Discapacitados: ¿por qué negarles la comunión?

 

ilustracion-microscopio(Vida Nueva) Recientemente, en Barcelona un cura se negó a dar la comunión a una niña con Síndrome de Down; poco después, pudo recibir el sacramento en una parroquia vecina. Cuando un discapacitado mental recibe la Eucaristía, es Dios quien le acoge en sus brazos, y aunque cada vez se producen menos situaciones de este tipo, cabe preguntarse: ¿por qué sigue habiendo casos de rechazo? El especialista en Bioética José Ramón Amor y el consiliario nacional de Fe y Luz, Jesús García, reflexionan sobre este tema en los ‘Enfoques’. 

Perdónale, Señor, porque no sabe lo que hace

José Ramón Amor(José Ramón Amor Pan– Doctor en Teología Moral y especialista en Bioética) La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron (Lc 24, 31)… Misterio grande, Misterio de misericordia… Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación… La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión… Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu… Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad… Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra mente de ir más allá de las apariencias”: quien así se expresaba era Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistía, firmada el Jueves Santo del año 2003. Con esta doctrina en la mano, doctrina oficial de la Iglesia, ¿quién es el que se cree capacitado para negar la comunión a una persona con discapacidad intelectual?

En comunión con la comunidad

Si es verdad que, alimentándose de Cristo en la Eucaristía, los cristianos entramos en comunión con Él y entre nosotros, se comprende lo importante que es para todos, también para la persona con discapacidad intelectual, participar en la Misa y comulgar. No de tapadillo o por la puerta de atrás, sino con toda la comunidad, porque ella es miembro de esa comunidad. El Secretariado Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española, con presentación del cardenal Marcelo González, publicaba en 1981 -es decir, hace 28 años- un subsidio litúrgico bajo el título Celebraciones con deficientes mentales, haciendo suyas las recomendaciones que la Santa Sede había proclamado ese mismo año. Ahí puede leerse, entre otras muchas cosas: “Saber que si no es capaz de entender [la persona con deficiencia mental], como nosotros entendemos, sí es capaz de amar (…) No confundir lo abstracto con el ámbito de la fe. Tener en cuenta que si no es capaz del razonamiento abstracto, esto no constituye una impermeabilidad a la fe (…) Por el hecho de estar bautizado, aunque a veces no hable ni se mueva, pertenece a la Iglesia y como tal tiene derecho al anuncio del mensaje de la Palabra y a celebrarlo. El educador, catequista o sacerdote, es quien debe descubrir la forma del lenguaje accesible a cada deficiente, teniendo en cuenta su forma particular de comunicación”. 

Jesús vino para anunciarnos que somos amados en nuestra debilidad y que se nos dará una fuerza nueva. Siempre me ha gustado la parábola de los invitados al banquete: ya en sí misma es una bella imagen, comparar el Reino de los Cielos a un banquete; pero es aún más profundamente significativo quiénes asisten al banquete (pobres, lisiados, ciegos y cojos)… No se trata de hablar de leyes a la gente, se trata de invitarles a la fiesta: ¡la Misa es una fiesta! “Observad, hermanos, quiénes habéis sido llamados: no muchos sabios en lo humano, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes bien, Dios ha elegido los locos del mundo para humillar a los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes, a los plebeyos y despreciados del mundo ha elegido Dios”, afirma san Pablo en la primera Carta a los Corintios (1, 26-28). Los católicos con discapacidad intelectual tienen derecho a participar en los sacramentos como miembros de pleno derecho de la comunidad eclesial, no es un asunto que quede a la discrecionalidad del párroco. Produce rubor y vergüenza que a estas alturas pueda existir aún algún agente de pastoral que desconozca estas elementales reflexiones. Con esa actitud, no sólo manifiesta gran desconocimiento del mundo de las personas con discapacidad intelectual, sino, lo que incluso es aún más grave, una ignorancia de la más elemental teoría sacramental. No cabe más que, parafraseando al Señor Jesús, exclamar a voz en grito: ¡Padre, perdónale, porque no sabe lo que hace! (Lc 23, 34). Y recordar aquellas otras palabras: “Dejad a los niños y no les impidáis acercarse a mí, pues el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos” (Mt 19, 14).

Sentir que Dios los acoge también a ellos

jesus-garcia(Jesús García– Consiliario nacional de Fe y Luz) A  lo largo de la historia, la humanidad siempre ha mantenido en sus márgenes, y por diversos motivos, a distintos colectivos. Es una situación que secularmente han vivido, junto a otros, las personas con una discapacidad mental. Hasta hace muy poco tiempo, estas personas eran vividas como verdaderas cargas entre sus familias, creando sentimientos de vergüenza y convirtiéndose prácticamente en seres “invisibles”, como respuesta ante la marginación social, incluso dentro del ámbito religioso.

