Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿La fe es cosa de débiles?


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Normalmente no es una pregunta, sino directamente afirmación o incluso reproche: “La fe es cosa de débiles”. Y, frente a quienes intentan justificarlo, me atrevo a defender lo contrario, que la fe es cosa de débiles, de quien conoce su fragilidad, con temor o con él. No sé en qué momento de la historia de la humanidad, el mismo ser humano o algunos de sus representantes ilustres, quisieron echar fuera de la misma la idea de debilidad y verse fuertes. No sé si esto empezó en Babel o antes. Pero por mucho que luchemos contra ella, siempre nos acompañará.

El ingreso en la vida se hace en una absoluta precariedad y dependencia, que nos vuelca imprescindiblemente sobre otros. Pero el paso a la existencia, viene del descubrimiento de nuestra muerte como siempre posible. Aún más, el día a día nos enseña, en multitud de encuentros y experiencias, que nuestra vulnerabilidad respecto de otros y nuestra apertura a que en la vida sucedan cosas nos es inherente y es incontrolable. En todo este panorama, irrumpe en algunas personas la fe, como relación con Dios. ¿Cómo esta fe puede vivirse de espaldas a la propia debilidad?

Diría aún más, deseamos enormemente que alguien nos pueda conocer como somos, hasta nuestra última verdad. Que pueda mirar de frente hasta nuestro mal, y dejemos de cargar con su peso viviendo una parte de nosotros en un secreto recóndito que jamás se convierte en olvido. Tal desvelamiento de nosotros mismos solo es posible ante el amor, tal exposición solo cabe hacerla desde el temor y la confianza, a expensas de lo que pueda pasar después de ello. Un paso más, muy profundo, camino de nuestra vulnerabilidad más radical y esperando de todo corazón una cierta reconciliación, perdón y paz.

cadena con eslabones de acero y un clip rojo en el medio

La fe, nunca en un primer paso, nos sitúa delante de Dios, mirados y conocidos por Dios. Una cercanía en el amor, de quien ha dado su vida por nosotros. Que no nos conduce falsamente a un poder y fuerza que no tenemos, sino que no sitúa en lo que somos y allí nos hace esperar. La fe, si en algún momento nos reconcilia con nosotros mismos, lo hace igualmente con la debilidad del otro, con una común experiencia de sed y carencia de toda la humanidad en la que somos capaces de reconocernos a nosotros mismos, mirarnos ante el espejo con una dignidad que no proviene ni de lo que hemos hecho, ni de lo que hemos vivido, sino que ha sido depositada ahí en lo profundo antes de que nosotros diésemos con ella.

¿Quién sabía que Dios vendría al mundo dispuesto a encarnarse, en lugar de otra forma de presencia más demoledora? ¿Por qué en un pequeño, viviendo la extrema necesidad, comenzando su misión en la debilidad, y no en un gigante poderoso o en un sabio deslumbrante? ¿Cómo es posible que Dios ame y quiera a la humanidad en su debilidad? ¿Cuándo llegará el momento de comprender que todo es por amor, para vivir en el amor, que solo el Amor es necesario? Como novedad incalculable llega la Navidad.