Dar a cada uno lo suyo


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Tras ahondar en tres virtudes principales para el ecónomo –prudencia, fortaleza y templanza–, solamente queda una del cuarteto de virtudes cardinales, que atañe al corazón de nuestros desvelos económicos: la justicia.



Solemos asociar la justicia a la rectitud o la santidad, como por ejemplo el prototipo de ecónomo ejemplar, el justo san José. Igual que en las Escrituras, los juristas romanos o Aristóteles también definían que justo era quien se ajustaba a las leyes, civiles, morales o divinas. Por tanto, la justicia, cuando se utiliza en general, hace referencia a la bondad, la suma de todas las virtudes. Como cristianos, estamos llamados a este ejercicio de virtudes en nuestro día a día, no barnizando algunas acciones de valores o imagen corporativa, sino esforzándonos para que cada acto y cada decisión se tomen con fundamento en el bien último, en la voluntad de Dios.

Sin embargo, la justicia que nos afecta directa y especialmente como ecónomos es la particular, la justicia en sentido estricto; que se define como dar a cada uno lo suyo. Lo justo es lo que corresponde a cada uno. En ese sentido, la justicia tiene que ver con repartos. Cuando se da la circunstancia de que es necesario repartir algo, el hombre justo desea que se produzca un reparto justo, es decir, que cada uno reciba lo que le corresponde conforme a su naturaleza, función y mérito. De ahí su importancia económica.

Primero, porque es la virtud social por excelencia, y, por tanto, la primerísima virtud económica. Es la única virtud que no perfecciona a quien la practica, sino a los demás. La paciencia, la humildad, o la templanza edifican primeramente a quien las ejerce, aunque otros se beneficien de este actuar virtuoso. Con la virtud de la generosidad se puede ver fácilmente: cuando doy más de lo que debo, el objeto de lo que doy es lo mío, que regalo con desapego, con generosidad. Sin embargo, en la justicia no doy de lo mío. Doy a cada uno lo suyo.

¿Partes iguales?

¿Qué implica esto para la economía? Que debemos estar siempre atentos a que se respete exquisitamente este mínimo social de que a cada uno le corresponda lo que se le debe. En el reparto de las funciones, de los bienes, de los derechos, de aquello que cae bajo nuestra responsabilidad, no podemos repartir conforme a apetencias, favoritismos; o por pereza, siempre a partes iguales: Salomón no corta al niño por la mitad.

Nuestros repartos deben cumplir con lo que cada uno necesita por sus circunstancias, deben responder a los méritos y necesidades de cada uno, no con un rasero igualitario, sino conforme a la situación, esfuerzo, y condiciones personales de cada uno de nuestros trabajadores, proveedores, clientes, de aquellos a quienes servimos con nuestro carisma, o de aquellos ante quienes respondemos de nuestras acciones. Alveus se vuelca en esta especificidad, en que no a todos corresponde la misma evaluación, las mismas necesidades, el mismo presupuesto. A cada uno debe dársele conforme a sus necesidades, no conforme a nuestra comodidad.

Esto nos permite afrontar la segunda enseñanza de la justicia. El justo, a la hora de comprender y realizar el reparto, se cuida mucho de “empoderarse”, de considerar que todos le deben algo por el mero hecho de existir. El ecónomo justo busca repartir con justicia, no exigir: la justicia es dar a cada uno lo suyo, no que me den a mí lo mío. En una era de individualismo, en que brillan los derechos y las exigencias, y pronto se olvidan los deberes y responsabilidades, debemos reivindicar la actitud de buscar merecer lo nuestro, para que nuestro derecho no solo sea equitativo hacia los demás, sino acorde con uno mismo y sus méritos.

 

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