Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 60: los canarios de la mina


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El gobernador Andrew Cuomo añadió un nuevo símbolo para Nueva York al definir a la ciudad como “el canario en la mina” que con sus 20.000 muertos estaba advirtiendo de la pandemia al resto de Estados Unidos, que ya ha superado los 80.800 muertos por Covid-19, casi un tercio de los que suma todo el planeta (que ya superó los 280.000).



La explotación subterránea de hulla tiene el problema de las bolsas de una mezcla de metano y dióxido de carbono que se denomina grisú y que es altamente inflamable. Las explosiones que se producen provocaron la muerte a millares de mineros a lo largo de la historia. Para evitarlo se crearon diferentes inventos como el gisúmetro de Coquillon o el indicador Monnier, pero todos eran extremadamente frágiles e inseguros.

Fue el médico escocés John Scott Haldane quien sugirió en 1906 la idea de usar animales centinelas. Dos ingenieros canadienses llamados Nasmith y Graham experimentaron la sensibilidad de distintos ratones y aves al grisú, y descubrieron que el animal más vulnerable al grisú era el canario. Con tan solo la presencia de un 0,25 de dióxido de carbono, el pajarillo perece.

Escuchar a la Lombardía

El Consejo Superior de Minería de los Estados Unidos adoptó a comienzos del siglo XX la medida de que los mineros bajaran con pequeñas jaulas de canarios a las galerías. El ave cantaba continuamente hasta que había una fuga y moría. El instante en el que el canario dejara de cantar, había que abandonar corriendo la mina pues había peligro de explosión. Hasta el año 1999 se siguieron usando canarios en las minas.

El gobernador Cuomo de Nueva York dice que la Ciudad que Nunca Duerme es el canario de esa fuga vírica que se extiende por Estados Unidos. Nueva York ha dejado de cantar, en los teatros de Broadway ya no suenan los musicales y el continuo ruido del tráfico ha desaparecido. Ningún bohemio canta en las esquinas de la Greenwich Village y los coros gospel no celebran el culto en ninguna iglesia de Harlem. El canario dejó de cantar y eso tenía que haber provocado que el resto del país huyera a sus casas porque la explosión estaba ya a punto de producirse.

Nueva York podía haber visto que Madrid era también un canario que dejó de cantar y, semanas antes, toda Europa tenía que haber escuchado a Lombardía, que también fue canario y, anteriormente lo fueron Teherán, Beirut y Wuhan. Y hay muchos lugares del mundo que son “canarios” en las minas, talas, factorías o cultura con que las explotamos: pueblos indígenas del Amazonas, las mujeres de Ciudad Juárez, los osos del Ártico, los niños mineros del coltán en Congo, las empleadas domésticas de Europa, los jóvenes heroinómanos estadounidenses, los trabajadores suicidas de China, los mayores que fallecen en residencias, los tigres en extinción, los árboles que arden en Australia, los jóvenes angustiados porque les destruimos el planeta… desfallecen en sus jaulas porque no pueden respirar.

Permanecer atentos

La destrucción de la naturaleza, al maltrato animal, el hipercapitalismo, el sinsentido y la banalidad, las divisiones polarizadas, la violencia, la indiferencia al dolor o el integrismo religioso se ha hecho respirable para nosotros. A fin de cuentas, respiramos y hacemos respirar a nuestros hijos el aire contaminado de las ciudades, que mata a decenas de miles de personas cada año y perjudica la salud gravemente. Pero esos canarios no pueden soportarlo, su corazón es demasiado sensible y no está petrificado, no tienen todavía la sensibilidad suficientemente anulada. Esta pandemia debería comprometernos a todos a no dejar nunca de escuchar su canto ni cuando desfallecen o mueren.

Los más vulnerables son los mejores centinelas. Las grandes tendencias sociales suelen afectar primero a la infancia, los mayores, las mujeres, las personas con discapacidades, los excluidos, los pobres. Y hay gente también muy sensible que en cuanto sucede algo negativo, enseguida perciben el aire viciado y alzan la voz. Hay que permanecer atentos a las avecillas más pequeñas, a las más sensibles, a las que realmente son los centinelas del mundo. Suelen ser los pobres, los poetas y los profetas.