saludable, ¿por qué desaparecen? Si tenemos grabaciones de sus congéneres que les ponemos con todo cuidado en nuestro particular laboratorio, ¿cómo es posible que los pájaros libres no perciban a los cautivos como deseables compañeros de camino y de canto?

Y no podía dejar de pensar en la Resurrección que en estos días celebramos los cristianos. O, mejor dicho, no podía de imaginar a los creyentes, llamados a vivir resucitados, como una especie de pájaros bellos y coloridos, con un registro amplísimo de gorgojeos y cantos variados que quizá estamos olvidándonos de cantar.

pájaro carpintero

Olvidarnos de cantar es vivir sin espacio ni tiempo para reírnos, para oler las flores del parque de tu barrio, para llamar por su nombre a la señora que te trae el correo cada semana, para dar los buenos días al entrar al autobús aunque no te responda nadie, para estar sentado al lado de quien amas sin necesidad de hacer nada, para decir “no puedo” a una reunión de trabajo porque coincide con una tarde de amigos, para hacer de la oración el modo habitual de respirar y no tanto un análisis racional de programaciones vitales o una declamación de textos. Olvidarnos de cantar es vivir muertos.

El “Resucitante”

Vivir resucitados es creer que el Resucitado es también y sobre todo el “Resucitante”. Es el gran cantor porque “pertenecía a un pueblo de cantores que, a lo largo de los siglos, fue aprendiendo que Dios quería hacer de ellos un pueblo de alabanza, y que cantar a su Señor era el sentido definitivo de su elección” (Dolores Aleixandre, ‘Jesús 33 nombres nuevos’, 12).

Cantar, comunicarnos profundamente, embellecer la vida, valorar lo aparentemente prescindible pero esencial (como todo lo gratuito), ¡vivir, vivir, vivir! … pero vivir resucitados y que nuestra mirada limpia, ligera y alegre lo transparente. Por encima de sesudos tratados, de cumplimientos morales, litúrgicos o cívicos. ¡Hasta una exhortación papal nos pide que seamos gente que canta! (revisa ‘Gaudete et exsultate 123-124, verás…)

¿Acaso no es también la Resurrección algo tan prescindible y gratuito que podemos seguir viviendo como si no pasara nada?, ¿no es vivir resucitados algo muy parecido al gorjeo cantor de mieleros regentes queriendo crecer y romper el círculo vicioso de su propio declive? Pues eso: cantemos, por favor. No dejemos de cantar y bailar, pues así notarán que amamos y estamos vivos. Porque “esa danza en que un Dios y un hombre [ser humano], desnudos ambos, escuchan la misma música y convierten el peso en gracia, ese acto íntimo de amor esconde la verdad más secreta de la vida” (Víctor Herrero, ‘Jesús 33 nombres nuevos’, 14).