Editorial

El ocio que ayuda a crecer

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Publicado en el nº 2.665 de Vida Nueva (del 20 al 26 de junio de 2009).

Un año más, estrenando el verano, Vida Nueva ofrece a sus lectores un Pliego lleno de sugerentes actividades para llenar de manera gozosa y provechosa -que no son términos excluyentes- el merecido ocio de estas fechas.

Se trata de una iniciativa que en nuestra revista tiene ya el marchamo de incuestionable tradición. Tras meses de actividad frenética, con mil y una ocupaciones que inevitablemente acaban por irrumpir y trastocar nuestros espacios más íntimos, alterando en ocasiones la verdadera jerarquía entre lo importante y lo accesorio, el cuerpo, y también el espíritu, necesitan un respiro. Ya la Constitución Apostólica Gaudium et Spes nos recuerda la necesidad de que los seres humanos puedan disfrutar del descanso y del tiempo libre para atender de manera conveniente a la vida familiar, cultural, social y religiosa. Por eso, hemos puesto todo nuestro interés en ofrecer sugerencias variadas en su temática, pero también en sus destinatarios: peregrinaciones, ejercicios espirituales, actividades con jóvenes, cursos de profundización, encuentros de animación pastoral, tareas para el voluntariado… 

Desde aquí queremos agradecer a todas las organizaciones eclesiales el envío de las propuestas que ofrecen para estos meses de verano en respuesta a la petición realizada hace unas semanas por Vida Nueva. Ha sido tal el aluvión de actividades que ha llegado hasta nuestra redacción que, sobrepasando con mucho el espacio habitual de nuestro Pliego, nos ha impulsado a ofrecer las que aquí no han podido entrar en nuestra página web www.vidanueva.es.

Por supuesto que mientras trabajábamos en la elaboración de este servicio a nuestros lectores, no hemos dejado de pensar en aquéllos que hoy tienen todo el tiempo del mundo, pero que, lejos de resultarles gozoso, supone una fuente de dolor y sufrimiento para quien lo padece en primera persona, y también para quienes están a su alrededor. Son, en España, esos cuatro millones de personas sin empleo, aunque también todos aquellos que, antes incluso de esta descomunal crisis, ya deambulaban por los frágiles contornos de la marginalidad; y en el resto del mundo, todos aquellos hermanos nuestros que, como también nos recuerda la Iglesia a través de su Catecismo, “tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y de la miseria”.

Entre las actividades que podrán encontrar en nuestras páginas, hallarán también, a buen seguro, algunas que tendrán a estas personas que hoy se encuentran arrumbadas por un sistema moralmente inaceptable como justos destinatarios para compartir el ocio que nosotros sí tenemos la fortuna de disfrutar. Nuestro tiempo libre, nuestras vacaciones que disfrutamos como un derecho social adquirido, puede transformarse por nuestra voluntad nacida de un compromiso con los valores evangélicos en una donación, un regalo que, como en el caso del buen samaritano, ayuda a quien lo ofrece y a quien lo recibe. Tal vez nos agote un poco físicamente, pero nos habrá proporcionado un rico sustento para el espíritu. Y el ocio también es para eso.