Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

El itinerario religioso de Nick Cave: Ghosteen


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En los ocho posts anteriores, hemos visto el origen de Nick Cave y seguido el papel de la religión en su evolución hasta la pérdida de su hijo.

Ghosteen: Pasión y Resurrección

Posiblemente estamos ante el mejor trabajo de Cave hasta la fecha a lo largo de toda su carrera. Solo la profundidad de su sentir pudo haber dado lugar a una creación de tal hondura. El 4 de octubre de 2019 se ha presentado el disco 17 de ‘Nick Cave and the Bad Seeds’, un doble álbum en el que la banda da un nuevo giro estilístico, baladas intemporales. Su título, ‘Ghosteen’, un neologismo que habla del espíritu de un adolescente, sin duda su hijo Arthur Cave.

La portada del disco muestra un paisaje paradisíaco en cuyo cetro está un joven cordero, figura de Cristo niño, a quien, muy probablemente, une a su hijo. En esa imagen del Reino, el león descansa cerca del cordero, tal como profetizó Isaías (“el lobo morará con el cordero, el leopardo se echará junto al cabrito, y juntos andarán el tercero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará”, Isaías 11, 6). El niño-cordero –Cristo o Arthur- da forma al mundo convirtiéndolo en Reino. El hijo perdido se transforma en guía y en fuente de paz.



‘Spinning Song’ abre el disco con un relato con el aroma de los viejos cuentos de príncipes y reyes. Tras la muerte del rey y la reina, el hijo de ambos –figurado como un pajarito con alas y en esas alas hay una pluma especial- e incluso el árbol en que habían anidado, y el nido y todo fuera devuelto a la tierra, aquella pluma continúa dando vueltas y en los cantos que hablan de ellos siguen sus vidas sonando.

Es una extraordinaria canción cuya estética parece eternal. Los versos que repite salmódicamente al final van en esa línea: “Y te amo, y te amo, y te amo…/ La paz vendrá, la paz vendrá, la paz vendrá/ Volverá el tiempo, volverá el tiempo, volverá el tiempo ara nosotros…”. La confianza y esperanza de nuevo imperan en el corazón de quien ha sufrido la mayor pérdida que un ser humano puede sufrir.

La segunda pista abunda en esa esperanza en el regreso que ya hemos visto en el comienzo. En ‘Bright Horses’, Cave crea una visión de tono escatológico –es decir, trata del final de los tiempos- en tres escenas. En la primera, los caballos del amor, de piel brillante y crines ardientes, brotan de una mano en llamas. Nadie molesta, todos se ocultan mientras el cantor está al lado del hijo sosteniendo su mano.

En el segundo escenario de la visión, presenta un mundo en desolación: “Todo el mundo tiene un corazón y está clamando por algo/ y todos estamos cansados de ver que las cosas son como son: los caballos son solamente caballos y sus crines no arden en llamas/ los campos son solo campos y no hay Dios/ y todo el mundo está escondido y es cruel/ no hay escasez de tontos ni tiranos/ y la pequeña forma blanca que danza al fondo del vestíbulo/ es solamente un deseo que el tiempo no puede hacer desaparecer”.

La primera visión es desmentida por la realidad de un mundo de tontos y tiranos donde todos nos hacemos crueles y no es posible que corran caballos en llamas por los campos del Señor porque nadie cree en ellos. El niño muerto solamente es un fantasma blanco que se mueve al final del vestíbulo, un mero ojalá que el tiempo no puede resolver.

Entonces la visión da lugar al tercer momento, donde la esperanza retorna con mayor fuerza todavía. “Oh, este mundo es fácil de ver/ pero no significa que no podamos creer en algo/. De todos modos, mi hijo regresa en el próximo tren/ ya puedo escuchar el silbido del silbato/ Ya puedo escuchar su poderoso rugido/ Puedo escuchar los caballos galopar por los pastos del Señor./ Oh, el tren se acerca y estoy aquí en pie para ver7 está trayéndome a mi pequeño./ Bueno, hay algunas cosas que son difíciles de explicar/ pero mi pequeño regresa a casa hoy en el tren de las 5:30”.

Una extraordinaria esperanza escatológica trae a su hijo por los campos del Señor, que es un territorio bíblico, los de la Tierra Prometida y los campos del cielo unidos en un único Reino. Los caballos y el tren, fusionados, traen a su hijo de nuevo al padre, resucitado. No es fácil de explicar, pero podemos creer, sostiene Cave.

