En el monasterio de las religiosas creativas

Las franciscanas del monasterio de Siessen, situado en Alemania, se establecieron en 1860 en ese lugar que, hasta entonces, ocupaban los dominicos. El monasterio para mí es una especie de escuela para entrenar la mirada donde las obras de las monjas franciscanas invitan a una transformación interior mediante nuevas perspectivas y estímulos. Su capilla, presidida por la cruz románica de 1190 que sobrevivió a la guerra, se integra armoniosamente en la moderna renovación del edificio, obra de sor María Sigmunda May.



Elementos litúrgicos como el altar, el ambón, las estelas y el tabernáculo, realizados por Sigmunda en materiales como la madera, la piedra o el hormigón, combinan solidez con ligereza. La custodia, obra de M. Pietra Löbl, se caracteriza por la mezcla de fragilidad y fuerza. El Santísimo Sacramento está rodeado por un gran disco redondo de fragmentos de vidrio, una expresión poliédrica.

¿Existe un arte franciscano, un movimiento artístico femenino? Paseando por el convento se van descubriendo obras que comparten un rasgo común, una profunda humildad. Las hornacinas del claustro están adornadas con pequeñas manufacturas elaboradas con materiales sencillos. Como Duchamp, elementos como un clavo, la arena del jardín del monasterio o una pluma se convierten en símbolos que hablan de Cristo. En las paredes de los pasillos del monasterio hay flores dibujadas como un soplo que brota, como la relación entre el nacimiento y la muerte. No es un ideal o de una perfección, sino de una mirada que penetra en lo más profundo de las cosas y recoge la creación con humildad.

En el ‘Cántico del Sol’ de Christine Hecht del Bianco, pintora de Asís y amiga de las monjas, esta visión impregna toda la Creación. En la pequeña capilla, la artista abandona la iconografía franciscana clásica por una expresión de colores y luces. La imagen de San Francisco, que escucha a un joven deseoso de seguirlo, evoca una tensión entre la interioridad del maestro y la exterioridad del joven al inicio de su camino, transformando la obra en un acompañamiento visual.

Esto también se evidencia en las obras de sor María Innocentia Hummel. Es una de las mejores alumnas que se expresa a través de las figuras de los niños que conoció como profesora de escuela y que se hicieron famosos en todo el mundo. Encuentra en el Vía Crucis su método para seguir a Cristo, una mística del sufrimiento que se refleja en sus obras, fuente continua de inspiración hoy.

Aportación brasileña

Las religiosas han incorporado una serie de obras de Brasil, donde hay otra casa de la orden. Una persona sin hogar, inspirada en la catequesis franciscana sobre la figura de su fundador, creó esculturas con materiales reciclados, revelando una capacidad inconsciente de comunicarse a través del arte. Las monjas descubrieron a este artista que en sus obras revelaba su “ser creado en el amor”.

El parque del monasterio, diseñado por Anja y otras hermanas, invita a meditar sobre los textos del Canto del Sol a través de un paseo que, entre lago y laberinto, guía con la imaginación desde la naturaleza hasta lo más íntimo para regresar al Creador. Es un verdadero viaje interior. Una comunidad creativa, donde las monjas artistas han transformando el lugar en una obra de arte en sí misma.


*Reportaje original publicado en el número de enero de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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