Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Epidemia de desaparecidos


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El pueblo de México libra una heroica batalla cuerpo a cuerpo contra la violencia, y si enorme es la muerte, mayor es la esperanza; pero el mal muta y, para sobrevivir, quiere hacer desaparecer esos cuerpos. En Sinaloa las desapariciones superan ya a los asesinatos para evitar a los policías y políticos el desgaste de la carnicería pública y reducir falsamente la criminalidad. Una desaparición es un asesinato sin cuerpo. Parece que hay un pacto entre carteles y política para reducir la barbarie pública, que los asesinos se encarguen de hacer desaparecer los cuerpos que matan y que cesen de usarse los cuerpos como señales de dominio de un territorio o amenaza a los adversarios o quienes quieren liberar a la región de los señores de la muerte. Los políticos presumen de la reducción de asesinatos en la región, pero los desaparecidos lo están incluso de los discursos de los gobiernos.



Menos muertos, más desaparecidos

El periodista José Abraham Vázquez (2022ª, 2022b) ha realizado un amplio reportaje para el diario mexicano Noroeste sobre la preminencia que se ha producido de las desapariciones sobre los asesinatos en Sinaloa. “En Sinaloa se desaparece más de lo que se mata”, concluye. Las desapariciones se han convertido en una epidemia de las fronteras. 

Mientras que un asesinato obliga legalmente a una investigación policial, las desapariciones son un terreno ambiguo y, como en el caso de loa asesinatos, la mayor parte de éstas permanecen impunes o la investigación queda suspendida en el tiempo sin fin, impidiendo que las familias puedan enterrar, llorar y superar su luto. Las desapariciones son vidas no acabadas y se obliga a las familias a que sean ellas las que tengan que ponerle fin, dejar de buscar, dar por muerto, que es un modo de eutanasia simbólica. 

Vázquez muestra que la tendencia de los últimos años se confirmó en la primera mitad de 2021: “De enero a agosto del 2021, hubo 1.79 homicidios y 3.03 desaparecidos diarios en el estado”. Las desapariciones superan ya a los asesinatos en un 69%. Solamente uno de cada cuatro desaparecidos son finalmente encontrados vivos. El 12,5% de esas búsquedas acaban encontrando el cuerpo asesinado, pero el 61,8% no hallan a sus familiares ni vivos ni muertos, obligados a esperar, esperar, esperar al que saben que difícilmente regresará. 

Los muertos que se hacían presentes en forma de fantasmas se llamaban aparecidos. Juan Rulfo escribió las mejores narraciones del siglo XX explorando un mundo lleno de ellos. Frente a los muertos aparecidos, amplias regiones de las Américas ven vagar a vivos desaparecidos, que trata de lo contrario: de que la gente no se aparezca a las conciencias ni de noche ni de día, que no esté en los discursos oficiales, matar callando. El país se puebla de personas sin cuerpo de los que las autoridades no se quieren hacer responsables.

Se mata tanto como antes, pero tratan de molestar menos a los políticos compinchados. Dice un traficante de Sinaloa al que el periodista da en pseudónimo de Miguel: “Pienso que están arreglados con el gobierno ahora, o sea ‘ya no hagan tanto desmadre’, ‘ahora ya nada más llévenselos, tírenlos por ahí, entiérrenlos por ahí, desaparézcanlos’, es la misma chingadera, nada más que ahora ya no se oye tan feo, que encontrar tantos muertos tirados. Ya no se ven, ya nada más se desapareció, se desapareció, y uno sabe por debajo del agua, y entre las calles sabemos que los levanta la mafia o algo… se oye menos feo desaparecido, que lo encontraron muerto, colgado, destazado”.

La desaparición de Neto

A plantar cara a esta ola de desapariciones ayuda conocer casos concretos como el de Neto, porque si no, también las estadísticas son números sin cuerpos.

Reynalda Pulido es empleada de una gasolinera del sur de Culiacán —808.000 habitantes y capital del estado de Sinaloa—, madre de Neto, de dieciséis años. El joven trabajaba como ayudante de albañil y haciendo repartos en su motocicleta, por la que pagaba cuatro dólares diarios. La última vez que vio a su hijo, Reynalda estaba en la parada del autobús y Neto le saludó mientras pasaba en su moto, camino de una tortillería, donde iba a hacer un reparto.

Según testigos (Vázquez, 2022a), mientras Neto hacía cola en la tortillería, una patrulla de policía municipal preguntó de quién era la motocicleta y se llevó al joven detenido. Desde entonces, nada más se ha sabido de Neto —Ernesto Vélez Pulido—.

El ayuntamiento se niega a atender a los familiares que preguntan quién se ha llevado a su hijo y dónde está. Reynalda está desesperada y grita:

“No ha querido atenderme, me ha cerrado las puertas, dígame dónde está la patrulla, la patrulla que se llevó a mi hijo de tan solo 16 años. ¡Quiero a mi hijo! Si fuera puntero o asaltante ya supiera dónde está y no lo buscara; quiero a mi hijo, señor” (Vázquez, 2022a).

La madre se ha internado en el oscuro mundo de la maña (mafia) para buscar a su hijo desaparecido. “Ya pregunté… arriesgándome, arriesgándome que el día de mañana yo aparezca muerta” (Vázquez, 2022a). Allí, pagando a unos y moviendo a piedad a otros, ha sabido que los policías lo entregaron a la maña, pero otros la informaron de que la maña dice que ellos no recibieron al chico y que no lo tienen. Ha averiguado que la policía cobra menos de quinientos dólares por cada persona que entregan a la maña. “¿Cuántos niños no habrán levantado?”, llora Reynalda, quien se ha negado a dar por perdido a su hijo y se ha instalado frente en la calle al ayuntamiento para que den cuenta.

“No me voy a mover de aquí hasta que me atienda [el presidente municipal]… Yo lo único que quiero saber es que me digan dónde está la patrulla que se llevó a mi hijo, yo no puedo buscar por ningún lado… ¿Y qué hacen?, nada”.

Ha disminuido el número de cuerpos torturados que cuelgan de los puentes y farolas, y se ha extendido la rutina de los asesinatos silenciosos. Los ‘sincuerpo’ se multiplican por la región, la misma tierra se avergüenza de que entierren tantos jóvenes en ella.

Las autoridades argumentan que la mayoría de desaparecidos habrán migrado o habrán querido fugarse del alcance de las redes criminales. Lamentablemente eso solamente se sabrá cuando comiencen las verdaderas investigaciones: lo que no haga la policía hoy, lo harán los arqueólogos el mañana.

Referencias

  • Sanz, José Abraham (2022a). Sin cuerpo no hay delito: ‘Ya nunca apareció’. Noroeste, 24 de enero de 2022.
  • Sanz, José Abraham (2022b). Sin cuerpo no hay delito: la ‘donbernabilidad’: de Medellín a Sinaloa. Noroeste, 26 de enero de 2022.