Jesús Sánchez Adalid regresa con una ‘pandemia’ antifascista de novela

Llueve. Jesús Sánchez Adalid deja atrás la gran sinagoga y cruza por el Ponte Fabricio. Sin que los adoquines empapados le hagan resbalar. Se moja. Y pisa firme. Como lo hace en ‘Una luz en la noche de Roma’ (Haper Collins). Se moja por tantos eclesiásticos que sacaron la cara para salvar a la comunidad judía que vivía a orillas del Tíber en aquel otoño de 1943, cuando los nazis ocuparon la ciudad tras la caída de Benito Mussolini.



“No podía no contar esta historia”, asegura el sacerdote y escritor al otro lado del puente, frente al restaurante Sora Lella, que lleva el nombre de la mujer que salvó a tantos de aquella monstruosidad. Enfrente, el Hospital Fatebenefratelli –“Haced el bien, hermanos”– de la Isla Tiberina, un clásico para los romanos que hoy funciona a pleno rendimiento. Es el centro médico que abrieron los Hermanos de San Juan de Dios hace cinco siglos y que, en medio de las atrocidades de la II Guerra Mundial, fue el refugio de cuantos pudieron arrancar de las garras de las SS en el barrio judío.

Lo lograron gracias a la invención de una falsa pandemia por parte de los doctores Adriano Ossicini y Giovanni Borromeo, la implicación directa de la comunidad religiosa y la complicidad de la Santa Sede.  El ideado ‘Síndrome K’, con su temible virus, permitió aislar aquella clínica del horror de las tropas hitlerianas gracias a unos frailes que, además, facilitaron las instalaciones de Radio Victoria, una emisora clandestina que permitió a los aliados entrar más pronto que tarde en la ciudad. Esa letra ‘K’ no era un elección baladí, sino que aludía directamente a Herbert Kappler y Albert Kesselring, los hombres de Hitler en Roma.

Jesús se adentra en esta tragedia de la mano de Gina y Betto. Ella, de una familia bien. Él, judío. Juntos entretejen una relación más que imposible, de la que mejor no dar una sola pista ante posibles tentativas de ‘spoiler’ sobre su destino final. Los dos existieron, con nombres y apellidos, ahora novelados en una obra con algo más que verosimilitud en personajes y tramas.

Rigor documental

En cada párrafo se trasluce un rigor documental que llevó al sacerdote extremeño a meterse lo mismo en los archivos vaticanos que en los fondos de la Fundación Spielberg. “Son datos que cobran vida”, sentencia. Incluso ha podido conversar con algunos de los descendientes de sus protagonistas. “Al principio, resultó frustrante, desconcertante, porque se resistieron. Pero luego comprendí que no era fácil que se abrieran, porque hablar supone para ellos volver a despertar aquella persecución a su familia, con el dolor y las secuelas que conlleva”.

Al final, accedieron. Y sus voces se presentaron ante Sánchez Adalid como el regalo definitivo, puesto que Betto era descendiente de sefardíes españoles, una de las debilidades del autor de El Mozárabe, su ‘best seller que llegó a vender más de un millón de ejemplares’. Aunque los herederos de aquel joven antifascista no han podido leer el resultado final, sí han revisado y dado el visto bueno a los capítulos más comprometedores.

En su periplo testimonial, el sacerdote y escritor también se topó, por ejemplo, con los escritos de una joven de la Institución Teresiana destinada en Roma que le ha permitido palpar en primera persona el hambre, el miedo, la clandestinidad y la solidaridad de los italianos. “Ella llega a afirmar que media Roma se oculta en la casa de la otra mitad de la ciudad”, explica Sánchez Adalid sobre cómo se intentaron esquivar aquellas redadas de la Gestapo.

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