Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 15: empresas y ONG tienen un valor imprescindible


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La principal enseñanza de la crisis va a ser un clamor general por una sociedad que priorice fuertes redes de servicios públicos. El riesgo es que se crea que público es igual a estatal. Lo público integra a las entidades que cumplen en red un servicio público regulado por la Administración Pública. En esta crisis, decenas de miles de ONG y empresas están dando lo mejor de sí y es de justicia reconocerlo. Hay que regular, cooperar e integrar. Sumar para el bien público, no dividir.



Cuando salimos a aplaudir, lo hacemos para todos los sanitarios y servidores de este país, trabajen en centros de titularidad estatal, social o privada. Me duele cuando escucho por el balcón demonizaciones y estigmatizaciones de lo que no es estatal. Hay muertos en residencias privadas y públicas, en centros de personas sin hogar que son privados y públicos. Los profesionales arriesgan su vida en centros públicos y también privados. Sin embargo, hay quien aprovecha esta crisis para demonizar y estigmatizar lo que no sea estatal –sea empresa, ONG o Iglesia– y eso duele porque es injusto y destructivo. Por ahí, no hay futuro.

Ojalá esta crisis nos haga valorar y priorizar los servicios y bienes públicos. Lo que se necesita es integrar una potente red de servicios públicos, no dividir ideológicamente y excluir todo el valor público que aportan decenas de miles de organizaciones sociales y empresas. La vía es el servicio, la cooperación y la integración. El riesgo es la mercantilización, la estatalización y la división. Cuando reivindicamos unos servicios sociales universales, eficaces y equitativos, hablamos de fortalecer el conjunto de la red que ofrece servicios públicos de salud, educación, empleo, investigación o inclusión social, etc.

El futuro señala al marco de la Sociedad e los Cuidados. Lo moderno y eficaz es la cooperación, los partenariados, la autogestión comunitaria, la economía social, las alianzas, la transversalidad, las redes, las entidades híbridas, los proyectos multilaterales, la participación ciudadana, la democracia deliberativa, etc. El dualismo estatal-privado es falso, dañino y obsoleto.

El ejemplo de Corea del Sur

Por ejemplo, Corea del Sur se ha convertido en el ejemplo mundial de respuesta eficaz, universal y equitativa a la pandemia de coronavirus. Solo 140 muertos y poco más de 9.300 contagios a 27 de marzo. El mismo día, Francia tiene 30.000 contagiados y 1.700 muertos. Solo Madrid, multiplica por 15 el número de muertos de todo Corea del Sur (que tiene 51,5 millones de habitantes).

Corea del Sur es el cuarto mejor sistema del mundo y el primero por criterio de accesibilidad universal. Su sistema sanitario es una red integrada de entidades en la que el 94% de los hospitales es de gestión privada (88% de las camas). Hay 43 hospitales universitarios, de los cuales 30 pertenecen a universidades privadas. El problema no es la titularidad de los servicios, sino el modelo de gestión, la cultura del bien público y la regulación que hace que sirvan al interés público, especialmente a las personas social y económicamente vulnerables.

Una cosa es mercantilizar los servicios públicos y otra crear una red donde las fuerzas de la sociedad civil pongan lo mejor de sí en forma de empresas, comunidades, fundaciones, ONG, etc. para producir valor social. Ese sigue siendo el reto de nuestra sociedad: integrar, no dividir según un viejo, dañino y obsoleto dualismo entre lo público-estatal y lo privado-mercantil. La demonización de lo empresarial lastra el desarrollo de este país. Al mismo tiempo, la difusión de la imagen del funcionario desmotivado e ineficaz es mentira, es injusta y carcome un país. Las ONG son las instituciones en que más confían los ciudadanos según dicen continuamente las encuestas, pero también han sido objeto de campañas que extendían las sospechas sobre ellas.

El ingreso de la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, ha mostrado cómo la ideología de la división estatal-empresarial es falsa. Para ser asistida médicamente recurrió a MUFACE, que es una mutua, una comunidad de mutualistas, de carácter social y recíproco. Esa mutua tiene forma de organismo autónomo de la Administración Pública. El 80% de los funcionarios elige el sistema mutualista y el 20% la seguridad social. MUFACE, a su vez, tiene un convenio de colaboración con la Clínica Ruber, que es donde la vicepresidenta fue ingresada. Dicha clínica madrileña pertenece a la compañía Quirón Salud, que, a su vez, es propiedad del grupo alemán Fresenius.

