Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La oveja perdida


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Las muchas veces que había escuchado la parábola de Jesús sobre el pastor que tiene 100 ovejas y se le pierde una y sale a buscarla, dejando las 99 atrás para recuperarla, me había conmovido hondamente su sensibilidad y alegría del Padre por cada uno de nosotros. Es más, hasta había escuchado chistes y bromas de cómo, en vez de reprenderla (como harían muchos papás), se daba el trabajo de llevarla en los hombros y apapacharla con ternura y delicadeza incondicional.



Mi mirada se había puesto, por lo tanto, en la figura del pastor, en su bondad, en su incansable perseverancia de no renunciar a ninguna de sus ovejas y buscar hasta encontrarla sin dejar que sucumbiera a los lobos o la muerte por soledad. Lo que nunca había vivenciado tan profundamente, hasta ahora, fue sentirme oveja perdida y tan insistentemente buscada por el amor de Dios hasta que me pudo encontrar.

Umbrales de dolor

Cada uno de nosotros cruza a veces umbrales donde el dolor te parte por la mitad; decisiones erradas de otros, malas pasadas, misterios, accidentes que te dejan lejos de todo y de todos y, aunque bales con todas tus fuerzas, no sabes cómo recuperar la paz de tu rebaño, la serenidad de tu hogar espiritual. Pareciera que, mientras más luchas, más se te enredan las patas en las zarzamoras de la vida y los lobos internos aúllan abriendo todas las heridas antiguas a mordiscos y zarpazos que no te dejan descansar.

Eres apenas un cordero débil, hambriento de cobijo y seguridad y a tu alrededor solo ves zozobra y alimañas que te quieren devorar. Solo cuando nos sentimos tan perdidamente ovejas sin pastor, es que podemos experimentar cómo nos empieza a buscar…

Naturaleza en alerta

Lo primero es la naturaleza que se alerta de la búsqueda divina y se colude para darnos pistas de esperanza y de regreso al hogar. Mariposas, flores, aves, nubes, olas, soles y estrellas son los signos que Dios empieza a utilizar para que nos empecemos a reubicar. Un poco más alentados, sigue su búsqueda mandando mensajes a través de lo cognitivo para que el Espíritu Santo nos “despierte” de la desolación y nos permita examinar con mayor amplitud los hechos y contratar con la realidad.

Cada información que llega a nosotros no es casualidad, son búsquedas intencionadas de Dios Padre/Madre, pastor fiel y amoroso que utiliza estos medios para ayudarnos a ir exorcizando el mal espíritu, la tristeza y a ponderar las heridas que han abierto los “lobos o demonios” internos con mayor compasión y ecuanimidad.

Catarsis

Como aún seguimos perdidos y Dios no nos quiere dejar atrás, se sirve de sus seres más amados y de confianza para acompañarnos desde el punto de vista emocional y espiritual. Llantos, risas, conversaciones y silencios son catarsis y purificaciones que nos sirven para trazar caminos de retorno a casa y a la paz. Habrá algunos que hablarán más fuerte para sacarnos del letargo y el autodesprecio habitual; habrá otros que hablarán con ternura y sabiduría para suavizar el dolor de la soledad; no faltará el que aligere todo con humor y distracción para no ser tan graves en verdad y, finalmente, estarán también aquellos que, con su sola presencia, ya te abrazan el alma y te ayudan a andar.

Dios nos busca de tantas maneras, utilizando tantos lenguajes, vínculos, lugares y pretextos, que al final es imposible esconderse más. Más pronto que tarde, ves su silueta acercándose por dentro y sientes el gozo de su risa y el candor de su mirar. Hemos sido hallados y ya no estaremos en peligro ni en desolación radical. La experiencia de verlo, oírlo, sentir sus pasos y percibir su aroma una vez más, es volver a la vida después de un infierno terrenal.

Volver a volar

Es sacarse el plomo del alma y volver a volar en sus brazos, sabiendo que descansamos en sus hombros y que nos lleva cargando a la eternidad con todos los demás. Nunca había sido una oveja tan feliz de haber sido encontrada, insistentemente buscada y amada por un Dios enamorado de mí. Solo queda dar gracias de rodillas porque no me dejó atrás y alabar su fidelidad.