¿Qué catequesis necesita la sociedad de hoy?

(Vida Nueva) En nuestra sociedad actual, la fe ya no puede darse por supuesta. Es, por tanto, el momento de preguntarse: ¿qué catequesis debemos ofrecer a quienes nos rodean? Las respuestas, nos las ofrecen Ana Cotán, profesora de Religión y catequista de Valladolid y Juan Ignacio Rodríguez Trillo, director del Secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis de la CEE.

¿Qué estamos haciendo con la catequesis?

(Ana Cotán Romero– Profesora de Religión y catequista. Valladolid) Son muchos los siglos que han transcurrido desde el inicio de la Iglesia. Una de las tareas que tiene encomendada es hacer que resuene la Buena Noticia, convertirnos a ella para vivirla, celebrarla en comunidad y llevarla al mundo que toca vivir en cada momento y transformarlo. Ésta es la apasionante tarea que tenemos todos los catequistas.

Pero… ¿qué catequesis estamos aplicando?, ¿reducimos la fe a una mera transmisión de conocimientos?, ¿o provocamos la conversión y, una vez despertado el interés por el conocimiento de la fe revelada, educamos en ella? ¿Degradamos la importancia de los sacramentos ante la demanda de éstos y reducimos muchas veces todo un proceso a una rápida preparación para las celebraciones, en vez de ser una evolución que dure toda la vida, jalonada en sus momentos importantes con los sacramentos?

Cada hombre tiene su encuentro personal con Dios y con Jesucristo de maneras diferentes; ¿cómo podemos aplicar el mismo método para todos?

¿No estamos haciendo o intentando hacer cristianos de baja calidad, cuando lo que hace falta son cristianos auténticos y de verdad?

Es hora de parar y sentarse. Nunca más que ahora la humanidad ha estado tan sedienta de la Buena Nueva; y tenemos que hacer que ésta resuene. En los últimos años, han sido muchos los intentos por que esto sea así. Hemos pasado por la catequesis familiar, catequesis y familia, acompañamiento…: son maneras de hacer a las que hemos llegado tras reflexiones profundas de grandes catequetas. Sin embargo, a la hora de ponerlas en práctica, los catequistas de a pie nos encontramos con que son muchos los elementos que hay que cambiar:

  • la pastoral
  • la comunidad
  • la familia
  • el catequizando
  • la sociedad
  • el catequista

Tenemos que pasar de una pastoral sacramentalista a una pastoral que enamore y suscite la necesidad del sacramento, para vivir desde él; una pastoral que transforme al hombre y lo haga un hombre nuevo.

Muchas veces, los miembros de la comunidad a la que pertenecemos no nos conocemos.

Y la familia que viene a pedir los sacramentos para sus hijos ni tan siquiera sabe de esa comunidad y, mucho menos, se encuentra implicada en ella.

El catequizando, en ocasiones, no ha oído hablar de Dios, ni de Jesús ni de la Iglesia, aunque esté bautizado.

La sociedad, aparentemente, no necesita de Dios, del Dios Abba que Jesús nos ha descubierto. Actualmente, podemos calificarla de politeísta, porque adora a muchos dioses: adora a su propio cuerpo, al dinero, al bienestar, etc. No podemos permitir que ésta utilice también al Dios de Jesús, al Dios Padre, como si de uno de sus ídolos se tratara.

Los catequistas nos encontramos a veces aislados, estresados, con una dedicación exclusivamente parcial y sintiéndonos culpables de todo el fracaso de la catequesis actual.

Es imposible la transmisión de la fe mientras no abordemos todas estas realidades. Tenemos que poner solución a todo esto. Hemos de tratar desde nuestras catequesis de desvelar a ese Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace nuevo. Si conseguimos ésto, serán muchas las VIDAS que se renueven; porque, desde ese momento, será Cristo el que en ellos vivirá. Luego, todo vendrá por añadidura; pues los hombres y las mujeres que formen las comunidades serán auténticos cristianos; y los catequistas nos sentiremos enviados por ellas para anunciar el Evangelio a los catequizandos y transmitirles la fe de la Iglesia.

Necesitamos invertir tiempo y personas enamoradas y embarcadas en esta tarea. Es necesario que las catequesis sean un verdadero proceso de maduración en la fe, que inicie a la vida cristiana; una formación orgánica y sistemática, esencial y básica, que los lleve a un seguimiento de Jesucristo, a un enamorarse de él y de su forma de vivir, y que los incorpore a la comunidad que vive y celebra esa misma fe.

Por otro lado, no hay que olvidar que, en muchas ocasiones, pretendemos transmitir el contenido de la fe, de nuestra fe, a personas que nos vienen desestructuradas, personas que se encuentran en ambientes paganos, politeístas y humanamente rotos. ¿No habría que alargar en el tiempo, posponer la transmisión del contenido de la fe, hasta que hayamos reconstruido elementalmente al hombre? Así, esta tierra comenzaría a ser una tierra fructífera, en la que sí sería bien acogida la fe. Porque el hombre es una totalidad, y difícilmente habrá cristianos de verdad si sólo abarcamos el ámbito cognitivo de éste.