Sin duda, hemos comprobado dolorosamente cómo el neoliberalismo y el hipercapitalismo han avanzado en la mercantilización de servicios que deberían servir el interés general. Ha habido casos en los que se ha incurrido en sobreprecios y casi siempre esa corrupción ha sido impulsada por partidos políticos o clanes dentro de partidos políticos. Hay un modo de poder estatal que corrompe el propio servicio público.

Si hay residencias de mayores –tanto estatales como sociales y empresariales– que no tienen suficiente personal, es porque ha fallado el regulador –la Administración– y no ha exigido ratios mayores. En mi experiencia, eso puede ser provocado por dos cosas: por negligencia y/o por influencia indebida sobre el político o el funcionario. En este país padecemos un gran mal: el clientelismo. Los servicios públicos arrastran un fuerte clientelismo que hace favorecer a determinadas empresas o entidades a cambio de dinero, favores, prestigio (fotos) o servilismo a la voluntad del político o funcionario. El clientelismo es un gran mal y se produce cuando la participación de la ciudadanía y la sociedad civil es insuficiente en la Administración.

Empresas y entidades hay muchas, la Administración le da forma a esa red: establece la regulación, pone los precios, inspecciona, pone los criterios de evaluación, evalúa (en principio…), etc. Hay lugares y departamentos de la Administración que lo hacen así; muchos otros, no. En realidad, una red en la que haya diferencias injustas entre los servicios estatales, social-comunitarios y empresariales, habla sobre todo de la negligencia o clientelismo de los poderes públicos.

El riesgo de la mercantilización

Cuando los poderes públicos solo valoran por la bajada de precio y no por las calidades o el valor integral de la propuesta, no es el mercado quien mercantiliza sino que es un ejercicio –paradójicamente– de estatalismo. Social, comunitaria y cívicamente, el valor se forma de modo mucho más complejo. De todos modos, es difícil hablar con rigor de sobreprecios y de los costes reales, porque muchas veces la Administración carece de la pericia y medios para saber cuánto cuesta realmente cada cosa. Se hacen divisiones globales de ingresos, pero no hay un análisis de costes riguroso.

La mercantilización es un riesgo continuo porque, igual que la mayoría de empresas tratan de hacer honestamente su trabajo por un precio justo, también hay empresas voraces y piratas, dispuestas a incrementar sus beneficios a cualquier coste. Los primeros en padecerlas son las propias empresas que quieren hacerlo bien, porque no pueden competir con ellas cuando bajan calidades o ganan concursos por clientelismo. Lo que necesitamos no es excluir a las empresas, sino elegir cuáles son las empresas que realmente crean valor. La empresa no tiene como misión principal crear valor para el accionista, como ha dicho la doctrina mayoritaria durante décadas. Es mentira. Eso es lo que tiene que cambiar. La principal misión es crear valor para el cliente y la sociedad, y el beneficio debe ser razonable, justo y proporcional.

También hemos comprobado con mucho dolor la arrogancia del Estado, la gubernamentalización de los servicios públicos, el debilitamiento sistemático de la sociedad civil, el saqueo sistemático del patrimonio público, el mal de la partitocracia sean dos o seis los partidos en lid.

Sobre todo, hemos padecido cómo trabajadores de empresas, organizaciones sociales y Administraciones han sido puestos unos en contra de otros. Todos hemos tenido reuniones de amigos o familia donde el profesor de un instituto ha acabado discutiendo con el profesor de un centro concertado, la enfermera que trabaja en un centro de salud discute con quien trabaja en una mutua. Eso nos divide, nos debilita y es un conflicto falso.

Ahora, en tiempos de coronavirus, es necesario que no cedamos a esa división. Aplaudimos a los profesionales sanitarios, sociales, de seguridad o educativos que están trabajando desde toda la red de entidades que sirve al bien común, que da lo mejor de sí mismo para salvar y cuidar la vida. No cedamos al fanatismo de la unilateralidad y el maniqueísmo. Los verbos para fortalecer lo público son regular, cooperar e integrar.