Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

¿Acaso es bello?


Compartir

Querido Keko:



Hablar de dolor, de muerte, de bondad, de esperanza, de pecado, de amor o de verdad, siempre me ha dado mucho pudor. Quizá porque todas ellas son categorías que me enfrentan a lo divino, a lo sagrado, al misterio.

Igual me pasa cuando hablo de belleza.

Con facilidad nos ponemos de acuerdo en ciertos acercamientos a la belleza: un bebé recién nacido, un almendro en febrero o una puesta de sol en el mar nos parecen indiscutiblemente bellos.

Una cuestión ética

Pero ¿acaso no puede ser bello el escorzo de un ciervo que parece mantenerse ingrávido en el aire tras ser atravesado en el abdomen por la bala de un cazador? ¿Acaso no puede ser bello un hombre musculoso enmascarado con purpurina, aupado en plataformas de treinta centímetros, ataviado de cadenas y exhibiendo su genitalidad? ¿Acaso no puede ser bello un reguetón martilleante que, con su letra sexualmente sórdida, te invita al baile y a la fiesta? ¿Acaso no eran bellos los despliegues militares por las calles del Berlín de los años treinta o del Moscú de los cincuenta?

Una flor, indiscutible paradigma de belleza, puede serlo cuando, sin más, nos embriaga con su color y su olor, o se convierte en símbolo de cariño o gratitud. Pero, ¿dónde está la belleza de una flor sobre una lápida, o de la flor que mata una cosecha, o de la flor recolectada en condiciones infrahumanas al abrigo de un invernadero?

Sospecho que, la belleza, además de una cuestión estética, es una cuestión ética.

¿Acaso un hombre semidesnudo, torturado durante horas, condenado de manera capciosa por defender la verdad y la justicia, y a punto de morir puede ser algo bello?

Cuesta afirmarlo, pero los cristianos lo hemos convertido, posiblemente, en el más importante de nuestros iconos.

Conviene sacudirse el polvo.