Rafael Salomón
Comunicador católico

Burbujas de jabón


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Lo vi en una esquina, era un hombre de aproximadamente 78 años, en la más brutal pandemia y en plena crisis sanitaria mundial, donde las recomendaciones para estar en la calle son precisas, ahí estaba aquel hombre, vendiendo burbujas de jabón o lo que en algunos lugares le conocen como pompas de jabón. Estaba ofreciendo un producto para los más pequeños al medio día en la esquina de un mercado, no había ningún posible cliente a esa hora, pero aquel anciano soplaba con tal esmero como si las burbujas que salían de aquel rústico aparato pudieran ser la solución a su precaria economía.



Su necesidad era grande, había que vender algo para comer ese día y al mirarle sentí una gran ternura y me invadió una enorme preocupación ¿cuál será la historia de aquel hombre para exponerse de tal manera? ¿Y si no vendiera nada aquel día? Una pregunta tras otra dentro de mi cabeza después de verlo sin cubrebocas, ya que impediría soplar y crear ese efímero espectáculo de alegría, en cada respiro se estaba jugando la vida, sus burbujas y la comida del día valen la pena el riesgo.

Nadie compró nada en el tiempo que estuve observando, las personas lo evitaban, buscaban algo más necesario para llevar a casa y seguro que ninguno había pensado en llevar burbujas de jabón a sus hijos para que olvidaran por unos minutos el encierro y el forzado aislamiento. No cabe duda que este virus nos está demostrando la desigualdad de formas de vivir este tiempo, muchos adultos mayores están siendo cuidados con el más estricto control y algunos han sido aislados con todas las comodidades en lugares cálidos para beneficio de su salud, de acuerdo a las posibilidades de las familias y otros como este sencillo vendedor quien tiene que salir a ganarse la vida, exponiéndose por unas cuantas monedas para poder sobrevivir. Me acerqué y le compré un frasco de burbujas, tal vez no había tenido suerte en todo el día, me lo dijo su sonrisa y esa palabra ¡Gracias! Le pedí que se quedara con el poco cambio y guarde esas burbujas como recuerdo de aquel instante.

Las anécdotas de esta pandemia tocan de forma contundente mi vida y basta que podamos abrir nuestro corazón y nuestros ojos, porque los más necesitados están tan cerca de nuestras puertas.

Me alejé acariciando aquel frasco de plástico en mi mano, apreté mi garganta por ese nudo que contiene las lágrimas, pensando:

“Lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.  Mateo 25, 31-46