Tenerife, a los diez años de su primer Sínodo

sinodo-tenerife(Antonio Pérez Morales– Vicario General de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna-Tenerife) Pablo VI, en su alocución de la penúltima sesión del Concilio Vaticano II, decía: “A Nosotros baste en este momento volver nuestro pensamiento sobre algunas consecuencias relativas a la culminación de este Concilio Ecuménico, pues ¡este fin es, sin embargo, principio de tantas cosas!”.

antonio-perezHan pasado diez años desde que la diócesis nivariense celebró su primer Sínodo diocesano. Supuso un esfuerzo de casi cuatro años y una gran esperanza para todo el Pueblo de Dios, de cara a discernir la voluntad de Dios, reflexionar sobre nuestra identidad cristiana, sobre nuestra fe y sobre la marcha de nuestra Iglesia diocesana, un acontecimiento que movió a más de trece mil personas. 

En este curso pastoral, nuestra Iglesia ha implementado acciones para conmemorar esta efeméride, culminada con una gran celebración. Todo, con el doble objetivo de dar gracias a Dios por los frutos que el Espíritu ha suscitado en la vida de nuestra Iglesia, y dar un nuevo impulso a tanta ilusión, tanto entusiasmo, tanto espíritu de trabajo, tantos signos de esperanza… que depositó el Señor en nosotros a través del Sínodo. 

No se trata de mirar con nostalgia al pasado, sino de proseguir el camino que el propio Sínodo señaló en sus objetivos de Renovación, Comunión y Misión. A la hora de hacer un balance, quisiera proponer una triple mirada al propio Sínodo, a sus conclusiones y a este decenio.

  • El antes (memoria agradecida). Tras una amplia consulta, el Pueblo de Dios, con nuestro pastor al frente, inició un Sínodo. Ese “caminar junto a” en la escucha del Señor, abiertos al Espíritu, discerniendo los signos de los tiempos, ya fue un hermoso fruto. Tras algunas reticencias, estos años fueron una primavera eclesial.
  • El durante (pasión conducida). “En el primer Sínodo diocesano nivariense -decía Felipe Fernández (actual obispo emérito)- podemos escuchar hoy, sin lugar a dudas, y no me cansaré de repetirlo, lo que el Espíritu Santo dice a nuestra Iglesia”. Tras promulgarse sus Constituciones, tocaba empezar a “realizar una profunda renovación personal y comunitaria en todos los ámbitos de la vida diocesana, en orden a consolidar la comunión de todo el pueblo de Dios en la fe y en la acción pastoral y al desarrollo de una acción apostólica y misionera más incisiva”, establecía el primer Plan Diocesano de Pastoral emanado del mismo. Ya habíamos realizado el chequeo general, disponíamos de brújula para el camino. Había que volver a los caminos de la vida cotidiana. Los comienzos fueron titubeantes para algunos, para otros todo quedó en nada, las resistencias de la realidad y las personales no faltaron. Se nos puso en crisis. Jesucristo, su persona, su mensaje, siempre supondrá un desafío tan inmenso que aquéllos que se atrevan a acogerlo tendrán que estar dispuestos a dar fin a una vida, para abrirse a su absoluta novedad que siempre invita a “remar mar adentro” (Lc 5,4).

Un momento arduo

  • El futuro (esperanza confiada). Con las acciones emprendidas este curso pastoral, nos hemos dado cuenta de que muchas más cosas de las que pensábamos se han realizado. Las orientaciones de los últimos planes diocesanos han tratado de ser fieles a las disposiciones sinodales, a la vez que han ido descubriendo nuevos retos que nos empujan a pasar “de la comunión a la misión”. El obispo Bernardo Álvarez, en la misa conmemorativa, proponía tres prioridades: “Pido a todos y cada uno de los diocesanos que pongan en práctica, aprovechando todo lo que les ofrecen sus parroquias, grupos, movimientos, asociaciones… un serio compromiso de cara a la formación, a mantener la coherencia fe-vida y a realizar un mejor y mayor anuncio de Jesucristo a los demás, sin miedo y gozosos de nuestra fe”.

Vivimos un fascinante pero arduo momento histórico. El acontecimiento sinodal nos permitió acoger más plenamente las disposiciones del Vaticano II y del magisterio posterior, escuchar el latir de nuestro pueblo y capacitar mejor a la “nave” de esta Iglesia local. Y así, Cristo mismo nos sigue abriendo caminos nuevos al Evangelio, porque Él sigue actuando, ofreciéndose y comunicándose a cada persona como Salvador por caminos que están más allá de las crisis. Y éstas, si se acogen evangélicamente, serán siempre una oportunidad para crecer, releer la historia y renacer de nuevo: ¡este fin es, sin embargo, principio de tantas cosas!

En el nº 2.661 de Vida Nueva.

Compartir