Y Dios acampó en la familia Maldonado

Juan dejó el seminario y, tras 50 años casado con Dulce, la fe brota en sus hijos y nietos

Familia Maldonado

Dicen que a veces Dios escribe recto con renglones torcidos, como bien sabía Torcuato Luca de Tena. También cuentan que, como la vida en ‘Parque Jurásico’, el amor siempre se abre paso. De todo ello pueden dar buena fe Juan Antonio Maldonado y Dulcenombre de Jesús, Juan y Dulce, dos granadinos, originarios de la Alpujarra, que estos días celebran sus Bodas de Oro. Cincuenta años juntos que han alumbrado un caudal de vida, con siete hijos, los respectivos yernos y nueras y 11 nietos (la 12ª ya viene de camino).



Y eso que, en las primeras páginas de este libro, no parecía ser ese el destino de nuestros protagonistas. Casualidad o no, ambos eran dos jóvenes vecinos residentes en la granadina Calle Infanta Beatriz, 6; uno, en el 7ºA, y el otro en el 7º E. Pero no se conocían… Y es que ambos estaban muy ocupados: Juan era seminarista y Dulce estudiaba en el colegio de las monjas. Sus vidas parecían ir por caminos muy distintos, pero confluyeron un día muy concreto, cuando se conocieron en el ascensor… El flechazo fue instantáneo, pero la relación se horneó poco a poco, con largos paseos y conversaciones.

Un paso valiente

Hasta que decidieron dar un paso valiente y, desoyendo a quienes siempre prefieren ser profetas de calamidades, se casaron. Fue así cómo cristalizó una historia de amor, pero también de una honda fe. Y es que, lejos de alejarse de la Iglesia al frustrarse la vocación sacerdotal de Juan, ambos sentían de corazón que su misión era conjunta y tenía que dar muchos frutos.

Y vaya si los dio… Él, como médico, comenzó a trabajar en Pitres (Granada) y después fue pasando por Dalías (Almería), Castillejar (Granada), Posadas (Córdoba) y, finalmente, Baena (Córdoba), donde se establecieron y continúan viviendo. Por su parte, Dulce, como nos cuenta su hija Eva Maldonado, religiosa de las Hijas de Cristo Rey que acaba de regresar tras un tiempo como misionera en Albania, “no tuvo necesidad de salir de casa para ser maestra porque tenía su propia escuela con nombres y apellidos”.

Un sinfín de anécdotas

Echando la vista atrás, Eva esboza con una sonrisa muchos recuerdos de su infancia y juventud, donde se encontró en casa el mejor espejo de fe: “Cuántas anécdotas podríamos contar de esta singular pareja, como la elección, con la Biblia en mano, del nombre de sus hijos; o las vacaciones todos juntos con tiendas de campaña y más tarde con una roulotte; o los domingos en la sierra y cada una de esas salidas que iban cargadas de risas, juegos y trapisondas”.

Pasaron los años, las décadas, y sus hijos crecieron y empezaron a hacer también sus vidas, formando sus familias y llegando los nietos. La casa de Juan y Dulce, como relata Eva, “siempre tiene las puertas abiertas a todos: amigos, familia y conocidos. Siempre hay sitio en la mesa y se pueden montar camas para dormir. No recuerdo ni una sola vez que mis padres se hayan molestado por esto. La casa nunca está vacía y mi madre siempre está contenta”.

Juan y Dulce, matrimonio Maldonado

Un matrimonio de tres

Y es que, pese a que “han tenido dificultades de todos los colores”, el gran secreto de este matrimonio “es que son tres y que el centro lo ocupa el tercero: Dios. Aún recuerdo cuando, de pequeña, todas las noches me dormía escuchando rezar el rosario a mis padres; cosa que aún, cuando voy a casa, 50 años más tarde, sigue sucediendo”.

Y es que estamos ante “una fe cultivada, mimada y alentada en los avatares de la vida, real y a la vez divina, que se fortalece en cada circunstancia y de la que se beneficia, no solo su familia, sino cualquiera que se les acerca, porque este matrimonio vive desde Dios y como apóstoles del Reino de Cristo”.

Obras son amores

Realidad que testimonian los suyos, que saben que “obras son amores y no buenas razones”. Por ejemplo, su hijo Raúl, que destaca que “la palabra familia, para mí, es Juan y Dulce. Son el significado hecho ejemplo en el día a día. Nunca ha existido nada más importante que estar en su familia, acompañarlos, animarlos, secar sus lágrimas y reír sus alegrías. Y todo desde un matrimonio que ha sabido crecer en las adversidades y poner su hogar permanente en la palabra amor. Y ello poniendo a Dios en el centro de su vida. Nos han regalado la fe y cultivado en nosotros la suerte de creer en Dios. Han logrado que sus nietos sean sembradores de esperanza y que sus hijos tengamos un fiel ejemplo de cómo andar nuestro camino de forma correcta y con vocación de servicio”.

