José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

La huida


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Es frecuente hacer la traslación a nuestros días del pasaje de la Huida a Egipto de la Sagrada Familia. Es muy legítimo hacerlo. Y apropiado. Originada por el miedo a la matanza de los inocentes, tras el nacimiento de Jesus, muchas aplicaciones de este pasaje se han hecho situando a Jesús, José y María en la cola de los refugiados. Hoy día en nuestro contexto coincide la fiesta litúrgica cerca de las fiestas del cambio de año.



Acepto el reto. Y lo amplio. Perdón si la imaginación –la loca de la casa que diría santa Teresa– me juega malas pasadas y me distrae del objetivo de estas letras. Cuando la Santa escribió esto, se refería al parloteo o diálogo interior que nos drena la energía inútilmente. No estaba hablando de la imaginación creativa, que obviamente tiene una gran utilidad. Usándola, partiendo del modelo de refugiados que es la Sagrada Familia lo pretendido es actualizar los acentos de los acontecimientos.

Tratados como extranjeros

Es fácil hacer el paralelismo. María, José y Jesús, huyen de Herodes (poder político) y del riesgo vital que supone seguir viviendo en Palestina en la propia patria. Hay un viaje largo. Podría haber sido atravesando el desierto del Sinaí que es donde más se coloca la iconografía, la pedagogía e incluso la catequesis de este pasaje (otro paralelo con muchos emigrantes y refugiados de hoy). Debió tomarles mucho tiempo recorrer distancias tan grandes, con el niño Jesús siendo aún bebé y por caminos que distaban de ser buenos. Todo ello con el dolor de dejar atrás la patria, los lugares conocidos, los familiares y las cosas propias para marchar hacia una tierra en la que, como hoy, iban a ser tratados como extranjeros.

En este sentido la coincidencia del recuerdo y la proclamación evangélica de la Huida coincide en nuestros días con el bullicio y el ruido de las nocheviejas variadas y desinhibidas. Litúrgicamente lo vivimos en los días cercanos . Del “Campana sobre campana” a las Doce campanadas de Año Nuevo. En la “Puerta del sol” o en cualquier otro carrillón. Del Concierto de Navidad al del Año Nuevo. Muchas veces conciertos bellos y oportunos por cierto, si no los hemos cambiado por la charanga dominante u otras cuchufletas.

Intuyo (y por lo tanto también imagino) un parecido con un contraste más importante a la hora de actualizar el mensaje. De la necesidad de pasar de tanta jarana a momentos de silencio contemplativo y enriquecedor.

Sin importarnos quienes eran

Si esta escena fuera hoy, pasaríamos gran parte del tiempo extrañados por ese grupo, por el pañuelo en la cabeza de María por ejemplo, cerraríamos nuestras puertas al paso de un pobre hombre y su esposa con el niño. Quizás serían nuestras casas o al menos nuestros miedos –“los miedos de los emigrantes son nuestros miedos” dice el papa Francisco– los que darían la espalda a Jesús y haríamos que siguiera su camino hacia las afueras. Sin importarnos quienes eran. Uno de tantos grupos de refugiados que teme ser descubierto.

Con ese indigno tratamiento mediático que ha descrito muy bien el Informe “Inmigracionalismo 2020” de la Red Acoge donde el rango de esas personas innominadas (por muchas fuentes), puede ser generador de estereotipos y prejuicios. O también por el lenguaje que se utiliza, o las imágenes que ilustran las informaciones sobre la migración. Nos vendrían quizás a nuestra mente la utilización de términos como “asalto”, “oleada”, “MENA” o “ilegal” como señala el informe. Que lo que hace es dejar correr un discurso criminalizado y preventivo frente a las migraciones. Y donde la palabra persona queda omitida en más del 50% de las informaciones sobre este tema. O su desfeminización. Olvidando que cada vez son más las mujeres que emprenden su propio proceso migratorio –la mitad de las personas migrantes–, y que solo un 3,23% de las informaciones trata sobre esta realidad. Despersonalización. Deshumanización.

