Annie Ernaux, la Nobel que se rebeló contra la fe por la píldora

“Una mujer que escribe, eso es todo”. Así, con esta aparente simpleza, se describe Annie Ernaux (Lillebonne, 1940), la primera mujer francesa en ganar el Premio Nobel de Literatura. Como sucede con su literatura, debajo de su sencillez narrativa, habita todo un universo rebosante de rabia, de crítica al sistema y de rotundo feminismo. Su subversión se traduce en la creación del género definido como “autoficción”, pero que es en realidad una permanente reconstrucción de “la literatura del yo”.



Con ese “yo” Ernaux ha buscado retratar la experiencia de una generación de mujeres –la de la posguerra en Francia– marcada por la desigualdad en su adolescencia, que descubre el camino de la liberación y de la independencia desde un “yo” permanentemente atravesado por la memoria colectiva.

En este marco, fuertemente marcado por la lucha desde posiciones de izquierda contra el determinismo social, histórico y sexual, es donde ha construido una bibliografía de más de veinte novelas que “revelan la agonía de la experiencia de clase”, según el acta de la Academia Sueca. “Todos somos seres atravesados por conflictos –reconoció en 2021–. El que me habita en la adolescencia, que es el que determina las actitudes ante la vida, ante el futuro, tiene como particularidad la interiorización de la división social del mundo, de la fractura económica y cultural entre las capas dominantes y dominadas de la población”.

Educación católica

La frase no es en vano. Precisamente, tras el anuncio del Nobel, Annie Ernaux prometió “seguir luchando contra la injusticia, en relación con las mujeres y en relación con los dominados”. En esa frase habita toda su literatura, que es, sin duda, activista, y lo sigue siendo. “No me parece que las mujeres nos hayamos igualado en libertad y poder”, subrayó, como testimonio de su lucha, que incluye el derecho al aborto.

Ya jubilada como profesora de Literatura de la Universidad de Cergy-Pontoise, describe el mundo también como habitante del extrarradio parisino, en Cergy, a cincuenta kilómetros de la capital, con la permanente ligazón a sus orígenes humildes y también a la multiculturalidad. Vivió hasta los 18 años en la tienda de comestibles que sus padres poseían en Yvetot, en la Alta Normandía, una región que padeció especialmente la II Segunda Guerra Mundial.

Alejarse de su familia, también lo fue del catolicismo. Su madre fue todo un ejemplo. “Sí, era muy católica y me educó en una época en la que no había píldora anticonceptiva, hay que recordarlo. Tenía miedo a que me quedara embarazada, pero desde el inicio me enseñó a que debía tener un oficio, que fuese algo. Y desde muy pronto. Y eso me marcó. Antes del 68, tenía la impresión de que la mujer tenía derechos limitados: la mujer casada no podía firmar un cheque sin el permiso del marido. Y eso no pasó hasta 1975”.

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