Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El abrazo


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Creo que es bien sabido que me encanta leer. En estos días me he devorado un libro precioso que recomiendo. Se llama ‘A orillas del Yukón. Encuentros en Alaska’ y recoge lo vivido por el autor –Bert Daelemans–, a quien tengo la suerte de tener por amigo, durante los meses que estuvo entre esquimales. Hay un capítulo que titula ‘El abrazo’ y en el que se detiene en cómo los yu’pik prolongan sus abrazos cuando dan el pésame, manteniéndolos un poco más en el tiempo de lo que solemos hacer los europeos. A partir de esta y otras experiencias personales, recuerda que todos tenemos nuestro origen y nuestro fin en un gran abrazo del Padre y, mientras tanto, “ahí fuera hay un mundo lleno de abrazos esperándonos”.



Estas palabras resuenan en mí de modo peculiar, no sé si por la situación de pandemia, por el distanciamiento social que ahora se impone como forma de cuidarnos unos a otros, o quizá sea también por cierto ambiente de crispación que percibo, al menos en las redes sociales y en el ámbito político. Entender en este contexto que el sentido de toda vida humana puede ser presentado en clave de abrazo me parece un reto precioso. En un abrazo no hay ni un vencedor ni un perdedor, porque todos ganan en la acogida que expresa. No hay razones que dar ni argumentos que rebatir, porque solo hay humanidad puesta en juego. Un abrazo no requiere palabras, pero se convierte en uno de los gestos más expresivos, especialmente en medio del dolor, tal y como hacen los yu’pik como expresión de pésame, cuando no hay discursos capaces de consolar o no hay argumentos que puedan aliviar.

abrazo ilustración del cuento de Navidad 2017

Estamos en plena desescalada y quizá de ahora en adelante será cuando más se evidencien las heridas que se han abierto y se abrirán en demasiadas personas. Por más que tengamos cuidado con la cercanía física, puede ser un momento privilegiado para entender desde dentro que nuestra existencia está llamada a ser abrazo. Ojalá, como los esquimales, también nosotros podamos prolongar un poco más ese abrazo que consuela, acoge y repara al otro… ¡aunque sea a dos metros de distancia!