Los rostros del poder

Si Jesús viniera a nosotros hoy, pasaríamos gran parte del tiempo cuestionando el aspecto de quien dirige la familiar caravana. San José a quien dedicaremos todo el año próximo, ¡un simple obrero de Medio Oriente! Un don nadie, incapaz de hablar “en cristiano” al preguntar direcciones.

Si Jesús viniera a nosotros hoy escapando del poder de Herodes, ¿sucumbiríamos a los que los distintos voceros políticos nos transmiten creyendo que los migrantes pueden amenazar nuestra convivencia, nuestro bienestar, nuestro trabajo y nuestro “poder”? ¿Creeríamos la versión del poder –político o mediático– y escribiríamos artículos sobre si el que se hace presente en el forastero se podría convertir o no en una amenaza algún día? ¡ un bebé en el regazo de su madre subida a lomos de una mula!

Sin embargo, seguimos celebrándolo. En pocos nacimientos y Belenes se escapa esta escena de la huida. Hoy probablemente sin serrín figurando la arena de los caminos. O de otra manera: Haciendo un alto en el camino por ejemplo, acurrucados en un campo de refugiados o en un CIE. Ambos temporales , establecidos para ser “de paso”, pero que se convierten en eternos al menos en el sentimiento de los allí alojados.

El silencio de la noche

Sin embargo, lo celebramos. Nuestras calles se llenan hoy, sin que ellos lo perciban, de luces brillantes y carcasas, de confeti, máscaras, ruido y oropeles. También, es verdad, que aparecen los ecos del dolor. Y los del servicio callado. Pero no parece posible descubrir fácilmente en estos días a una Sagrada familia errante. Con su hatillo al hombro y sin estar “vestidos de noche”. Quizás justificándose en cualquier frontera ante distintas acusaciones quizás antes de ser devueltos –en frío o en caliente– más allá de nuestra vallas o de las ajenas ( no solo hechas con concertinas).

Sí, somos cristianos, pero tememos a los judíos, musulmanes, árabes, afganos… A todos aquellos que no son “nosotros”. Nuestro amor selectivo, se basa muchas veces en la clase y la afiliación, pero por alguna razón Jesucristo evitó mencionar todo eso y habló de amor para todos.

Y, mientras, al lado de las ausencias y del dolor de tanto sufrimiento en este año , el ruido y las luces de la nochevieja trataran de dar la espalda a un sentido más profundo de la vida que atraviese saraos evanescentes que impiden la comunicación en serio. Ruidos que aturdirían los oídos de unos pobres aldeanos en su huida hacia Egipto, mientras muchos de nosotros escapamos de la noche del año viejo , creyendo que la llenamos de Luz. Fulgurante. Pero fugaz y de plástico. Y “huyendo” de no sé qué fantasmas ya pasados pergeñando buenos propósitos muchas veces líquidos y pasajeros.

En Nochebuena escribí de las soledades. Ahora, víspera de Nochevieja sigo reivindicando la necesidad (al menos un rato) del silencio en la noche. Con otro texto en la misma línea. Unas letras que sí dan luz de la de verdad. Son del presbítero Carles Cardó en el prólogo del libro ‘La nit transparent’ (Barcelona 1935):

Al retirarse la cortina de la luz solar se produce en nosotros una gran liberación: los colores de la tierra se desvanecen, toda la gama cromática se apaga, incluso los susurros de los vivientes se extinguen en el silencio: la realidad recula hasta medio desvanecerse y provoca en el hombre de vida interior la gran presencia a sí mismo que sólo la soledad hace posible.(…) Retirada la cortina de la luz ilusoria, la noche del alma, llena de Dios, deja ver por fin la verdadera inmensidad, la existencia de la luz incorruptible de otros mundos que nos esperan, porque la vida humana transciende los límites mínimos de esta tierra y los términos angustiosamente estrechos de esta vida. El hombre es inmenso e inmortal, pero sólo la noche le revela esta inmensidad y esta inmortalidad.

Lo releo al gustar el silencio de la noche. El mismo que acompañaría tantas noches de José y María contemplando a Jesús. Y no solo huyendo a Egipto.