Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La horizontalidad: clave para una comunicación sana


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Desde los orígenes de la humanidad, hemos visto las odiosas diferencias que nos separan, poniendo a unos sobre otros, generando violencia, muertes, guerras y destrucción en general. Parece que nuestro ADN estuviese contaminado por un virus que, usando cualquier pretexto físico, social, económico, religioso, de género, de edad y otros, nos somete a la verticalidad.



El mismo Señor, siendo hijo de Dios, se encarna en la horizontalidad misma, siendo un par de los más pobres y marginados, mostrándonos que esta es la única forma de establecer vínculos amorosos, fraternos y sanos que nos llevan a la plenitud.

La complejidad de la horizontalidad

Desde nuestra más tierna infancia, cada uno busca el amor y la pertenencia a su “clan”. Este proceso pasa por tensiones con los más cercanos y luego con el entorno, que generan la necesidad de hacer distinciones para reafirmar nuestro valor e identidad. En este trance nadie se salva de ser herido y, por eso, desarrollamos defensas para no sufrir y estas nos tienden a colocar en posiciones disímiles con los demás. En algunos casos nos creemos mejores que los demás y, en otros, nos ponemos en una condición de inferioridad. Ambas generan vínculos tóxicos con dinámicas de abusos, represión, victimismo, dependencia, autoritarismo y otras que solo causan sufrimiento y división.

Superar esta tendencia exige la humildad de reconocerse herido, la sabiduría de reconocernos como iguales, la conciencia para observar nuestras conductas “verticales”, morir al ego y nacer de nuevo, como le dijo el Señor a Nicodemo. Este renacimiento de por sí un canal de parto difícil de vivir, pero a ello se suma un modo de vida, en la actualidad, que nos hace el “embarazo” aún más de riesgo y la negación de muchos a querer vivir en la horizontalidad. El individualismo y el rendimiento que imperan hoy exacerban los vínculos verticales, el sectarismo, los guetos, la tiranía de la imagen y la soberbia como modo de relación.

Qué podemos hacer para aportar

Probablemente, son pocos los que puedan influir en las políticas mundiales de verticalidad, y en ellos recae una gran responsabilidad. Sin embargo, cada uno de nosotros también puede contribuir en este modo fraternal y cristiano de vincularnos. Lo primero es ser conscientes de todos los prejuicios que heredamos y hemos generado por nuestras propias heridas e inseguridades. Liberarnos de eso es un desafío vital, pero podemos ir mejorando en la medida en que somos conscientes de nuestros vínculos y sabemos ver los ángulos de verticalidad en que se da cada uno. Desde ahí podremos ir cambiando las creencias y conductas para que tiendan a una mayor horizontalidad, sin creer que nuestra vida vale más o menos que la de otros.

Una ayuda muy concreta para ir “horizontalizando” nuestras relaciones es detectar dónde tenemos nuestro comando central de decisiones. Hay algunos que, por sus heridas, ponen siempre el control afuera, priorizando las necesidades de los demás por sobre la propias. Dependen en gran medida de la aceptación y reconocimiento externo y, con ello, se ubican en el vértice inferior de la relación. Al otro extremo, están los que toman decisiones solo por sus propias necesidades e intereses y son incapaces de empatizar con los demás. Todos nos movemos en distintos puntos de estos extremos, y cambian de una persona a otra, pero debemos tender al medio para construir vínculos sanos.

Nuevos acuerdos de convivencia

Teniendo claro dónde nos “ubicamos” en la relación con alguien más, construir la horizontalidad exige una conversación honesta, amorosa, confiable y con la voluntad de modificar y aprender nuevas formas de vincularse. Ambas partes deben asumir sus heridas, ver su cuota de responsabilidad en comportamientos dañinos y reacciones automáticas que desequilibran el vínculo y declarar pequeños acuerdos que cambien las dinámicas hacia la horizontalidad.

Algunas veces se necesita la ayuda de un tercero para mediar y/o dar herramientas que permitan evolucionar. La horizontalidad es un camino lento, difícil, con avances y retrocesos, pero posible si queremos vivir en paz, sentirnos seguros con los que nos rodean y terminar con la inercia del mal. Quizás nunca será perfecto porque el Reino de Dios solo se vive en la eternidad, pero podemos avanzar en tratarnos como verdaderos hijos del Padre y hermanos/as con la misma dignidad.