Noemí también cree que “mis padres son los mejores ‘influencers’ a los que uno puede seguir. Son mi mayor fortuna, la mejor que uno puede tener para disfrutar la vida. Son un ejemplo perfecto de amor incondicional y entrega. Todo ese amor lo recibimos sus hijos y nietos, pero multiplicado”.

Ejemplo vivo del Evangelio

En cuanto a Rut, tiene claro que “son ejemplo vivo del Evangelio. Siempre con la fe por bandera. Han vivido y viven su vida por sus hijos. Siento su amor en cada detalle que tienen conmigo. No hay nada que necesites y que no te den. Es amor incondicional, entre ellos y para cada uno de sus hijos”.

En la misma línea va Rubén: “Encarnan el verdadero significado del matrimonio: respeto, fidelidad, amor y cuidado mutuo. Solo tengo palabras de agradecimiento por todo lo bueno que han puesto en mi vida. Ahora que sé lo que es el amor por un hijo, veo lo mucho que nos han dado a todos sus hijos, anteponiendo siempre cualquier necesidad que tuviéramos. Les quiero infinito y siempre estaré orgulloso de llevarlos por bandera allá donde esté”.

Un eterno gracias

María Jesús eleva al cielo un enorme “gracias por aquel ‘sí, quiero’ hace 50 años. A este le siguió un ‘sí’ a cada uno de vuestros hijos. Doy gracias por su generosidad, entrega y amor, que hace que tengamos el mejor ejemplo y la mejor herencia del mundo: la familia”.

La última hija, Azahara, proclama orgullosa que “nuestros padres siempre han sabido darnos lo mejor. Noche y día preocupados por sus hijos y nietos, para que no nos faltara de nada. Recuerdo, cuando era pequeña, que en los viajes de coche siempre hablábamos de lo que pensábamos sobre algunos temas; aprendíamos de nuestros hermanos, de sus triunfos y errores, y ellos aprovechaban para compartir su sabiduría con nosotros. Ahora que estoy formando mi propia familia, me doy cuenta de que esa esencia de ellos siempre persiste en nosotros, en nuestro hogar y en nuestros días”.

Referentes también para los nietos

En cuanto a los nietos, Inés valora a Juan y Dulce como un regalo: “De ellos aprendo muchas cosas, como ayudar a los demás sin importar quién sea. Y, claro, me quedo con las croquetas y los creps de mi abuela y las canciones y las poesías de mi abuelo. ¡Los dos son felicidad!”.

Para Rut son “el tesoro que me ha dado la vida. Recuerdo a mi abuelo, en todos los viajes a Sevilla, cantándole canciones y poemas a mi abuela. De ella me quedo con cuando me daba catequesis después de comer y, gracias a ella, me sabía todas las oraciones. También he sido muchas veces su pinche en la cocina. No podría vivir sin ellos porque son un ejemplo único en mi vida”.

Sonrisa sin fin

Pablo, con gran sencillez, guarda en el corazón “todas esas veces que estamos tristes y nos consuelan; todas esas veces que necesitamos ayuda y nos tienden su mano. No solo lo hacen con nosotros, su familia, sino con todas las personas que tienen a su alrededor. Siempre tienen una sonrisa en la cara y no protestan por nada. Eso es un don que les ha dado Dios”.

Azahara se felicita porque “mis abuelos son los mejores del mundo y siempre me cuidan con mucho amor. Me acuerdo de que cuando llegábamos del cole, el abuelo nos paseaba en una carretilla que tenía en el patio. La abuela nos tenía preparado un aperitivo. Siempre están pendientes de nosotros”.

En el día a día

Claudia observa que “son una pareja excepcional porque se muestran el amor día a día. ¡Quién iba a decir que aquellos dos jóvenes que se veían por el balcón iban a crear esta bonita historia de amor de 50 años ya! Les quiero con locura”.

El último testimonio es el de Javier y Noemí: “Los abuelos están siempre preocupados por cada uno de nosotros. Ponen mucho amor en todo lo que hacen. Son los mejores abuelos del mundo y nos enseñan las cosas más bonitas. Para nosotros, lo mejor de la semana es comer el domingo todos juntos”.

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