“Bueno, a veces es mejor no decir nada”, dice en la tercera composición del disco, ‘Waiting for you’. “Bueno, sólo estoy esperando por ti, esperando por ti, esperando por ti…”, repite el estribillo. De nuevo, el tema es la esperanza del retorno. “A veces un poco de fe puede llevarte muy, muy lejos/ tu alma es mi ancla”. La impaciencia y el ansia están lejos del corazón del cantor: “Ahora duerme, duerme ahora, tómate todo el tiempo que necesites”, dice al hijo del que espera su regreso.

‘Night Raid’ es la cuarta pieza de Ghosteen. Comienza con un cuadro: “Hay una imagen de Jesús descansando en los brazos de su madre”. Jesús puede ser un niño o puede ser la Piedad, donde la madre sostiene a su hijo muerto. Esa imagen está en la habitación de un hotel y el número de la habitación es 33, la edad de la muerte de Jesús. A continuación, el cantor habla a su hijo pequeño: “Eras un copo de nieve cayendo,/ flaco y pálido como una oblea, sí, ya sé/ Sentado en el borde de la cama cerrando las hebillas de tus zapatos/ deslicé mis pequeñas canciones bajo ti”.

El hijo Arthur era un chico pálido y delgado. La comparación con la oblea es también cristológica: el niño es Cristo, ese que murió a los 33 años y se encuentra tendido en los brazos de su madre. La descripción es también la del cordero de la portada: blanco como un copo de nieve y delgado. El cordero es la oblea, “este es el cordero de Dios que quita el pecado el mundo”, confiesa el sacerdote en la eucaristía.

A continuación sobreviene el desastre: un ataque nocturno bajo la lluvia, con los coches haciendo ruido y los caballos, de nuevo, galopando por las calles. La cabeza del chico se rinde y Cave trae de nuevo la imagen de Cristo tendido en los brazos de su madre, con la cabeza vencida y el pelo extendido al suelo. La canción mantiene el paralelismo entre el hijo y el Hijo de Dios. Es una canción sobre la Pasión del hijo, pero de nuevo resiste la esperanza: “nunca admitiremos la derrota”, pone en boca de la familia que acompaña al chico pálido y delgado en su habitación 33, en su hora de morir.

Letras y músicas guardan una absoluta coherencia entre ellas. Tienen el tono de un memorial, coros y órganos propios de un funeral, pero también de una meditación y de un lugar intemporal. Forman una iconografía cohesionada, de esperas, regresos y epifanías. El quinto corte es Sun Forest, en línea con todo lo anterior. “Me acosté en el bosque entre mariposas y luciérnagas,/ los caballos ardientes y los árboles en llamas”. Así se inicia la canción. Nos lleva al Paraíso, a los Campos del Señor de los que ya ha hablado, donde corren los caballos de fuego y el león yace junto al cordero en paz.

“Mientras, una espiral de niños escalaba al cielo”, es la visión que el cantor tiene tendido en el bosque. “Adiós y adiós a mí también/ A medida que el pasado se aleja y el futuro comienza/ Digo adiós a todo eso conforme avanza el futuro/ como una ola, como una ola/ pese a la salvaje resaca del pasado, vamos”. Cave aparece capaz de despedirse, de continuar al futuro admitiendo que su hijo asciende al cielo.

El estribillo viene a unirse a ese espíritu: “Vamos todos, vamos todos, una espiral de niños escala al sol/ al sol, al sol y por cada dorado peldaño/ una espiral de niños escala al sol”. La visión es propia de la mística que contempla la Scala Dei, la gran Escalera al Cielo de Jacob por donde ángeles y, en esta visión, niños inocentes suben a Dios.

Segunda estrofa. “Y un hombre llamado Jesús, Él prometió que Él nos dejaría una palabra que iluminaría la noche, oh, la noche”. Se trata de la promesa del Espíritu Santo y sus dones, entre los que en este contexto resaltan el don de consuelo junto con los dones de fortaleza, templanza, sabiduría y comprensión. No obstante, el cantor no siente esa iluminación: “Pero las estrellas cuelgan de hilos y parpadean una a una/ y no es divertido, no es nada divertido/ Estar de pie aquí solo sin ningún lugar donde estar/ Con un hombre loco de pena y a cada lado un ladrón”.

El cantor se imagina a sí mismo crucificado como Cristo, se identifica con su dolor y con la tiniebla espiritual que le hizo clamar “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. El cantor siente ese abandono pese a la promesa de una palabra que lo iluminaría todo. Termina la estrofa diciendo “Y todos colgando de un árbol, de un árbol/ Y todos colgando de un árbol”, del árbol de la cruz. Es una situación de estremecedora Pasión, sufrimiento y desolación, en la que nos imagina a todos clavados en la cruz.

