Hacia una Ética Mundial


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Vivimos en tiempos peculiares. Por un lado, nuestras sociedades y espacios de convivencia atraviesan por crisis brutales. Y por otro, parece que algunas prácticas “religiosas” contribuyen a empeorar el problema. Mientras buscamos respuestas confiables, nos cuestionamos si efectivamente la religión incita a la cerrazón y al odio. Entre tanto, descubrimos que la ruta del cambio es institucional, colaborativa y personal.

La buena voluntad entre líderes de distintas religiones es celebrada con gozo e inspira esperanza. Y ahora cabe entonces preguntarnos cómo separar la cizaña pseudo-religiosa que nos venden para quedarnos con ese trigo de sabor milenario.

Menudo enredo que es el mundo

Cientos de millones de personas padecen de hambre y desempleo, las familias son desmembradas y las tensiones entre sexos adoptan formas de feminicidio o de socavamiento cultural sistematizado. Los niños mueren, asesinan y son asesinados. La democracia ha sido ineficaz para sacudir del Estado esas formas cada vez más sofisticadas de corrupción y crimen organizado, mientras que el totalitarismo, lejos de resolver el problema, parece agravarlo. Para demasiada gente cambiar de escenario resulta imposible, no solamente por los retos monetarios y de desarraigo que esto implica, sino también porque ahora las políticas públicas se encaminan a detener los flujos de migrantes y refugiados. Los efectos del cambio climático se hacen cada vez más evidentes, pues los ecosistemas siguen siendo saqueados y contaminados.

Además, el Parlamento de las Religiones del Mundo señala, “con especial preocupación observamos como, en no pocos lugares del mundo, dirigentes y seguidores de religiones incitan una y otra vez a la agresión, al fanatismo, al odio y a la xenofobia, e incluso inspiran y justifican enfrentamientos violentos y sangrientos. Muchas veces la religión se convierte abusivamente en puro instrumento para la conquista del poder político y se utiliza hasta para encender la guerra. Algo que nos llena de una especial repugnancia”. (Küng, pp 20)

Superando el “fake news” de odio interreligioso

Es obvio que ningún representante serio de ninguna religión seria respalda tales prácticas, sino al contrario. El diálogo interreligioso es tan antiguo como las religiones mismas. Por ejemplo, frente a esta supuesta enemistad entre el cristianismo y el islam, acabamos de ver las acciones del papa Francisco y del imán Sheikh Ahmed al Tayeb, en un acto público celebrado en Egipto que condena toda forma de violencia y terrorismo.

El papa Francisco abraza a Sheikh Ahmed el-Tayeb, el gran imán de Egipto

El avance no solo es institucional en las altas jerarquías, sino también colaborativo en las trincheras. El Parlamento de las Religiones del Mundo ya se dio a la tarea de hallar puentes y elementos comunes. En una intensa reflexión entre bahais, practicantes del brahama kumaris, budistas, cristianos -anglicanos, ortodoxos, protestantes y católicos-, creyentes en religiones nativas, hinduistas, judíos, musulmanes, neopaganos, sikhs, taoístas, teosofistas y zoroastristas se discutieron, identificaron y acordaron cuatro principios éticos inalterables, comunes a todas las tradiciones del mundo, superando así las diferencias en los diversos modos de entender nuestra realidad espiritual.

Crearon en conjunto la Declaración Ética Mundial, no con la idea de proponer una nueva ideología, ni crear una religión universal unitaria que las abarque a todas, y mucho menos proclamar la supremacía de una religión sobre otras. Esta declaración es un consenso básico de valores vinculantes, criterios inamovibles y actitudes básicas personales. Son las prácticas buenas que todas las religiones comparten, o, dicho de otro modo, el común denominador de la espiritualidad humana, desde el continente que tú quieras. Te comparto algunos destellos de este formidable documento, tan vigente hoy como lo fue cuando fue creado y como lo será dentro de mil años.

