En las palabras de los discípulos podemos suponer que no sólo se trataba de una simple invitación a entrar en la casa, sino a entrar en su vida, en su corazón que, como sabemos, es la intimidad misma de todo hombre.
Hay un versículo en el Evangelio según San Lucas que me parece uno de los más hermosos de la Sagrada Escritura. No sólo hermoso, sino revelador. Forma parte del capítulo dedicado a los dos que regresaban de Jerusalén a su pueblo, Emaús (Lc 24, 13-35).
En los últimos años hemos presenciado en insoportable silencio cómo el aprecio por los más profundos valores estéticos ha ido desapareciendo de las aulas de clase. Quizás porque se ha venido asumiendo estas cuestiones como inútiles.
Sobre el fenómeno de la escucha nuestros antepasados tuvieron algo muy claro que nosotros hemos ido perdiendo. La tradición hebrea le brinda a la escucha un significado más profundo que el mero acto de escuchar.
Entre las penetrantes oscuridades del campo, se tropezó con la experiencia de compartir amarguras con prisioneros que, pese a las espesas y duras condiciones de vida, no perdían la esperanza.
Al contemplar a Cristo abandonado en la cruz, Santa Faustina escribe y nos dice que el amor cuando es puro es capaz de grandes cosas y no lo destruyen ni las dificultades ni las contrariedades.
Nuestra Señora de la Misericordia de Absam parece formar parte integral en la historia de la familia Ratzinger. Virgen venerada desde 1797 cuando su rostro mostró su luz entre los cristales de la casa perteneciente a la joven Rosina Buecher.
María es un decir y un hacer que fomenta y auspicia de manera profunda la unión con Jesucristo. En su decir y hacer, el cristiano logra ver con claridad el camino más corto y expeditivo para llegar a Jesús (cf. Jn 14,6).
El cuerpo, todo cuerpo es un candelabro pleno de luces discretas que van creciendo y en su avance paulatino la madrugada se va apagando, va cantando su fuga sostenida en medio de la luz que se hace cada vez más intensa.