Karla Chavarría, tejedora de redes de dignidad

Karla Chavarría, inmigrante hondureña

Como muchas personas que han tenido que dejar atrás su hogar para buscarse la vida en un país en el que no tienen raíces, la hondureña Karla Chavarría explica que ha sufrido “duelo migratorio”. Un sentimiento marcado “por la nostalgia y la melancolía”, pues “ya no te llegas a sentir del todo ni de aquí ni de allí”. Sobre todo cuando parte de tu familia continúa en tu país de origen y “vives a medias entre los dos lados, tratando de conciliar ambos horarios”.



Apasionada por su tierra, percibe dos grandes realidades paralelas que marcan su existencia: “Honduras es un país bello y rico, con los recursos necesarios para vivir todos bien. Pero, desgraciadamente, somos víctimas de malos gobiernos que nos han sumido en la falta de oportunidades, el hambre, la criminalidad y la inseguridad. La impunidad impera en todas las esferas y las maras se han hecho con el control de todo”.

Violencia generalizada

Hasta el punto de que, ilustra descarnadamente, “cada día, al salir de casa, no sabes si regresarás o encontrarán tu cadáver en plena calle. Y no es una exageración… Te puede ocurrir andando y que el coche que pasa a tu lado reduzca sospechosamente la velocidad. O estar comprando en una tienda y que aparezca un grupo disparando indiscriminadamente a todos los que están dentro”.

Una catarsis de violencia protagonizada sobre todo por dos maras: “Siendo ambas sanguinarias, una se dedica a extorsionar a cualquiera que se atreva a abrir un pequeño negocio. Si el dueño se niega a ceder al chantaje, pueden ir y, directamente, tras señalarle como un objetivo, matarle. La otra va más allá y, cuando se presenta a matar al dueño del negocio, asesina más allá de su objetivo a todo aquel que esté en el lugar y en el momento equivocado”.

Obligada a emigrar

Consternada ante esta realidad, en noviembre de 2016 se vio obligada a emigrar: “Cuando llegué a España, en ese primer momento lo pasé muy mal. Siempre digo que, si las almohadas hablaran, solo ellas saben el dolor de las lágrimas que derramamos en silencio. Necesitaba ayudar económicamente a mis tres hijos, que seguían en Honduras, pero no tenía alternativas…”.

Pasó de Madrid a Talavera de la Reina, en Toledo, “donde padecí abusos laborales y de todo tipo y estaba en una situación extrema, pasando hambre y frío. Hasta que conocí a alguien de Acción Contra el Hambre y me derivó a una psicóloga. Alertada por mi situación, ella me derivó a una trabajadora social en Navalmoral de la Mata, en Cáceres, y, gracias al acompañamiento de la Fundación Cepain, por provenir de un país marcado por la violencia como el mío, pude solicitar protección internacional. Entré en un programa de acogida y me veía forzada a trabajar en negro para poder ayudar a mis hijos, contando también con el apoyo allí de mi hermana”.

Activismo social

Finalmente, a los seis meses consiguió regularizar su situación y, tras pasar un tiempo en un hostal en Cáceres, empezó a trabajar de interna, cuidando a personas ancianas e impedidas. También pudo traer con ella a su hija (sus dos hijos varones siguen en Honduras). Fue entonces cuando comenzó una nueva etapa vital para Karla y, tras asentarse mínimamente, levantó la mirada y empezó a ayudar las demás, luchando con todas sus fuerzas para que, al menos, los derechos de sus compañeras se asienten en la práctica.

Fue así como, el 30 de marzo de 2019, Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, 40 mujeres fundaron en Cáceres la Asociación Empleadas de Hogar, Cuidado y Limpieza. Karla, portavoz del colectivo, reconoce que “este es un activismo muy difícil, pues no tenemos recursos ni contamos con apoyo de ningún tipo de las instituciones ni tampoco de los sindicatos, que solo se interesan por los trabajadores cuando están al servicio de una empresa. Lo nuestro, básicamente, consiste en apoyarnos entre todas y como podemos cuando hay situaciones de fuerte necesidad”.

Trabajo en red

Una gran red de fraternidad abajada y concreta: “Tenemos un grupo de WhatsApp en el que estamos todas y nos vamos contando las urgencias que se van dando. Somos ya unas 80 mujeres en la asociación, siendo tres españolas y el resto inmigrantes. Contamos con un abogado amigo especializado en extranjería y que nos hace muchas gestiones e incluso lleva casos en situaciones de emergencia y no nos cobra nada por ello. Además, trabajamos en red con otras entidades, siendo algunas eclesiales, como Cáritas o la Delegación de Migraciones de Coria-Cáceres”.

Personalmente, Karla también colabora estrechamente con otras asociaciones, como la Red de Hondureñas Migradas, en Madrid, o Sonrisas en Acción, “en la que participo junto a un matrimonio y el sacerdote Ángel Chapinal, delegado diocesano de Migraciones y gran amigo mío, ayudándonos mucho en todo lo que puede. Y es que, básicamente, toda esta acción se trata de un trabajo conjunto, basado en las relaciones personales y en la que damos respuesta a lo que surge, recibiendo ropa, comida, medicinas o hasta una cama cuando una compañera la necesita”.

Cambio estructural

Todo hasta que no haya un cambio estructural: “Reclamamos derechos justos y necesarios. Muchas internas trabajan todos los días, las 24 horas… No tienen descanso y, por ser inmigrantes, muchas veces las insultan, humillan y sufren abusos de todo tipo, incluidos los mentales, los físicos y los sexuales. Padecemos la economía sumergida, no tenemos derecho a paro, estamos lejísimos del salario mínimo…”. Esto ocurre en 2022 en España: “Hablamos de explotación. De esclavitud”.

Foto: Silvia Sánchez Fernández.

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