Cuatro orientaciones inalterables

No-violencia y respeto a toda vida. Todo ser humano tiene derecho a la vida, a la integridad corporal y al libre desarrollo de su personalidad, siempre que el ejercicio de este derecho no lesione a los demás. Y ningún pueblo, ningún Estado, ninguna raza, ninguna religión tienen derecho a discriminar, “depurar”, exiliar, ni exterminar a ninguna minoría de otra condición u otro credo.

Ciertamente donde haya convivencia habrá diferencias y conflictos, pero estos pueden resolverse de manera no violenta. Por ello niños y jóvenes han de aprender en la familia y en la escuela que la fuerza no es el medio de confrontación con los demás, ni de resolución de diferencias.

Y en extensión, todos los seres vivos estamos implicados recíprocamente y dependemos unos de otros, por lo que los demás seres que cohabitan el planeta con nosotros merecen salvaguardia, protección y cuidado.

Solidaridad y orden económico justo. El ser humano puede convivir en colaboración armónica, en una vida de trabajo y quehacer profesional. En lugar del recurso de la fuerza económica y política en una lucha por el poder, puede usarse esa misma fuerza al servicio de los demás. En lugar de una política de dominación, debe imperar el respeto mutuo y el equilibrio de intereses. En lugar de un insaciable afán de dinero, prestigio y consumo, hay que redescubrir el sentido de la medida y la moderación.

Por ello los jóvenes han de aprender ya, en la familia y en la escuela, que la propiedad, por pequeña que sea, tiene sus obligaciones y su uso debe contribuir al bien común.

Tolerancia, honradez y veracidad. Todo humano tiene derecho a la verdad y a la veracidad. Tiene derecho a toda la información e instrucción necesaria para tomar las decisiones fundamentales de su vida. Ser verdaderamente humano significa hacer valer la verdad, en lugar de confundir libertad con capricho y pluralismo con arbitrariedad. Implica fomentar un espíritu de veracidad en las relaciones interpersonales diarias, en lugar de vivir en la insinceridad, la simulación y la acumulación oportunista. Conlleva buscar incesantemente la verdad, en lugar de difundir medias verdades ideológicas y partidistas. Y abarca servir a la verdad, una vez conocida, con confianza y firmeza, en lugar de rendir tributo al oportunismo. Esto aplica a todos y especialmente a medios de comunicación, científicos, políticos, líderes y representantes de las religiones.

Por eso los jóvenes han de aprender a ejercitar la veracidad en su pensar en su hablar y en su obrar.

Igualdad y camaradería entre hombre y mujer. En un sentido positivo han de prevalecer el respeto y el amor entre unos y otros. Nadie tiene derecho a degradar al otro, hasta convertirlo en un objeto de su sexualidad, ni a someterlo ni a mantenerlo en una forzada dependencia sexual.

Esto significa que en lugar de una dominación o degradación del otro, que son formas de violencia que provocan violencia, ha de reinar el respeto, la comprensión y el compañerismo. Y además, en lugar del afán posesivo o el abuso sexual de cualquier tipo, ha de haber mutua consideración, tolerancia, apertura a la reconciliación y amor.

Por eso los jóvenes han de aprender que la sexualidad no es en sí una fuerza negativa o destructora o explotadora, sino creativa y modeladora. Tiene la función de generar una comunidad que dice sí a la vida y que solo podrá desarrollarse adecuadamente cuando contempla también con responsabilidad la felicidad del compañero o compañera.

Mi parte, tu parte

Te invito ahora a revisar algunos de los grandes problemas del mundo utilizando estos principios éticos como guía. Toma el aborto, la migración, la participación democrática, la pobreza, el feminicidio o el que tú quieras. Nota las invitaciones a la acción en sana consciencia y al rol que como líder, padre o educador puedes tener. Decide con calma e imagínate actuando, ¿Crecerían o decrecerían tu libertad y tu espiritualidad?

Además, te invito a leer el documento completo, no te tomará mas de una hora. Es una verdadera joya de encuentro para nuestra humanidad. Feliz reflexión.

Referencia: Küng, H. & Kuschel, K., eds. (1993). Hacia una ética mundial. Declaración del parlamento de las religiones del mundo. Madrid: Trotta.