Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Ha cumplido el Sínodo de la Amazonía sus expectativas?


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El documento

Ha acabado el sínodo, los componentes la Asamblea Especial para la Región Panamazónica aprobaban el pasado sábado por la tarde los 120 puntos del esperado documento final. A diferencia del sínodo anterior, teníamos en un tiempo récord el texto en castellano y a disposición de todo el mundo. Seguramente, nunca un documento referido a esta precisa región del planeta habrá tenido un eco mundial tan llamativo.

Más allá de noticias como los incendios del último verano en el Amazonas, es muy difícil acceder a los problemas de esta amplia región desde una visión desideologizada que entiende la realidad profunda que viven las comunidades indígenas de los países que confluyen en esta región. Los problemas urgentes de la evangelización y de las grandes preocupaciones de los pobladores de la amazonia han encontrado un altavoz que, para quien está implicado en esta misión concreta, será muy difícil de borrar o edulcorar en algunos debates ficticios generados por quienes persiguen los intereses de una Iglesia muy diferente de la que se encarna cada día entre los bosques y los ríos de la región.

Por eso, más allá de la atención ministerial por sacerdotes de pura cepa o por hombres casados con un determinado recorrido en la comunidad –o incluso la dirección de mujeres adecuadas–, en el documento se habla de la actitud antiecológica como un auténtico pecado contra la creación, la coordinación y comunicación entre las iglesias locales, se aboga por una revisión celebrativa para que la liturgia sea plenamente significativa, la defensa de las minorías indígenas como parte del compromiso de Jesús por los más débiles, los modelos pastorales en consonancia con los tiempos que corren, el compromiso y la misión de los laicos…

Este sínodo, además se ha celebrado en el Mes Misionero Extraordinario, 100 años después de que las orientaciones misioneras de la Iglesia consagraran una forma de hacer misionera alejada del colonialismo. Ya la carta apostólica ‘Maximum illud’ del papa Benedicto XVI decía que la misión no consistía en ‘europeizar’ las Iglesias locales de los territorios misioneros, sino inculturar profundamente el evangelio. Esta lección la hemos aprendido de nuevo con este sínodo en el que se consagra la sinodalidad como una forma de hacer la Iglesia de hoy –aunque la institución se rescate de los tiempos antiguos– y en el que se ha dado valor a los elementos de la cultura local. Y eso que estas propuestas siempre encontrarán un grupúsculo con las espadas en alto dispuesto a mantener su resistencia hasta el final. La afrenta contra las estatuas situadas en una Iglesia cercana al Vaticano y que acabaron en el río es una buena metáfora de esto.

La cosita

En el discurso final, acabadas las votaciones del documento final, cuya legitimidad no puede ser cuestionada basada en algunos mínimos rechazos de alguno de sus puntos, el papa Francisco invitó a todos a no encerrarse en cuestiones internas de la Iglesia. La clave de la valentía de este documento –y de la futura exhortación que se espera en breve– está en comprender las transformación profunda a la que invita.

“La sociedad tiene que hacerse cargo de esto”, reclamó el papa, para insistir que las diócesis y los católicos no se queden en las pequeñas “cuestiones disciplinares” que propone el texto. “No se encierren en cuestiones intraeclesiásticas, yendo a ‘la cosita’ y olvidándose de la ‘cosa’”.

Y es que la ‘cosita’ tiene su repercusión para la Iglesia universal. Propuestas de liderazgo laical, de la ordenación de los ‘viri probati’, la cuestión del diaconado femenino, la adaptación litúrgica… puede que sean irrelevantes para quienes ven la partida desde fuera y sus preocupaciones cotidianas van por otro camino, pero condicionarán la forma en la que la Iglesia se entenderá a sí misma –y su misión en el mundo– en un futuro no muy lejano.

Las cosas

La providencia litúrgica –por llamarla de alguna manera– ha querido que en la misa final del sínodo se proclamara la parábola del fariseo y del publicano. Una excelente guía de lectura de las luchas intraeclesiales que Francisco condenaba en su última intervención en el aula. En su homilía, el Papa entonó el mea culpa al recordar como “cuántas veces quien está delante desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes. ¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación! Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra: lo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonía”.

Estas son las cosas nucleares, por encima de otras cositas, “la precariedad de sus vidas, amenazadas por modelos de desarrollo depredadores” de los indígenas, para Francisco. Y, junto a situaciones como estas, el valor de quienes se han puesto del lado de las víctimas, como Jesús, ya que “muchos nos han testimoniado que es posible mirar la realidad de otro modo, acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios”. Porque la vida es mucho más que el ministerio ordenado. Aunque quien diga esto sea un obispo, el obispo de Roma.