Sin embargo, tras ese sentimiento de crucifixión, vuelve a cantar el estribillo de la espiral de niños subiendo al cielo. El tercer movimiento de la canción retorna a los tonos alegres y esperanzados, con una honda sabiduría: “Dicen que no hay nada más valioso que la belleza/ Ni nada más valioso que el amor/ Y me acuesto sobre las hojas entre los árboles en llamas, los campos de humo y las mariposas negras”. Los campos de humo se refieren al dolor crucificado que sufre la familia. Las mariposas negras son signo de luto, al modo de crespones.

Los árboles en llamas son una referencia al arbusto en llamas que ardía y no se consumía cuando Moisés fue llamado por Dios al Sinaí. Es una epifanía de la presencia de Dios. Simboliza la eternidad (el arbusto que ve Moisés está en llamas pero no se consume), la resistencia, el amor que no destruye lo que ama. Inmediatamente cave vuelve a asociarlo a los caballos –como al principio de la canción-, que también estaban en llamas y de ese modo parece que los caballos en llamas son un trasunto del arbusto en llamas de Moisés.

El estribillo final varía: “Estoy aquí, a tu lado,/ Búscame en el sol/ Estoy a tu lado, estoy dentro,/ En el sol, en el sol”. El cantor ya no observa la escalera espiral al cielo de niños desde el bosque, sino que está dentro del sol, en el corazón de Dios, donde espera al hijo, donde se pone a su lado. Sol y Dios se identifican.

En ‘Galleon Ship’, la sexta pista, el cantor va en una gran nave que sube y baja por el firmamento siempre dentro del amor, alrededor del sol. “Te veo en todas partes”, canta. En la sexta canción, ‘Ghosteen Speaks’, Cave parece que da voz al hijo perdido. “Estoy a tu lado”, le repite, “Búscame”. “Intento recordar que esta nada es algo donde debo estar/ Creo que se han reunido aquí por mí”, trata de comprender el lugar donde está: está con otros que se reúnen para estar con él, es donde ahora debe estar. “Están cantando para ser libres, mis amigos se han reunido aquí por mí”, es una comunión de amistad que canta para alcanzar la plenitud.

Estas visiones celestiales que recorren el disco no son frías ni lejanas, sino que son de absoluta cercanía. Tanta que la canción revela: “Estoy dentro de ti/ y tú estás dentro de mí,/ Estoy a tu lado/ y tú estás a mi lado”. Este estar dentro y a su lado, muestra el grado de comunión que solamente se puede comprender desde esa espacialidad de estar dentro y al lado a la vez. El padre está dentro del hijo y el hijo del padre y cada uno al lado del otro, en perfecta unidad. El tono del álbum no es elegíaco sino de consuelo y esperanza, una visión celestial de armonía, aunque no niega el dolor.

En la siguiente canción, ‘Leviathan’, el cantor está con su amada o su hijo frente al mar, dentro e un coche. Recordemos que Arthur falleció al despeñarse por un acantilado al mar. La canción repite de modo muy sencillo que ama a su pequeño y su pequeño le ama. Ese Leviatán no es nombrado en la canción, pero está ahí presente, ante ellos. No hay negación, no se retira la vista al dolor, pero se quiere mirar más allá.

En la novena pista, llamada ‘Ghosteen’ -primera de las tres que forman la segunda parte del doble álbum-, volvemos a encontrar la gran cercanía y presencia viva del hijo, el espíritu adolescente que danza en la propia palma de la mano de los padres, mientras pasan la noche juntos y hablan. El retorno que se anunciaba ya es presencia desde hace tres canciones –estoy a tu lado, estoy dentro…-.

‘Fireflies’ –décima y penúltima pieza, que Cave recita como poema- comienza de nuevo en su primer verso con “Jesús tendido en los brazos de su madre”, esa imagen universal de la Piedad. Ese hecho ya no es una imagen colgada de una habitación de hotel, sino que tiene alcance cósmico. La Piedad es un fotón liberado de una estrella moribunda. El hijo Arthur es también un fotón liberado de la Tierra, en la que, sabemos desde el comienzo del álbum, las cosas nacen y mueren permanentemente.

Es más, “todos somos fotones liberados de una estrella moribunda/ Somos luciérnagas que un niño ha atrapado en un frasco”. Todo estamos en ese proceso cósmico de liberación. Siente el poeta la distancia de las estrellas, la distancia de los otros, “estoy aquí y tú estás donde estás”. Comprende todo como un proceso en marcha, pero se siente encerrado en el mundo igual que la luciérnaga en el frasco de cristal.

