En aquel tiempo…


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Cae la tarde en Jerusalén. Las murallas medievales se iluminan en honor al turismo. Aun así, aunque no sean las mismas murallas, me traen a la memoria al rey David deambulando por las noches por ellas, y roto de dolor, gritando: “¡Absalón, hijo mío, Absalón!”. Se lo acababan de matar. Siempre me ha llenado de ternura este desgarrador pasaje del Segundo libro de Samuel.

Recuerdo que, cuando era joven, en el campamento del Movimiento Junior de Acción Católica, cada año preparábamos, con todos los niños, un socio-drama que titulábamos “Una tarde en Galilea”. Unos hacían de fariseos, otros de saduceos, de discípulos de Juan (a las orillas del mar Muerto), de zelotas, de romanos, de herodianos, de artesanos, de endemoniados (que intentaban romper la convivencia), había algún que otro profeta (y también falso profeta), leprosos, un ciego y un paralítico pidiendo, etc.

El equipo de educadores íbamos enviando mensajes para que los diferentes grupos interactuasen. De esta manera los acampados aprendían jugando como se desarrollaba la vida, nada fácil, en tiempos de Jesús. Por la noche, un debate aclaraba las diversas cuestiones. Terminábamos orando con un texto del evangelio bajo las estrellas.

Peregrinos cristianos, durante una procesión cristiana en el Monte de los Olivos en Jerusalén/EFE

Ahora también lucen las estrellas en la antigua Jerusalén, que descansa después del trajín hormigueante del día. Han cerrado ya todos los comercios y el deambular de peregrinos y de los propios del lugar ha cesado, excepto algún pequeño grupo que se dirige al muro de las lamentaciones por los callejones a medio iluminar, con esa luz mortecina y decadente. Cuánto dolor y cuánta incomprensión. Unos días antes de hacer este viaje, busqué entre mis libros la auto-biografía novelada de Amós Oz, “Una historia de amor y de oscuridad”, que releí ávidamente de nuevo, adentrándome, desde la mirada de un niño, en la creación del nuevo estado de Israel.

Una vez me dijo un misionero francés, hablando de una persona muy conocida de ambos, que el paisaje nos conforma. Aquello me hizo pensar. Estos días intento adentrarme en Jesús, María, Isabel, Pedro, Santiago, Juan, Judas… y contemplo las montañas, las colinas, los pueblos aislados, las riveras separadas del Jordán, el lago de Galilea, los recovecos de la bajada a Jericó, el Mar Muerto … e intento comprender más a Jesús, al evangelio, a los pobres y el Reino.

No es la primera vez que vengo, y cada vez la mirada ha sido distinta. La primera vez necesitaba ver dónde había estado Jesús, que polvo arrastraron sus pies, los caminos y las calles que había recorrido en ese pueblo de hermanos que se matan sin piedad. Otra vez, buscaba en la Palabra de Dios la comprensión de la encarnación en esa tierra y con aquellas gentes que la habitaban. Treinta y diez años han pasado de las anteriores peregrinaciones. Esta vez contemplo y aspiro cada olor y fijaré mi mirada en cada color y en cada sombra, dejándome empapar del espíritu de Dios. ¡Ánimo y adelante!