Josefa Ros: “A la Iglesia le preocupa el aburrimiento, pero no quiere confesarlo abiertamente”

  • Autora del ensayo ‘La enfermedad del aburrimiento’, cree que “la causa del fanatismo puede encontrarse fácilmente en el aburrimiento”
  • “El distanciamiento por aburrimiento que se genera la Iglesia ya no se traduce en la herejía, sino en la apostasía y el ateísmo”
  • “La fe aporta significado a la vida, que es uno de los principales antídotos contra el aburrimiento”

Josefa Ros. Foto: Mariana Frutos

Josefa Ros Velasco, entre otras muchas cosas, doctora en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y fundadora y presidenta de la International Society of Boredom Studies, “la primera asociación científica y cultural del mundo para el estudio del aburrimiento”, acaba de presentar su ensayo ‘La enfermedad del aburrimiento’ (Alianza), donde diserta acerca de “un fenómeno cotidiano que nos atormenta cuando la realidad no cumple nuestras expectativas”.



PREGUNTA.- En nuestro presente, marcado para muchos por la presencia constante en las redes sociales y en el consumo compulsivo de diferentes opciones de entretenimiento ante todo tipo de pantallas, ¿se trata este de un ocio que nos llena o, al contrario, estamos más aburridos que en ningún otro tiempo de la historia?

RESPUESTA.- Mi respuesta a las dos preguntas de esta disyuntiva es no. Empezando por lo último, no estamos más aburridos que en otros tiempos de la historia. Los seres humanos hemos tenido la capacidad de aburrirnos desde siempre, cuando nos hemos encontrado sobreadaptados y hemos dispuesto de tiempo libre, y cuando nos hemos visto obligados a dedicar todas las horas del día al trabajo para subsistir.

Lo que sucede es que ahora contamos con más medios para hacer manifiesto nuestro aburrimiento; tecnología que nos permite compartir nuestro malestar con personas que están en el otro extremo del planeta, y capacidad para comunicarlo a través del lenguaje hablado y escrito en una variedad de idiomas. Estos recursos no han estado disponibles de manera democratizada en otros siglos. La cantidad de aburrimiento es la misma, aunque las fuentes de aburrición sean distintas en cada época. La experiencia del tedio tiene que ver con el tiempo vacío, la repetición y la falta de estimulación, aspectos que forman parte de la vida humana desde sus orígenes.

Con respecto a la otra cuestión, la oferta de entretenimiento inmediato a la que nos plegamos en la actualidad es significativa en pequeñas dosis. Al final, todo lo que se consume de manera reiterada y abusiva acaba cansando a la larga. Muchos comprobamos durante el confinamiento que las plataformas de ‘streaming’ y de contenido audiovisual a la carta, así como las redes sociales, en las que confiamos para esquivar el aburrimiento en los ratos muertos del día a día, no están diseñadas para mantenernos entretenidos de forma constante en el tiempo.

En la Edad Media

P.- En tu libro dedicas un capítulo al aburrimiento durante la Edad Media, marcada por el tapiz cristiano imperante en el conjunto de la sociedad en buena parte de Europa. En el ‘ora et labora’ de muchos monasterios medievales, ¿hasta qué punto las infinitas horas de contemplación, en las que no todo sería oración atenta y con toda el alma, llevaron a diferentes desvíos vitales, morales y hasta doctrinales en la búsqueda indirecta de la emoción de la pasión?

R.- En la Edad Media, el aburrimiento adoptó la forma de la acedia, que afectaba no solo a los hombres de fe, sino a toda la población. Sin embargo, aquellos cuya cotidianeidad transcurría en los monasterios medievales fueron los que tuvieron ocasión de legar el testimonio escrito de su experiencia a las sociedades del futuro. En los textos de los Padres del desierto y de la Iglesia puede apreciarse cómo los monjes estaban atrapados en la eterna repetición de una rutina consistente en orar y contemplar, desde el amanecer hasta el atardecer, generadora de grandes momentos de hastío.

El peor llegaba en la sexta hora del día, cuando tocaba estudiar en privado y vencer la tentación de quedarse dormido bajo la sola y atenta mirada del Creador. El trabajo manual también formaba parte de la jornada, pero no sería un gran remedio contra el aburrimiento. Labrar la tierra, sembrar, cuidar de los animales o cocinar, y un poco de trabajo de escritorio, nada más; siempre igual, las mismas tareas cada vez, ad infinitum.

