Oceanía bucea ya en el Sínodo de la Sinodalidad: “No son solo los obispos quienes deciden”

  • El continente más alejado de Roma es el primero que arrancó ayer en Fiji la fase continental
  • El prefecto para el Desarrollo Humano Integral presidió la eucaristía de apertura

Oceanía es la primera región del planeta que ha puesto en marcha la fase continental del Sínodo de la Sinodalidad convocado por el Papa Francisco. Ayer, horas antes de la cita europea en Praga, Fiji daba los primeros pasos de este encuentro en el marco de la Asamblea de la Federación de Conferencias Episcopales Católicas de Oceanía, que se celebrará hasta el próximo 10 de febrero.



El presidente de todos los obispos del continente y anfitrión del evento, Peter Loy Chong, arzobispo de Suva, confía en que las reflexiones sinodales sean el eje que permita perfilar un plan pastoral para Oceanía al final del encuentro. Así lo manifestó tras la eucaristía inaugural que acogió la catedral del Sagrado Corazón, que estuvo presidida por el prefecto del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, el cardenal jesuita Michael Czerny.

Una nueva página

Loy Chong espera que esta particular cumbre permita abrir “una nueva página” para para avanzar en cómo “nos organizamos para la misión de Dios en la región”. “No son solo los obispos los que deciden o cuyas voces se escuchan”, plantea el arzobispo.

De hecho, detalla que desde que se convocó el Sínodo de la Sinodalidad “el pueblo fue consultado” en las cuatro conferencias episcopales del continente y “sus voces ahora se están llevando a la asamblea de los obispos para respaldar el documento que luego pasará al Sínodo sobre la Sinodalidad”.

El riesgo de ser aburridos

Durante la homilía de esta misa de apertura, el cardenal Czerny recordó a los presentes que “para ser sal de la tierra y luz del mundo, debemos redescubrir la hermosa fuerza de ser hermanos en Cristo”. Echando mano de la encíclica ‘Fratelli tutti’, el purpurado invitó a la Iglesia que peregrina en Oceanía a que se sienta llamada “no solo a hacer el bien sino a ser buenos, a querer el bien de los demás”.

Es más, el ‘ministro’ vaticano planteó que, “si como bautizados no aprendemos a amar como hijos de Dios y a vivir como hermanos en Cristo, nuestra existencia se vuelve insignificante y nuestro testimonio de Iglesia se torna insípido y aburrido”.

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