Ya no está en el bosque del Reino y Campos del Señor, entre árboles y caballos en llamas que no se consumen –que es Dios en el arbusto de Moisés-, sino que el poeta está en un bosque oscuro en el que la luz es parcial, no pueden dormir y se teme a los sueños, no hay orden y no se puede planear. Se siente encerrado en este mundo. “Somos luciérnagas que iluminan intermitente y débilmente en la oscuridad”.

Es una hermosa imagen llena de humildad y consciente de la limitación del ser humano por sus propias fuerzas, solo en ese firmamento de estrellas lejanas que extiende. No obstante, el intento es glorioso y no detiene su esperanza entre el padre y el hijo: “nos acostamos entre nuestros átomos y te hablo de cosas/ y a veces espero que quizás entiendas”…

La obra termina con una composición muy larga que supera los 14 minutos, que se titula ‘Hollywood’. Comienza informando de que “los fuegos continuaron durante toda la noche/ El niño con cara de murciélago apareció en la ventana y luego desapareció entre los faros…/ te había abandonado como un fantasma en tu anhelo y tu ansia”.

Esa visión de fantasma desagradable y sin consuelo contrasta con lo escuchado hasta ahora. En este nuevo canto dice que “ahora hay poco espacio para la maravilla y poco espacio para la locura también/ Nos arrastramos hacia nuestras heridas”. Es una situación de oscuridad, sufrimiento y desolación.

El cantor se ha cambiado de ciudad y se ha ido a vivir a una colina californiana. Compra un arma pues merodea un puma –que es blanco, como el cordero, al oblea y el niño de ‘Night Raid’- , está herido y en vez de corazón tiene un terrible motor de ira. Acecha durante todo el día con furia, pero por la noche se tiende en los brazos del cantor, como en la Piedad. En ese mecer al hijo muerto, el cantor “solo espero que llegue mi hora… mi lugar en el sol… esperando que llegue la paz”. Espera la paz de la muerte. Mientras llega, “nos escondemos en nuestras heridas”. No hay sublimación del dolor y la Pasión, pero es conciente de que “Oh, nena, estamos huyendo”.

La tercera estrofa vuelve a ser una visión consoladora. “Ahora estoy en pie en la orilla/ Todos los animales deambulan por la playa,/ criaturas marinas surgen del mar/ y estoy en pie en la orilla/ Todos echan a correr/ y el niño deja caer su cubo y su pala/ y se sube al Sol”. Esa visión pone al padre en el lugar donde su hijo murió, en la orilla del mar. Ve a su hijo cuando era un niño, jugando con la arena y el agua, con su cubo y la pala. De nuevo le ve ascendiendo al sol junto con todas esas criaturas que le acompañan y son propias de la naturaleza. Es el propio mundo el que asciende con él, no un ensueño de fantasía.

En la cuarta estrofa vuelve al momento en el que un niño muere y los vecinos le dicen a la madre –llamada Kisa- que mejor entierre rápido a su bebé. Entona entonces el estribillo: “Es un largo camino para hallar la paz de la mente”, repite. En la quinta estrofa la madre –Kisa- lleva a su hijo muerto a Buda y éste le dice que busque un grano de mostaza –que en el Evangelio es el comienzo del reino de Dios- en un hogar en el que nadie hubiera muerto. Kisa busca, pero en todas las casas alguien había muerto; no encontró el lugar donde reina la eternidad.

Entonces ella fue al bosque y enterró a su hijo. Es el mismo bosque donde estaban en oscuridad, con poca luz de las estrellas, deambulando como luciérnagas de débil luz. Es el mismo bosque, quizás, que el cantor vio transformado por su visión de árboles y caballos de fuego. La última canción termina con ese escenario de dolor y espera de una paz que parece que solo el final de la vida podrá traer.

El disco no ofrece un itinerario del dolor a la consolación, sino que es sincero sobre la permanencia del dolor. Hay visiones místicas de resurrección, pero eso no resta dolor ni espera. Hay cercanía y comunión plena con el hijo muerto, pero también experiencia de distancia y desolación, especialmente por parte de la madre del hijo –Kisa es sonoramente cercano a “Susie Bick”, con K y S, si lo leemos al revés-. El disco no es una última palabra, sino parte de un itinerario complejo y sometido a fuertes vivencias de destrucción y reconstrucción.