Seguro que los afectados por el aburrimiento imaginaban una y mil formas de romper con el aburrimiento, pero no les estaba permitido poner en práctica ninguna de ellas. En un contexto tan constrictivo es comprensible que, de cuando en cuando, los hombres explotasen frente al aburrimiento, y no es de extrañar que dicho estallido se tradujese en conductas que, en aquellas instancias, se consideraban desviadas, aunque quizá hoy no nos lo parecería: dejarse seducir por Morfeo en pleno servicio, comer y beber a escondidas o en exceso, descubrir los placeres de la carne (en solitario o acompañados), entre otras.

El mayor peligro radicaba en que el ‘horror loci’ acabase empujando al monje a abandonar la celda y, tras ello, la misma senda de la salvación.

Josefa Ros. Foto: Mariana Frutos

P.- ¿El aburrimiento puede llegar a explicar en parte la proliferación de corrientes que la Iglesia considera heréticas?

R.- Por supuesto. El malestar que nos hace sentir el aburrimiento no puede ser ignorado, porque está en nuestra naturaleza el huir del dolor y tratar de permanecer en el placer. Hacemos cualquier cosa para librarnos del fastidio que nos causa, con mejores o peores resultados. Incluso llegamos a dañarnos a nosotros mismos solo para romper con el tedio. En la dolencia que representa el aburrimiento radica también un claro mensaje: el paradigma en el que nos encontramos inmersos se ha quedado obsoleto.

El aburrimiento indica que ha llegado el momento de pasar a lo siguiente para no quedarnos estancados en la eterna quietud de lo siempre igual, que en algo recuerda a la temida muerte. Desde el siglo I hasta el presente, la Iglesia ha considerado heréticas a decenas de enseñanzas religiosas, desde el docetismo hasta los testigos de Jehová, pasando por el maniqueísmo o el fideísmo, entre muchas otras, que nacen del rechazo frente a los preceptos del catolicismo.

Si ha habido en la historia un ejemplo palmario de disidencia del catolicismo por cansancio de su ortodoxia, ese ha sido el del protestantismo. La Iglesia tiene un grave problema con el aburrimiento porque sus presupuestos han dejado de ser significativos y atractivos para las comunidades. Desde hace un tiempo, este distanciamiento ya no se traduce en la herejía, sino en la apostasía y el ateísmo, en la renuncia a la búsqueda del significado en las deidades.

P.- En un sentido contrario, ¿el aburrimiento puede llevar a posiciones extremas y a que, fascinados con elementos externos como el ropaje o un cierto sentimiento de superioridad por “ser los más fieles a la tradición, muchos fieles caigan atrapados en reductos recalcitrantes? ¿Los hay que incluso llegan a cuestionar al papa Francisco por sentirse especiales, elegidos… o aburridos?

R.- La causa del fanatismo puede encontrarse fácilmente en el aburrimiento. Llevar al extremo nuestras creencias es un aliciente para evitar su abandono definitivo cuando estas se dan por sentadas y carecen del estímulo de lo novedoso. Pero también es una forma de romper con el hastío que nos provocamos nosotros mismos, como miembros de una sociedad tediosa, y con el aburrimiento profundo que resulta del percibido sinsentido de la existencia, cuando los pilares sobre los que se asientan nuestras convicciones espirituales empiezan a flaquear.

En esos reductos recalcitrantes hallamos, por una parte, un camino para escapar de la masa y adquirir una identidad propia, al tiempo que, por otra, nos otorgamos un propósito en la vida que nos convence de que nuestra conservación merece la pena entre tanta uniformidad e invariabilidad.

Desconozco si los que cuestionan los intentos de modernizar la Iglesia que con tanto ahínco está llevando a cabo el papa Francisco lo hacen por aburrimiento, por necesidad de reafirmarse a sí mismos o por miedo a lo desconocido. Como sea, le hacen un flaco favor a esta institución. Tratar de permanecer siempre en el mismo lugar es contraproducente y desadaptativo; lo es tanto como moverse hacia los extremos, aunque a veces no queda más remedio que transitarlos para dar continuidad a la rueda de la vida.

Vicio… y pecado

P.- Sostienes que, durante siglos, en gran medida animada por la Iglesia, la animadversión ante esta emoción ha hecho que se considere el aburrimiento como “un vicio” y hasta un pecado, pues puede conducir a “la distracción frente a la Palabra de Dios”. ¿Por qué hoy la Iglesia no parece prestarle demasiada atención a este fenómeno, silenciado de toda reflexión teológica u homilía dominical, cuando parece evidente que el aburrimiento puede derivar en la “acedia”, que equiparas a sentimientos como “la sequedad del alma, una tristeza inexplicable o una parálisis completa de la voluntad”?

