José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

El cardenal que lloró en el Sínodo


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JUEVES 11. Vuelo a Roma. Me entrego a ‘El Bar’, de Álex de la Iglesia. Recomendada por Celada. Recomendable.Prometo no desvelar nada. Solo una reflexión de uno de los personajes. “El miedo nos mata. El miedo nos muestra cómo realmente somos. Todo lo demás es mentira”. Pienso en los mártires. En los que huyen de serlo. Y en los que, sin serlo, se presentan falsamente como tales.

VIERNES 12. Fin de la charla con Rosa Chávez. Saca de su mochila –subráyese, cardenal con mochila–, una pequeña ristra de postalitas con frases de Romero. “Le llamo propaganda subversiva”, bromea, como si no fuera considerada como tal todavía para muchos de los que alternan por Borgo Pío.

SÁBADO 13. La Embajada organiza un debate sobre la influencia de la cultura pop en la Transición. Al paso, le entregan a Raffaella Carrà la encomienda de número de la Orden del Mérito Civil. Nunca fue cantautora protesta. Su rebeldía venía a golpe de melena. “Llegué a una España silenciosa, como un torbellino, agitando todo el cuerpo… Y sin laca, la forma de mover mi pelo era un grito de la libertad de la mujer”. Revulsivo que calaba como el sirimiri ante el cambio que se anhelaba.

DOMINGO 14. San Pedro, a rebosar. Justo hoy. Aunque no se quiera exhibir músculo, la alfombra blanca de sacerdotes para reconocer a Montini y Romero son un aval. De los pesados.

LUNES 15. Preocupado por el pastoreo africano. Me chivan que, en la elección de su representante sinodal, se escogió, con un sesenta por ciento de los votos, al cardenal Turkson. El resto, que no son pocos, fueron para Sarah. El resto, que no son pocos.

MARTES 16. Varios padres e hijos sinodales coinciden en que la intervención más jaleada hasta la fecha corresponde a Luis Antonio Tagle. El cardenal de Manila recordó que durante un campamento le regaló una camiseta a un chaval. Con firma y todo. Un año después, el joven le confesó que siempre durmió con ella. En medio de una crisis familiar grave, aquella tela fue, para él, el único refugio de una figura paterna. El purpurado filipino se reconoció como padre y pastor gracias al joven. Tagle lloró ante todos como ese niño. Y el Sínodo se conmovió.

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