José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Espiritualidad y migraciones


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Entrego estas letras antes de entrar en Ejercicios espirituales, para que se publiquen dentro de la fecha prevista. Casi tocando ya la orilla del mar donde, barruntando al Infinito, no me imagino al Señor pidiéndome otros papeles distintos a los que se necesitan para acogerse a su hospitalidad gratuita. Me parecía oportuno entonces hablar breve y humildemente sobre Espiritualidad y Migraciones.

Deseando estar pronto cerca de una casa acogedora, con compañeros y amigos, como otras veces, al lado de una torre románica –como en otros años– desde donde se expande el sonido de sus campanas, que –como todas– dicen que no se acaba porque prolongan su eco hasta el infinito. En este caso confluyendo su sonido con el horizonte inabarcable del mar, evocador de tanta Transcendencia. En este caso el Mar Cantábrico en Asturias (o sea, casi tocando el Paraíso). Voy a su orilla. Con otros. En la búsqueda del sentido de la vida o para el mantenimiento fortalecido del sentido ya encontrado en Cristo.

Rastreando huellas

En búsqueda. Como lo hacen los migrantes, porque la persona migrante y aquellas otras que están en camino –por ejemplo los peregrinos hacia Santiago de Compostela– experimentan en sus procesos migratorios estos sentimientos de búsqueda vital contrastados en muchos casos por la realidad tantas veces teñida de cansancio y dolor, de pecados personales y estructurales. Rastreando huellas que les ayuden a comprender y asumir –con dignidad– la experiencia que viven, e intentando hallar, signos, por ejemplo, como de que son hijos queridos. Y creados para alabar a Dios.

Ya sabeis lo de San Ireneo: En Jesucristo, lo humano ha sido llevado a su plenitud y lo divino se ha hecho más humano, porque “la gloria de Dios es que el hombre viva”. O sea para que tengan vida y vida en abundancia. Creados para la vida, pero también creados para el respeto reverenciado que merecen precisamente por su pobreza. También yo descubro muchas veces mi propia pobreza aunque se halle más escondida y disimulada. Y creados como todo hombre, para el servicio. Servir a los otros, principalmente a su familia, es lo que mueve a tanto migrante. Que bien que lo recordó el papa Francisco en el domingo de Ramos del año pasado en plena pandemia: “La vida no sirve, si no se sirve”.

Soplos de vida

Hace pocos años acompañé a Norma Romero en distintas intervenciones en España. Coordinadora de las Patronas, ese grupo de mujeres mexicanas, campesinas, que se han hecho famosas por socorrer a los que viajan en “La Bestia”, el tren de mercancías que cruza todo México, desde Centroamérica a los EE.UU., y a cuyo techo se encaraman miles de inmigrantes cada año para buscar una vida mejor en el gran vecino del norte. En los escasos dos minutos en el que el tren atraviesa su poblado ofrecen en bolsitas, tortillas, arroz, frijoles, agua. Soplos de vida.

Norma Romero afirma con plena convicción que su vida cambió –su búsqueda encontró sentido– a partir “del servicio que Dios me tenía preparado”. Impulsada desde la religiosidad popular aprendida, decía que tuvo una señal cuando le vinieron a pedir ayuda para un migrante de raza negra que llegaba gravemente herido, cuando en ese tiempo se decía que ayudar al ilegal era un delito. “Pero –recordaba– para mí lo más importante era salvar su vida y no me importaba si era un delito o no, porque lo habían acuchillado y habían querido abusar de su mujer y venía casi para morir”. Cuando vio a ese migrante herido, y fijándose cómo lo bajaban del tren “tomándolo de manos y pies, yo vi ahí a Cristo y me dije, Señor ahí estás tú y yo aquí estoy para servirte”. Este recuerdo me ayudará a preguntarme muchas cosas ante el crucificado.

Luego, Norma recordaba a otro migrante de Guatemala, que le dejó una pequeña imagen del Cristo negro de Esquipulas porque “yo sé –decía el guatemalteco- que vas a orar por mí y por los demás migrantes”. Ahí Norma descubrió que “Él me había puesto ahí para servir y para ser la voz de los migrantes y aquí ando…” La búsqueda atravesó toda frontera. Y que su servicio crecía por la oración en la vida tras su religiosidad popular vivida tempo atrás, Y encontró –Dios quiera que a mí me lo recuerde también estos días– el sentido de su vida en el lamento del pobre.

En el susurro del viento

Porque Dios se manifiesta como a Elias, no en la tormenta ni en el huracán –esos que abaten y hunden tantas vidas migrantes– sino en susurro del viento. En el balbuceo de Dios al que nos acercamos en Ejercicios, y que habla en lo escondido. Es decir en la espiritualidad.

Como hizo Dag Hammarskjöld (1905-1961) reelegido Secretario General de las Naciones Unidas (1953-1961). Nobel de la Paz quien entre grandes responsabilidades, supo cuidar su mundo interior. En la Sede de la ONU, construyó un “espacio para meditación y silencio”, porque “la interioridad da fuerzas para atender cualquier petición y enfrentar cualquier acontecimiento que te depare la vida”. Quien no sabe estar, a tiempos, sin los demás, tampoco sabrá estar de veras con los demás. En el hueco de la ausencia, crece el Yo con mensajes que aportar al encuentro. Una cultura, como la nuestra, que huye con pavor del sentirse solo y del aburrimiento, empobrece su mundo simbólico. Y es que, refiriéndonos a la movilidad humana, esta constituye, en el momento actual, uno delos desafíos de mayor impacto en el ámbito económico, político y social. Por “lo que su análisis se hace más profundo y certero incorporando la dimensión simbólica y espiritual, porque la persona no puede ser comprendida sin estas referencias. Y, estableciendo una extrapolación, nada humano puede entenderse sin estas claves, tampoco las migraciones”, escriben J.M. Aparicio y A. Ares.

Espero acercarme al mar. Para llenar mi cántaro de las aguas bellas del Cantábrico, pero también de las dolientes del Mediterráneo. Y que se cumpla lo de Antonio Machado: “Mancebo, llena tu jarro, que ya te lo beberán”.