R.– El aburrimiento fue considerado como un desvío de la virtud en la Grecia Antigua y, más tarde, como manifestación del fracaso de las pretensiones imperiales de Roma. Con la fundación del cristianismo, la acedia pasó a ser uno de los ocho pecados capitales; no uno cualquiera, sino el peor de todos, el más temible, el único para el que no había perdón, hasta que san Gregorio lo eliminó de la lista como muestra del dominio de la fe frente al demonio. Sin embargo, esta supresión no lo hizo desaparecer en ningún caso. Quedó supeditado a la tristeza y, con el tiempo, se fundió con la melancolía renacentista.

En este giro, se eximió a los hombres de fe de la carga de conciencia que suponía el aburrirse de las obligaciones contemplativas, y a la Iglesia de la responsabilidad de haberse convertido en la fuente por antonomasia de aburrición. El dominio del aburrimiento se transfirió desde lo espiritual hasta lo corporal, cayendo en la jurisdicción del médico, no del sacerdote. Desde entonces, poco se menciona el aburrimiento en el contexto eclesiástico, a pesar de que la Iglesia pierde adeptos cada día por razón de este. Pocos son los que, como hizo San Agustín en ‘La Catequesis de los principiantes’, dedican sus esfuerzos a advertir de los peligros que supone el aburrimiento para conservar la devoción de los feligreses.

A la Iglesia le preocupa sin duda este fenómeno, pero no quiere confesarlo abiertamente dedicándole un espacio en la homilía dominical, ni en ningún otro lugar, por miedo a que los parroquianos sientan que se les reprocha por su falta de interés, lo que podría provocar un rechazo aún mayor y a que se le acuse a ella misma de ser aburrida, propiciándose su caída definitiva.

Sin embargo, no hablar del aburrimiento no hace que cese el problema. Ignorarlo, mirar hacia otro lado, no es una buena estrategia. En este aspecto, la Iglesia se está equivocando. De tratar la cuestión con más naturalidad, podría beneficiarse de un diálogo abierto con sus fieles del que, con toda seguridad, surgirían grandes ideas para renovar la práctica de la fe cristiana. Los herejes por los que me preguntabas antes han sido mucho más avispados en este sentido.

Josefa Ros. Foto: Mariana Frutos

P.- En tu artículo ‘No estoy solo (ni aburrido) porque Dios está conmigo. El papel de la religión en la vejez’, consideras que las personas ancianas con fe tienen menos propensión al aburrimiento al darles la fe “un mayor sentido” vital. ¿Esto también se da en los jóvenes o, al ver ellos más lejana la experiencia de la muerte, no buscan tanto nutrirse de ese sentido que para los más mayores puede ser una necesidad?

R.- La fe aporta significado a la vida, que es uno de los principales antídotos contra el aburrimiento. Además, las personas verdaderamente comprometidas con su fe, aquellas que se denominan practicantes, se involucran en actividades de culto con las que ocupan su tiempo libre de manera satisfactoria y reconfortante. Esto no solo aplica a las personas mayores, sino a cualquiera que viva su espiritualidad activamente. El sentido que la religión confiere a la muerte puede ser necesario y bienvenido a cualquier edad.

El final de la vida es un destino que tortura tanto a quienes están a punto de descubrirlo como a los que aún lo perciben lejano en el horizonte. No se trata únicamente de lo que tiene que ver con el más allá, sino también con lo que representa la religión en el más acá. Es más que una guía metafísica; es un prontuario ético, estético y epistémico. De lo que se trata es de pertenecer a un rebaño, en lugar de caminar solo. Esto es lo que salva del aburrimiento a los auténticos devotos de una congregación religiosa.

P.- Aunque sea desde fuera, ¿hay algún personaje religioso público, de cualquier religión, del que dirías que está atrapado por las garras de un aburrimiento sin salida? ¿Y al revés, alguien que es muy difícil que pase demasiado tiempo aburrido?

R.- Aymán al Zawahirí, actual líder del grupo yihadista Al Qaeda, a pesar de habitar en los extremos de la fe y de su férrea convicción en la causa del Estado Islámico, debe sufrir grandes momentos de aburrimiento en los escondites en los que, como Osama bin Laden, se refugia por largos periodos de tiempo de quienes quieren darle caza, privado de las maravillas y la belleza del mundo exterior, y con la única compañía del odio que habita en su alma y en la de los miserables que le rodean. Por contrapartida, David Miscavige, líder eclesiástico de la Iglesia de la Cienciología, no debe tener un minuto para aburrirse con la cantidad de denuncias y escándalos con los que tiene que lidiar constantemente.

Fotos: Mariana Frutos.

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