Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Del miedo a la intimidad


Compartir

Probablemente, si pudiésemos auscultar nuestra alma con un termómetro del miedo, muchos estaríamos gravemente enfermos. Los miedos que no obedecen a causas concretas y reales de las cuales hay que defenderse, sino que son elaboraciones de nuestra mente, son una verdadera presencia omnipresente, como un manto gris que se cierne sobre nosotros y que en cualquier momento nos puede cubrir y aplastar.



Cualquier movimiento, pensamiento u acción que realicemos siempre va acompañada de esa cuota de angustia y pánico a ser arrasado en la integridad y dignidad biopsíquica y espiritual. El gran costo de esto es que nos volvemos víctimas de nosotros mismos y dejamos que “la loca de la casa”, con su alocada y temerosa interpretación de la realidad, tome nuestras elecciones y nos dirija a su voluntad. Y he aquí el gran germen de un problema humano histórico de trascendencia brutal: el miedo se alía con el poder y es terriblemente eficaz en esclavizar a las personas que ceden su libertad antes de ver plasmadas sus peores pesadillas en la realidad.

Miedos externos

En todas las épocas de la historia y en todas las etapas de la vida, el ser humano es sujeto de miedos. Miedo a crecer, miedo a envejecer, miedo a la enfermedad, miedo a asumir responsabilidades, miedo a asumir compromisos, a ser padres, a morir… Sin embargo, una vez más, el tipo de vida que hoy llevamos ha hecho que la cantidad de temores ya existentes se amplifiquen y diversifiquen de tal modo que hoy prácticamente es casi imposible vivir sin miedo.

Hay miedos ecológicos, socioeconómicos, políticos, valóricos, religiosos, tecnológicos, biológicos, migratorios o culturales que se superponen como una verdadera torta de milhojas en nuestra capacidad emocional. Cada país, con su complejidad, tiene sus propios miedos y a eso se suman los miedos laborales, familiares, corporales, espirituales, relacionales, a las redes sociales, a las funas, a los estallidos sociales… Uf, la lista de verdad es interminable y agobiante. La complejidad existe y seguirá en aumento en la medida en que crezca la información y su velocidad de conexión. Sin embargo, hay varias actitudes que nos pueden prevenir un tanto antes de morir aplastados en la amargura y la desolación total:

  • No ser ingenuos: alguien está detrás de estas noticias que nos generan miedo. Hay intereses creados que buscan controlar las decisiones de las personas y debemos recibir críticamente la información. También hay muchas cosas buenas sucediendo que no están siendo informadas con la misma frecuencia, profundidad e intensidad.
  • Racionalizar: muchas veces “comulgamos con ruedas de carreta” y nos tragamos el miedo sin cuestionar fuentes ni verosimilitud. Para ello, volver a “pensar” el miedo que nos asusta y cuestionarlo de frente nos puede ayudar a desarmar sus “alaracos” y no sobre reaccionar ni menos replicar.

Miedos internos

También dentro de nosotros hay una tensión difícil de manejar y que produce mucho temor; es el tema de la cercanía y la distancia con los demás. Transitamos pendularmente desde el extremo de la soledad mordiente o del agobio sofocante de los demás y ambos son infiernos que nos producen pánico vital. Uno es frío y el otro ardiente, pero ambos no nos dejan ser y hacer con libertad lo que somos porque nos atemoriza ser rechazados en nuestra necesidad básica de pertenecer a la comunidad.

Este miedo también se manifiesta a nivel social cuando los grupos se cierran frente a otros que no piensan igual. Sectas, polarizaciones, ideologías extremistas y trincheras son la manifestación de este miedo ancestral. Algunos podrían pensar que lo virtuoso es el punto medio entre cercanía y distancia, pero, la verdad, podemos aspirar a una dimensión diferente donde el medio esté ausente y solo el amor impere en lo relacional.

Intimidad

A ese “lugar” le denominaremos intimidad. Pero, antes de aventurarnos para allá, bien vale mirar nuestros miedos, externos e internos, y ver dónde están sentados. El mundo ejerce sobre nosotros una fuerza demasiado grande e inconsciente y puede ser que estemos haciendo las preguntas equivocadas y, por ende, las respuestas también serán las erradas. El miedo engendra más miedo.

¿Cómo revertir el proceso entonces? Lejos de ir a pelear contra el mundo y/o buscar en él seguridad limosneando “aspirinas” para nuestros miedos en la adquisición de poder, conocimiento, competencias, notoriedad, éxitos, amigos, sensaciones, placeres o bienes, el camino es “hacia dentro”. En vez de dispersar nuestra vida y energía poniendo en cada estímulo de miedo un pie para apaciguar el terror, debemos recogernos y hacer un trabajo espiritual riguroso (una ascesis) que nos permita entrar en intimidad con nosotros mismos y con Dios/Amor que nos habita formando un hogar con nosotros.

Disciplina espiritual

Se trata de una disciplina espiritual que despeje la mente de todos los ruidos del miedo que la acechan y le permitan redescubrir el camino a casa que posee y que es su pedacito de cielo dado en herencia y cuidado desde el momento de su creación.

  • La intimidad: cuando hablamos de intimidad nos referimos a un hogar psíquico y espiritual, donde podemos reír y llorar, abrazarnos, soñar, jugar y ser a nuestras anchas en plena paz y libertad desplegando todos nuestros dones y talentos con seguridad, protección y una tibieza y acogida incondicional. Hoy, lamentablemente, ya son muchos los que carecen de esta vivienda fundante, no solo en forma literal, sino también desde el punto de vista afectivo, producto de los vínculos que hemos construido muchas veces higiénicos, desechables, condicionados e individualistas. El problema de fondo es que “nadie da lo que no tiene” y, si uno no reconoce su propio hogar o intimidad, poco podrá ofrecer un hogar o intimidad a otros.
  • Cómo se abre el camino: lo primero y más esperanzador para todos es que en cada ser humano existe un hogar susceptible de ser redescubierto, reparado, decorado y habitado nuevamente si estamos dispuestos a peregrinar hacia dentro de nosotros mismos. Habrá que luchar contra “sapos, culebras y dragones” que enviará nuestro ego para resistirse. Habrá que llorar para regar las semillas de la humildad y la vulnerabilidad, pero potencialmente todos tenemos en nuestras manos la llave de nuestro cielo y de paso el de los demás.
  • La intimidad lleva a la solidaridad: lo más lindo de experimentar la intimidad es que, al entrar, lejos de llegar a una casa solitaria, vemos que dentro de ella habitan todos los seres de la humanidad, de todos los tiempos, sin distinción ni miedo alguno que nos pueda separar. Es como un pequeño portal para entrar al cielo infinito donde habitan todos en el amor perfecto y sin contrariedad. Que cada uno de nosotros recupere su propio hogar no es solo una cuestión de salvación personal; es la única salida para la humanidad dividida, anhelante de cielo, unidad, complementariedad y fraternidad. Nuestro pequeño aporte y trabajo espiritual sí es relevante en la construcción del cielo acá. Cultivar nuestra intimidad y salir del miedo es la forma de gestar la re-evolución amorista y edificar nuestros hogares en el “tiernitorio” en el que todos queremos vivir.