Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Los efectos invisibles


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Los efectos más perceptibles del Covid-19 definitivamente están aquí. Los hemos sentido, en nuestras formas de interactuar, en la economía cotidiana, en nuestra forma de ver la educación y el trabajo. Pero hay un efecto muy invisible que no podemos dejar pasar: el impacto en la salud mental y el bienestar psicosocial que nos ha generado la pandemia.



Hay un incremento en las condiciones relacionadas con el estrés, el humor, la ansiedad, el riesgo de suicidio y el abuso de sustancias; un aumento en la violencia de género y el abuso, así como un acceso limitado a los servicios debido a las medidas de seguridad tomadas por los gobiernos.

El grado de incertidumbre al que nos somete el Covid-19 tiene un impacto de forma individual y colectiva: pérdida, duelo, tristeza, decepción, impotencia, desencanto, ira, frustración, son solamente algunas de las emociones que nos deja esta pandemia. Hay quienes piensan “si no nos mata el Covid, nos matará la tristeza”.

Un discurso disruptivo

Siendo seres sociales por naturaleza hemos tenido que escuchar de los especialistas y las fuentes de autoridad mensajes en contra de nuestro “ser social”: distanciamiento, permanecer en confinamiento, no abrazos ni besar a los que más apreciamos. Un discurso disruptivo que no muchos hemos sabido canalizar apropiadamente. Es entonces cuando empiezan a gestarse los efectos invisibles de esta pandemia: la ansiedad, el estrés crónico, la depresión y otras situaciones que perturban nuestro bienestar.

Imagen: Revista Monocle

Si de por si, nuestros recursos para ser resilientes se encontraban ya mermados para muchos probablemente antes de la pandemia. Mucho de esta situación se ha hecho más patente con esta crisis. Marie Dennis de Pax Christi Internacional, la experta invitada por el papa Francisco para integrar la Comisión Covid-19 que trabaja para pensar el mundo post-virus señala que “el mundo gastó miles de millones en armas y preparativos para la guerra, robando recursos para que las comunidades fueran saludables, resistentes, bien educadas, capaces de frenar la propagación de la enfermedad y recuperarse más rápidamente de amenazas graves como la pandemia de Covid-19. La seguridad genuina, dentro de la cual la comunidad mundial entera puede prosperar, sólo puede construirse si se basa en una seria preocupación por satisfacer las necesidades humanas básicas, incluida la educación, a nivel mundial. Covid-19 ha puesto de relieve profundas injusticias sociales” [1]

Las injusticias y brechas que no se veían, ahora han salido a la luz como una suerte de hartazgo colectivo que nos da cuenta de una profunda división social y espiritual que genera efectos no deseados de forma colectiva. Se genera una cascada de diversas emociones incontrolables que terminan por quebrantar la cohesión social.

Cada 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, con el objetivo que seamos conscientes de que este factor invisible es un elemento clave de la persona humana. Este año, una serie de organizaciones en todo el mundo abogarán porque las inversiones en este rubro sean mayores.

Hay un mayor entendimiento de que “las necesidades de apoyo psicosocial y en materia de salud mental aumentarán considerablemente en los próximos meses y años. Invertir en los programas de salud mental en el ámbito nacional e internacional, infrafinanciados desde hace años, es ahora más importante que nunca”. Quizá este día nos sirva para empezar en casa y pensar individualmente para reconocer que esta pandemia tendrá un impacto invisible, cuidarnos, procurarnos, preocuparnos. Los retos que dejará el Covid-19 necesitarán de nuestra parte: mente, voluntad y corazón sanos.

[1] La Doctrina Social, un laboratorio de ideas para la era post-Covid