Monserrate Figueroa, la heredera de los pueblos garífunas

La coordinadora de la Pastoral garífuna en Honduras reconoce las dificultades que ha vivido en la Iglesia

Monserrate Figueroa deja el alma en el tambor. Es una joven garífuna –pueblos ancestrales de tradiciones africanas e indígenas desde tiempos coloniales– que sigue apostando por lo que su comunidad llama ‘Au Buni; Amürü Nuni’, es decir, ‘Amor a Dios y al prójimo’. Sabe que es difícil y, como coordinadora de la Pastoral garífuna en Honduras, tiene que luchar recurrentemente contra una especie de apartheid ‘religioso’ (puertas adentro) de la propia Iglesia: “Si no fuera por mi formación y arraigo, quizá estaría huyendo igual que otros jóvenes, y avergonzándome de mi cultura”.



Ella vivió en carne propia los zarpazos del clericalismo. Fue un domingo. Llevaba a unos bebés garífunas para que los bautizaran. El sacerdote negó el sacramento, porque “los pequeños llevaban puestos un lumafu, una cinta roja con alcanfor y algunos elementos de nuestra cultura que los ancianos le ponen para proteger al bebe contra el mal de ojo”. Y, sin una pizca de empatía, el cura solo agregó: “Son creencias paganas, cosa del demonio”.

Abrir mente y corazón

La joven se armó de paciencia, con un dolor indescriptible por “la falta de respeto hacia nuestras tradiciones”; sin embargo, dos días después se repetiría una escena similar: “Celebrábamos la eucaristía de Navidad. El mismo sacerdote ha dado dos puñetazos sobre el altar diciendo que no podíamos aplaudir ni tocar tambores”.

Sin duda, fue una puñalada certera para ella y su pueblo, porque “tocar tambores es nuestro mayor gozo, pues así adoramos a Cristo vivo”. Ya ha pasado más de un año, en su corazón no guarda rencores, solo hace votos para que más sacerdotes conozcan la herencia de sus pueblos: “Claro, perdono esa acción, pero es importante abrir mente y corazón”.

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