Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

¿Existe la justicia social?


Compartir

Varios pensadores contemporáneos han puesto en duda la existencia de la justicia social, y aunque las razones principales son ideológicas, el tema es una oportunidad para conocer si el término puede ser algo concreto en la realidad, o por el contrario, una fantasía de los colectivistas.



El término justicia social fue introducido a la doctrina social de la Iglesia por Pío XI, papa al que se le deben muchos de los conceptos utilizados en el pensamiento social, incluso que formen parte de la verdad revelada.

La mención específica fue en la encíclica Quadragesimo Anno de 1931, en la que la justicia social es referida un par de veces, y más de treinta, a partir de su fundamento de la virtud cardinal.

La justicia como virtud

La justicia, como virtud, no es un invento de unos pocos, es el principio rector de otorgar lo que corresponde, y lo primero que corresponde es reconocer al otro como persona humana, es decir, el primer acto de justicia es reconocer al otro como igual.

Lo social, por su parte, deriva de la consecuencia de ser persona, en el que el individuo sale de la lógica singular y deviene en ser por el otro, con el otro, para el otro. En esto se concreta la antropología del don del humanismo cristiano.

En el campo político, la justicia social se entrelaza con lo económico, y en ambos escenarios el eje rector es desde ‘lo que corresponde’, es decir, lo que se puede otorgar, en clave de comprensión en la denominada deuda social.

Benedicto XVI, en la Caritas in veritate lo señalaba: “la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve” (CV. n.35).

En el plano internacional, por ejemplo, la deuda social con los países que viven bajo regímenes autoritarios y totalitarios. La deuda a esos pueblos, a esas víctimas, que se les pisotean sus derechos en nombre de la ideología oficial. Sobran ejemplos.

En el plano nacional, la deuda con los marginados a vivir en la pobreza, a los que se les castran las condiciones, y no se les asegura el acceso a la educación, al trabajo, ni a ningún otro método para salir de la pobreza. Condenados a ser pobres.

Hombre y anciana en el piso

Lo social en la justicia deriva una deuda moral

Una deuda con los sometidos en un sistema clientelar en el que el paternalismo de estado manipula a los pobres para que sigan siendo pobres. Delante de todos.

Una deuda con los que son vistos como mercancía de consumo, o como simples piezas de producción, tasados como una medida de utilidad y de ganancia, bajo la premisa de cuánto tienes, cuánto vales.

Una deuda con los descartados, los que no producen, los que no votan, los que no son persona bajo el pseudo argumento de que no han nacido. Los que pueden ser resumidos a cifras o a números, y que en el fondo, no importan. Y en esa deuda “nadie puede sentirse exceptuado”, diría papa Francisco.

Justicia, entonces, particular o social, sin la una no hay la otra, y sin la segunda se seguirá comprometiendo el futuro de miles, que tienen el derecho de exigirla.


Por Rixio Gerardo Portillo R.. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.