Así son las tres monjas del muelle de Lampedusa

Cuando un barco de inmigrantes está a punto de llegar a Lampedusa, tres monjas se dirigen inmediatamente al muelle de Favaloro. Sor Inés Gizzatorelli, sor Danila Antunovic y sor Rufina Pinto caminan a paso rápido por toda la calle principal para llegar al puerto y acoger a quienes han cruzado el Mediterráneo en busca de esperanza.



“Cuando llegan a tierra están aterrizados. Han viajado durante doce horas en botes inflables que apenas se mantienen a flote. Llegan sucios porque durante la travesía hacen sus necesidades dentro del barco, y tienen quemaduras provocadas por el combustible”, dice Danila, croata, consagrada de las Hermanas de la Caridad de la Santa Cruz. Es una de las tres monjas que la UISG envió a Lampedusa. Junto a ella Rufina, india y de la misma congregación, e Inés, americana, religiosa del Sagrado Corazón de María. Trabajan en nombre de la parroquia y con las ONG presentes en la isla.

La llegada de barcos no cesa en Lampedusa. Las lanchas neumáticas parten de Libia y Túnez y llevan a bordo personas de Siria, Afganistán y el África subsahariana. Llevan a sus espaldas semanas, incluso meses, de viajes por el desierto, y algunos hasta han cruzado las montañas de Irán. Vendieron todo lo que tenían para pagar a los traficantes de seres humanos. Las familias más pobres se endeudaron para pagar el viaje.

“Cuando recibimos a los migrantes en el muelle, mientras esperan el autobús que los llevará al centro de acogida –explica Danila– hablamos con ellos. Les cuesta contarnos el viaje que han hecho y muchos rompen a llorar. Les decimos que ya no tienen que tener miedo, que podrán recibir atención médica y que están a salvo”. Hablar es importante, por eso, para este proyecto la UISG siempre está buscando hermanas que sepan hablar inglés, árabe e italiano.

Por una vida mejor

“La primera vez que fui al muelle fue impactante. Yo había llegado no hacía mucho del sur de la India. Ese día llegó una embarcación con decenas de migrantes, hombres y mujeres. A algunos les pregunté: ‘¿por qué has venido aquí?’ ‘Para tener una vida mejor’, respondían. En su país hay pobreza, hambre y no hay escuelas para los niños. Realidades que no imaginamos en Europa” dice Rufina.

A mediados de septiembre, ocho mil migrantes llegaron a Lampedusa en pocos días. Los habitantes de la isla son alrededor de cuatro mil. “Intentamos acoger a todos –recuerda Danila– pero no había comida suficiente. Los habitantes de Lampedusa pusieron a disposición todo lo que tenían en casa para alimentar a esta pobre gente”.

Un día, al amanecer, llegaron en un barco dos mujeres sirias en sillas de ruedas que habían huido de Damasco para recibir un tratamiento adecuado para la enfermedad neurodegenerativa que las aqueja. La primera atención que recibieron, nada más desembarcar fue una caricia y una sonrisa de sor Rufina.

Enfermos, mujeres y niños

“Lo que más me entristece –dice– es ver enfermos, mujeres y niños. Por sus ojos entendemos la carga de desesperación que los impulsa a viajar. Aquí vienen muchas mujeres que acaban de dar a luz. Otras llevan en sus brazos a sus bebés con pocos días de vida. A otras tenemos que llevarlas corriendo al hospital porque están a punto de dar a luz”. “Pregunté a una madre: ‘¿por qué emprendiste un viaje tan difícil?’ Ella me respondió: ‘por una vida mejor, porque no me violarán de nuevo y porque mi hijo no crecerá en medio de la guerra’”.

Rufina recuerda “a una madre embarazada que llegó con un niño de dos años y otro de cinco meses. Venía del Congo y me dijo que si se hubiera quedado en su país la habrían matado. Y que buscaría trabajo porque necesitaba pagar el viaje de su marido que se quedaba en Libia. El dinero que tenían solo les alcanzó para pagar el viaje de ella y sus hijos”.


*Reportaje original publicado en el número de diciembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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