Pasos decisivos 

En los últimos tiempos se van dando pasos decisivos para su reconocimiento como personas en todas sus dimensiones, gracias al trabajo de múltiples organizaciones civiles y religiosas. Es el caso, dentro de la Iglesia, del Movimiento de Comunidades Fe y Luz.

Fe y Luz nació con el deseo de ayudar a las personas con una discapacidad mental y a sus familias a encontrar su lugar en la Iglesia y en la sociedad. Desde el año 1.971, en el que Jean Vanier y Marie Hélène Mathieu fundan el Movimiento a raíz de una peregrinación en Lourdes con discapacitados, Fe y Luz ha crecido hasta implantarse en 80 países a través de más de 1.500 comunidades. El corazón de estas comunidades son las personas de cualquier edad -niños, adolescentes o adultos-  que tienen algún grado de discapacidad mental. Junto a ellas, sus familias y otros amigos, especialmente los jóvenes, configuran las comunidades.

Fe y Luz se basa en la convicción de que toda persona con discapacidad mental es una persona plena y especialmente amada por Dios. Es la experiencia de que en estas personas humanamente débiles, Dios se hace especialmente fuerte: Jesucristo vive en ellos, aunque la persona no lo pueda expresar con los métodos convencionales. Por ello, Fe y Luz se siente llamado como Movimiento de Iglesia a vivir profundamente la fe y el seguimiento del Señor Jesús en comunión con todo el Pueblo de Dios, para poder recibir todas las riquezas espirituales de la Iglesia mediante la vivencia y celebración de los sacramentos y de la liturgia.

Fe y Luz, por otro lado, está radicada hoy en distintas tradiciones cristianas: católicos, variadas Iglesias protestantes, ortodoxos, etc. En España y en las Iglesias latinoamericanas, la práctica totalidad de las comunidades son de confesión católica. Pero, en todos los casos, Fe y Luz es una comunidad de encuentro. Tal experiencia comunitaria ofrece a los consiliarios la oportunidad de redescubrir de una nueva manera el corazón del mensaje evangélico anunciado a los pobres y pequeños, impulsándoles desde aquí a renovar su ministerio.

En este contexto, para todos los miembros de estas comunidades ocupa un papel fundamental la celebración de la Eucaristía. Las comunidades se reúnen mensualmente. En estos encuentros, la celebración de la Palabra y del Sacramento de la Eucaristía significan la acogida por parte de Dios y de la Iglesia de la persona en toda su integridad y peculiaridad. Esto exige un esfuerzo de acomodación de la liturgia de la Iglesia a la situación de cada persona.

Desde el interés pastoral por hacer posible la participación de todas las personas en los misterios de la salvación, Fe y Luz recuerda las palabras de Benedicto XVI en su exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, en la que afirma que “se ha de dar también la comunión eucarística, cuando sea posible, a los discapacitados mentales, bautizados y confirmados: ellos reciben la Eucaristía también en la fe de la familla o de la comunidad que los acompaña” (nº 58).

Para una mejor preparación de las celebraciones litúrgicas, las comunidades de Fe y Luz ponen un especial cuidado en usar adecuadamente las distintas formas de lenguaje previstas por la liturgia de la Iglesia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo…, de modo que todos los miembros de las comunidades accedan a los misterios de la fe que se celebran en la liturgia eucarística. 

Esta experiencia mensual de los misterios de la fe en el seno de las comunidades de Fe y Luz impulsa a sus miembros a seguir alimentando su fe y su comunión en el ámbito de las comunidades parroquiales en donde cada persona y cada familia viven insertas. 

Todo ello es alimentado en las Comunidades de Fe y Luz con planes de formación que ayudan, desde la peculiaridad de cada miembro, a ahondar y fortalecer en la propia vocación cristiana. De este modo, han sido múltiples las experiencias de acceso a los distintos sacramentos de la iniciación cristiana, especialmente la Confirmación y la Eucaristía. 

Ha sido el día más grande de mi vida”. Esta frase, que tópicamente se pone en labios de los niños que acceden por primera vez a la Eucaristía, fue pronunciada por una madre de una mujer discapacitada mental; ésta acababa de participar, a sus 38 años, por primera vez de la Eucaristía. En ella se refleja el deseo de trasmitir a la hija el tesoro de la fe en Jesucristo, los años vividos en la dificultad y la alegría de sentir la acogida de Dios en brazos de la Iglesia para una hija que también deseaba sentirse hija de la Iglesia.

En el  nº 2.666 de Vida Nueva.

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