Si nos fijamos, estamos viviendo situaciones similares a las del apóstol Pablo. Y, como nos hallamos inmersos en el Año Paulino, sería un buen momento para darnos cuenta de la urgencia que tenemos de cristianos auténticos y comunidades verdaderas que vivan, celebren y anuncien su fe, como aquéllas de Corinto, Éfeso, etc.

El protagonismo de la catequesis hoy

(Juan Ignacio Rodríguez Trillo– Director del Secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis de la CEE) Siempre es alentador releer el número del Catecismo de la Iglesia Católica en el que se dice que “los periodos de renovación de la Iglesia son también periodos en los que a la catequesis le corresponde un mayor empeño” (CCE 7). Este empeño, en estos tiempos, es la implantación de una verdadera catequesis de iniciación cristiana. Que la Iglesia ofrezca caminos por los que Dios sea conocido, propuestas de encuentro con Jesucristo, respuestas a los interrogantes de los hombres, vías de acogida, acompañamiento en la conversión, itinerarios de vida cristiana y lugares en los que esto se haga cálida y familiarmente. Es el nuevo rostro de la iniciación cristiana, que requiere, a su vez, que cada diócesis, cada parroquia, cada movimiento y cada uno de los creyentes en Cristo, seamos lugar de acogida y propuesta de fe. Y, presentada así la iniciación cristiana, es necesario afrontar la configuración de una auténtica catequesis al servicio de esta iniciación en nuestras parroquias, comunidades y todos los lugares donde se gesta y se fortalece la vida cristiana.

Éste es el protagonismo del trabajo catequético hoy: la implantación y renovación de la catequesis al servicio de la iniciación cristiana de niños, jóvenes y adultos, con especial atención a su desarrollo en la parroquia, ámbito propio y principal, y la familia. Y como prioridades en este camino, hay que señalar: la preocupación por el primer anuncio, conducir a la comunión con Jesucristo y a la confesión de la fe en Él, la unidad de la catequesis y la liturgia, el fortalecimiento de la identidad cristiana de los catequizandos y del pueblo cristiano, la centralidad del domingo, el carácter culminante de la Eucaristía en el itinerario catequético, la centralidad de la comunidad cristiana y la atención a la familia. Todo ello lleva a considerar la catequesis como un itinerario de fe. La fe, que en generaciones anteriores estaba presente como parte de la vida y que la catequesis contribuía a madurar, a conocer y formar, no puede darse ahora por supuesta. Y esto afecta de manera radical a la catequesis. Debemos suscitar la fe, y acompañar al que la acoge, así como en el creyente es necesaria una catequesis que conforme su identidad.

Para ello, serán necesarias personas preparadas: se necesitan testigos de la fe. Y éstos deberán a su vez estar acompañados en su camino de fe por parte de la comunidad cristiana. De ella forman parte los catequistas y deben sentir su apoyo. El sacerdote debe dar prioridad en su ministerio a este acompañamiento.

También los lugares son clave para que la catequesis adquiera este protagonismo. Decir que familia y parroquia constituyen la primera referencia de la iniciación cristiana es algo básico, pero hace falta un mayor dinamismo. Es fundamental que la parroquia se convierta en el centro vital sobre el que se desarrolla la iniciación: debe estar preparada y dispuesta para ayudar a los que buscan a Cristo, ser artífice de los distintos procesos de iniciación y testigo de fe ante los que se inician. Y la familia. Se trata de volver a restituir a la familia su capacidad originaria de engendrar a la fe y de ser madre. Y las mismas palabras: engendrar, ser madre, educar, nos sitúan en el camino de recuperar a la familia en la iniciación cristiana. Debemos ir dando pasos que ofrezcan, al menos: acogida, colaboración y acompañamiento. Esto supone una Iglesia atenta a la familia, que la ayuda a redescubrir su identidad en la educación de la fe, que brinda ocasiones de conocimiento y encuentro, que camina junto a ellos.

El protagonismo de cara a la iniciación lo adquieren en estos momentos algunas realizaciones: la instauración del catecumenado bautismal en cerca de veinte diócesis con itinerarios catecumenales que unan de una manera orgánica el proceso catequético con los sacramentos, el anuncio y la palabra, la celebración de la fe y el testimonio de vida. La elaboración de un proyecto marco para la catequesis de infancia y adolescencia que desarrolla los elementos catequéticos, litúrgicos y espirituales de la iniciación, integrándoles con el año litúrgico, y la celebración de la Eucaristía dominical como referencias capitales. Y la renovación de los catecismos, que está dando pie a una renovación del acto catequético, en el que cada una de las tareas de la catequesis tenga su presencia y se equilibren entre ellas.

Con todo ello nos hacemos eco de las recientes palabras de Benedicto XVI en Lourdes: “Estáis convencidos con razón de que la catequesis es de fundamental importancia para acrecentar en cada bautizado el gusto de Dios y la comprensión del sentido de la vida”.

En el nº 2.632 de Vida Nueva.

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