(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)
“Por desgracia, aprender a fracasar cuesta mucho más que aprender a tener éxito. Fracasar es incomparablemente más difícil que triunfar. Los hombres fracasan a su pesar, eso es claro; pero son pocos quienes lo consiguen cuando se lo proponen”
Para la evangelización, nada mejor que el fracaso evangelizador. En realidad, sólo damos frutos evangélicos cuando fracasamos. El éxito no es uno de los nombres del Evangelio, porque la fe religiosa es incompatible con el deseo de estima y de reconocimiento por parte de los hombres. No se puede seguir a Cristo y triunfar. Triunfar en el mundo y ser grato a Dios es incompatible. El mejor modo para avanzar en la santidad es fracasar en el intento. No puedo ser santo si no necesito a Dios para perdonarme; no puedo ser santo sin conciencia de pecador.
Por desgracia, aprender a fracasar cuesta mucho más que aprender a tener éxito. Fracasar es incomparablemente más difícil que triunfar. Los hombres fracasan a su pesar, eso es claro; pero son pocos quienes lo consiguen cuando se lo proponen. Sólo es posible ver lo fácil que resulta triunfar cuando nos proponemos lo contrario. Hay en el hombre una tendencia natural a subir, pero es en el abajamiento –según nos ha revelado Cristo– donde está la gloria. Sólo quienes descienden alcanzan la verdad.
La verdad no está arriba, sino abajo; no es grande, sino pequeña; no es ostentosa, sino tan insignificante que tantas veces se nos antoja hasta despreciable. A Dios le gusta camuflarse en lo que no es Dios. No hay mejor modo para hallar lo sagrado que buscarlo en lo profano. Hace falta una vida entera para comprender esta ley, y ni siquiera cuando creemos haberla comprendido, la hemos comprendido del todo. De las ventajas del fracaso, así como de la falacia del éxito, se olvida uno con suma facilidad. El éxito es tan maligno que puede llegar a perseguirse a sabiendas de que es falaz. Esto, en cambio, jamás sucede con el fracaso.
En el nº 2.683 de Vida Nueva.
