José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Homosexual y emigrante


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“Él no salió del armario, lo sacaron. Delante de abuelos, tíos, su madre y hermanos. Quien se atrevió a hacerlo, su prima, ya le había preguntado antes en privado si era gay, pero él lo había negado. Ahora le señalaba en frente de todos y él lo volvía a negar porque sabía lo que iba a pasar. Su madre cayó al suelo desmayada. ‘Desde ese momento empezó el problema conmigo y con mi familia…’, recuerda Rodrigo”.



Así comienza la historia tremenda y emocionante de un camerunés, un asociado al Siervo sufriente de Yahvhé. Y en este caso, por doble motivo al menos: por emigrante y por ser gay. Recogida por mi amigo Pablo Romero –acompañante de personas homosexuales y comunidades cristianas– en un libro de PPC (Caminos de Reconciliación Diez historias de fe y amor LGTBI).

Su itinerario –y el de los otros 9– es paradigma de ese doble éxodo impuesto para muchos en similares condiciones hasta llegar a la hospitalidad. “Dios no me ha abandonado. Él nunca me ha dejado… He podido salir adelante”, repite. Ha sido su nube protectora por el desierto humano y geográfico.

Perseguido, con amigos huidos y asesinados, acogido y asociado, pero también con soledades personales muy duras, Rodrigo, tras siete años de su manifestación gay decide dejar Camerún en 2012. Niger como antesala del desierto y Argelia como primera etapa tras atravesarlo. (¡Cuantos emigrantes han hecho esa ruta, Dios mío! De muchos hermanos en semejante situación me resuena el eco del que busca la protección, la solidaridad y el reconocimiento de la diversidad en la dignidad inalienable de hijo de Dios y hermano nuestro.

Soledad sufrida

Historias que desde hace siglos atraviesan a la humanidad y que llegan hasta nuestro días reivindicadas siempre, en solitario o en publicidad orgullosa y masiva. Tanto por su condición de emigrante, como por su identidad gay. Me impacta y me conmueve esa soledad tantas veces sufrida que no ha sido vehículo de enriquecimiento personal sino de dudas y preguntas u ocasión de vergüenza. Le sucede a muchos emigrantes y homosexuales.

Y me apunto a lo de Lope de Vega: “De mis soledades voy, y a mis soledades vengo, porque para andar conmigo, me bastan mis pensamientos”. Es cierto que el ser humano necesita de la soledad para dialogar consigo, para encontrarse, para aceptarse. Y hay que aprovecharla, aunque sea con la guitarra al hombro. Pero existe otra soledad cuyo rostro no es tan amable. La soledad del débil que a veces sirve para ataques cobardes. Por ejemplo, el reciente de Samuel en La Coruña al grito de “maricón” y defendido, precisamente, por emigrantes senegaleses.

La soledad migratoria también produce una indudable y muchas veces larga temporalidad en el duelo por muchas ausencias que hay que saber gestionar y acompañar. O la soledad hiriente es el abandono como el que el mismo Rodrigo relata al experimentarlo en pleno desierto –paradigma de soledades– por las personas que le iban a ayudar. O su impotencia ante la triple violación de un compañero que no se atrevió a denunciar porque quien podría recoger su denuncia le contestó con un nuevo abandono: “No eres nadie por ser ilegal”. Viniendo de la soledad solo llegaba a otras soledades.

Amenaza de volver a Camerún

O a la amenaza de devolverle a Camerún, cuando terminó en el CIE de Madrid, con lo que todo eso significaba para un homosexual en su país y además fracasado en su intento migratorio. De ello se salvó precisamente por confesar su condición homosexual que le posibilitó que no lo devolvieran y su gradual integración en espacios de acogida y hospitalidad.

Y es que, como otro gran escritor –Gustavo Adolfo Bécquer– decía: “La soledad es buena si se tiene a quien contar”. Esa es la madre del cordero… Evitar la situación en que no haya nadie a quien poder decir que te sientes solo, inerme, frágil, y que darías la vida por tener una mano que cogiera la tuya.

Esa es la labor eclesial que empieza a abrirse camino: el acompañamiento ante la diversidad sexual. Con palabras que el papa Francisco comenta para describir la presencia sanante de Dios para quien sufre e interpeladoras para quien rechaza al prójimo: “Con cercanía, compasión y ternura. Así se acerca Dios a cada uno de nosotros”. Estas son palabras recientes escritas de su puño y letra al jesuita James Martin en su destacada labor pastoral atendiendo y visibilizando a la comunidad LGTBI en la Iglesia. Subrayo y agrando: CON CADA UNO DE NOSOTROS. Con su peculiaridad y orientación.

Palabras que valen el doble si a quien acompañas es emigrante y homosexual. Lo que Ramiro comparte al final de su relato: “Dios nadie me lo puede quitar”. Lo hace tras gustar y sentir la compañía de mucha gente buena (asociaciones, técnicos, amigos…) en su doble itinerario vital.

Quizás esa experiencia le llevará a comprender algo de la posible “mística” de su existencia. O llamarlo como queráis, pero que es algo parecido a la libertad a la que estamos destinados. Aquello que en los mismos versos citados de Lope de Vega se prolonga un par de estrofas más adelante:

“Ni estoy bien ni mal conmigo;

mas dice mi entendimiento

que un hombre que todo es alma

está cautivo en su cuerpo”