Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Muerte por vergüenza ajena


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De vez en cuando me viene a la memoria un sketch de humor que salía en la televisión autonómica vasca. En él levantaban el cadáver del primer caso de “muerte por vergüenza ajena”. Así se hacía broma de ese tópico sobre la dificultad que tenemos los vascos con el baile, diciendo que el difunto era alguien que había visto a uno de ellos intentando bailar bachata. Tengo que confesar que en esta temporada, especialmente en la última semana, he pensado varias veces que realmente nos íbamos a morir de vergüenza ajena, pero por el comportamiento de nuestros políticos. Sus luchas de poder, sus peleas, más propias del patio de un colegio, y su incapacidad para dialogar y buscar juntos el bien común no solo me generan rubor, sino también enfado y mucha indignación. Además, me brota preguntarme qué es lo que pasa por el corazón de una persona que, cuando adquiere poder, se le olvida de que es un servicio en favor de otros.



Borrachos de poder

Me temo que ninguno esté libre de pecado, por más que al verlo en la distancia nos empeñemos en que “nosotros no lo haríamos así”. Incluso entre personas de firmes ideales éticos o procedentes de ámbitos eclesiales, no es difícil el contagio y que muestren síntomas de estar bajo los efectos embriagantes del poder. Solo por enumerar algunos de estos indicios, para que podamos todos mirarnos hacia dentro y hacernos un buen diagnóstico: incapacidad para reconocer los errores, convicción de que todo se hace bien y los demás están equivocados, imposibilidad radical de reconocer lo positivo si procede de quien piensa distinto, percepción simple de la realidad, como si esta se dividiera entre “los míos” y “los otros”, búsqueda desesperada por tener razón o por que los otros me la den, rodearse únicamente de quienes halagan o me dan la razón…

Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez en el Día de la Hispanidad

Desde diputados a alcaldes, obispos o sacristanes, superiores religiosos o líderes sindicales… Da igual si ostentamos una responsabilidad política, un puesto de trabajo, una misión eclesial o si se es un simple delegado de clase. Todos tenemos nuestro pequeño ámbito de poder que podemos vivir como afirmación de nosotros mismos o como servicio silencioso y humilde. Es urgente una dosis especial de lucidez que nos permita reconocer la sintomatología en cuanto comienza. Cogiendo esta enfermedad a tiempo, igual podemos aplicarnos el Evangelio, repetirnos una y otra vez que no hemos venido a ser servidos sino a servir (Mc 10,45) y evitar hacer el mismo ridículo que hacen nuestros gobernantes.