Mirar el presente y transformar nuestra Iglesia

Un titular de periódico parafraseó al papa Francisco quien dijo: “Líbranos de ser una iglesia de museo, con mucho pasado y poco futuro”. Nada más acertado en cuanto a los tiempos que estamos viviendo. Nos enorgullece indudablemente la tradición y la historia, pero no podemos quedarnos así, debemos cambiar.

No se trata de omitir o negar esa imprescindible y bella historia que nos ha dado las bases, es tiempo de mirar el presente y transformar nuestra Iglesia, respondiendo a las necesidades actuales y sembrando lo que será el futuro. Las propuestas han nacido desde nuestra santa Iglesia, como afirmaba un antiguo padre conciliar, obispo auxiliar de Viena, el papa Juan XXIII quiso dar un gran salto hacia delante, pero hasta ahora solo hemos logrado dar unos primeros pasitos, aunque es verdad que el Vaticano II fue una ruptura, lo que después de él importa es la vida de cada día.

Para otros la recepción del Concilio todavía no ha empezado verdaderamente. Parece que el mundo y los cambios que vivimos, siempre van más rápido que la respuesta de la institución eclesiástica, imagino que debe ser normal, es diferente el paso y ritmo de la fe. Nuevamente se vuelve a hablar acerca de un cambio de metodología, de lenguaje y de acciones en el entorno de la Iglesia universal.

Cristianismo y modernidad

Una vez más se vuelve a reflexionar acerca de dejar estacionar el pasado para enfrentar los nuevos temas y retos actuales. La Iglesia se entendió a sí misma como servicio a la humanidad por causa y en vista del reino de Dios. Su actividad pastoral y misionera nacen de esta comprensión teológica fundamental. Servir, servir, servir.

Cristianismo y modernidad, parece que ahí está el verdadero reto, adaptarse sin olvidar lo esencial, parece sencillo; sin embargo, hemos visto al cabo del tiempo que no es tarea fácil. Muchas cosas están en la balanza: la fragilidad de la existencia humana, la ambivalencia del progreso y la fuerza del pecado.

Y nuevamente cito lo siguiente acerca del Vaticano II: “Esto vale ante todo para la comprensión de los ‘signos de los tiempos’ y para los criterios de juicio sobre ellos. Juan XXIII, al usar esa palabra clave, expresó que para la Iglesia no es decisiva solo una determinada época, sino que cada tiempo debe investigar a la luz del evangelio acerca de las huellas del Espíritu de Dios“.

“Un itinerario de discernimiento espiritual efectivo”

Se trata de un cambio de atmósfera, de adaptarse y evolucionar. Siempre y cuando no se pierdan nunca las bases, los cimientos y los verdaderos valores que nos dan identidad como Iglesia. La verdadera, desinteresada y únicamente exitosa transformación del mundo a la luz del evangelio sucede en la pasión del amor, en la “civilización del amor”, como dijo Pablo VI.

Cuanto más estrechamente se vinculan el cristiano y la Iglesia al centro de la fe, tanto más audazmente puede su valentía convertirse en transformación del mundo. Para concluir, cito parte del discurso del papa Francisco en el más reciente INICIO DEL PROCESO SINODAL en la ciudad del Vaticano: “El Sínodo es un itinerario de discernimiento espiritual efectivo, que no emprendemos para dar una imagen bonita de nosotros mismos, sino para colaborar mejor con la obra de Dios en la historia. Por tanto, si hablamos de una Iglesia sinodal no podemos contentarnos con la forma, sino que necesitamos la sustancia, los instrumentos y las estructuras que favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre los sacerdotes y los laicos. ¿Por qué subrayo esto? Porque a veces hay cierto elitismo en el orden presbiteral que lo hace separarse de los laicos; y el sacerdote al final se vuelve el ‘dueño del cotarro’ y no el pastor de toda una Iglesia que sigue hacia adelante. Esto requiere que transformemos ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno, entre otras”.