FRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS | Deán de la Catedral de Jaén y delegado diocesano de Patrimonio Cultural
“Las catedrales deberían ser atrios acogedores donde quienes buscan un sentido a su vida pueden escuchar la propuesta iluminadora del Evangelio…”.
Las catedrales parecen haber ejercido un influjo fascinante en muchas mentes, que se han entregado a la ardua tarea de descifrar las claves, ficticias o reales, que encierra su construcción. Frente a las propuestas interpretativas de esta pseudocultura, que manifiesta el agotamiento del racionalismo europeo, hay que recordar que las catedrales han sido un foco generador de auténtica cultura, porque la fe celebrada debe generar una cultura impregnada por los valores del Evangelio.
Pero más que fijar solo la vista en el pasado, en el corazón de la ciudad secular, a la catedral se le plantea el reto de convertirse en una propuesta cultural novedosa, la de la cultura que genera el Evangelio de Jesucristo, para ofrecerla en este multiforme y abigarrado universo de propuestas culturales, que caracteriza el momento presente.
Si la cultura es el sistema de ideas, actitudes e iniciativas con las que el ser humano se relaciona con la realidad que le rodea, es necesario generar una cultura que en el corazón de la ciudad secular, en la que se invisibiliza a Dios, se vuelva a plantear la pregunta por Dios como una ultimate concern, o cuestión última y básica del hombre para alcanzar la verdadera humanidad, por usar la expresión de Tillich.
Las catedrales son palabra petrificada, diálogo entre la fe y el arte, puentes que hermanan el pasado con el presente, e invitan a mirar al futuro. Y deberían ser atrios acogedores donde quienes buscan un sentido a su vida pueden escuchar la propuesta iluminadora del Evangelio.
En el nº 2.824 de Vida Nueva.