La Iglesia, al auxilio de la España vaciada: la nueva Galilea

El cielo está completamente despejado y el sol brilla con fuerza sobre Argujillo, 26 kilómetros al sureste de la capital zamorana. La helada de anoche no impide que este domingo sea radiante aunque, a las diez de la mañana, los cuatro grados se notan mucho en el cuerpo y la cara casi agradece la dichosa mascarilla.



Los gorriones se persiguen y cantan con felicidad pero sus gorjeos quedan completamente velados por el sonido de alguien trabajando con un compresor, que convierte el bucolismo en una fuerte bofetada de realidad. “La Iglesia es como un sacramento de nuestra propia realidad. La fe era el centro de la vida de la gente. El domingo era un día sagrado y hoy es mucho más profano. Es la realidad que vivimos”, comenta el párroco, Timoteo Marcos Gamazo (Villalonso, Zamora, 1954), al que Vida Nueva ha acompañado en uno de sus domingos en los que suma y suma kilómetros a su Renault.

El próximo 15 de mayo se celebra el Día del Mundo Rural. Bajo el lema Vida en los pueblos, una respuesta ante la pandemia, el Movimiento Rural Cristiano y el Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos busca reivindicar la vida en los pueblos.

Este sacerdote, ordenado en 1979, desarrollaba su labor pastoral en Carbajales de Alba cuando fue destinado, en 2019, al arciprestazgo de El Vino como uno de los seis sacerdotes activos que se encargan de 32 parroquias, con más de 14.000 habitantes en total. Apenas dispuso de cinco meses para adaptarse, conocer a las personas y adquirir la confianza necesaria como referencia, ya que la pandemia se impuso a todos los frentes de la vida.

“Me ha tocado estar en una situación un poco extraña porque, además de venir a una realidad nueva, me cogió de lleno el primer confinamiento. La pandemia nos ha puesto muchos limites para conocer”, señala. “Las dificultades se están alargando en el tiempo, no solo por la propia celebración de los sacramentos, sino también porque no es posible la celebración como antes”, observa.

El recorrido de cada fin de semana

La imponente torre de la iglesia de la Asunción domina esta localidad de La Guareña que no llega a 230 habitantes. Timoteo acude muy puntual a la cita. Dentro de sus responsabilidades en la Unidad Pastoral de Sanzoles, tiene que decir misa justo dentro de media hora, la primera de las tres eucaristías que hoy le llevarán también a San Miguel de la Ribera y a El Piñero, donde reside.

Ayer ya tuvo misa en Sanzoles y en Venialbo, dentro de un recorrido que cada fin de semana le lleva a esos pueblos de La Guareña y de la Tierra del Vino, incluidos Fuentespreadas y Cuelgamures. “A las misas de ayer fue poca gente. Siendo sábado por la tarde, a la gente le cuesta más. Para ellos, el domingo sigue siendo el tiempo de referencia, pero cuando tienes tantos pueblos, has de distribuirlos y no puedes decir todas las misas un domingo. Entonces, algunos tienen que tener misa los sábados y la vas rotando”, explica.

Así es la vida de muchos sacerdotes, con un constante ir y venir que intenta compensar la curva descendente del número de curas disponibles para atender a una población que, como ocurre en el mundo rural de Zamora, cada vez es más escasa y envejecida. Timoteo, de 66 años, es uno de los 101 sacerdotes que residen en la diócesis de Zamora, donde se contabiliza un total de 116, incluido Juan José Carbajo, un joven de 27 años recién ordenado. Además, recibe la inestimable ayuda de Arístides Martínez, un sacerdote de 79 años natural de Madridanos.

Párroco todoterreno

En la portada del templo hay un tablón de anuncios en el que destacan un cuadrante que detalla las misas del mes por colores, con horas y localidades, y una octavilla en la que figuran los números de teléfono fijo y móvil del cura. Y es que, cuando de espiritualidad y servicio al prójimo se trata, más vale dar rienda suelta a la propia etimología de Timoteo –‘que siente amor a Dios’– que a la tan manida protección de datos.

Los sacerdotes del siglo XXI, sean de la edad que sean, han tenido que desarrollar una especial capacidad de adaptación ante lo que hoy se llama eufemísticamente ‘reto demográfico’ y eso se percibe con especial claridad en el entorno rural. “Esa actitud de servicio es la que nos permite vivir con dignidad el ministerio”, comenta.

“En la actualidad, es más difícil que haya curas para tomar el relevo y la presencia en los pueblos pequeños tiene que ser mayor y conlleva mucho tiempo. Por eso es importante la opción por el mundo rural. Decir tres misas, como hoy, no es tanto esfuerzo pero ni siquiera el Jueves Santo, que dije siete misas, acabé cansado, porque lo vives con la gente y cada comunidad es especial”.

Gonzalo García se acerca con decisión y nos desea los buenos días. A sus 83 años, además de ser poeta, se encarga de hacer los tres toques de las campanas para llamar a misa, barrer la puerta para retirar los excrementos de las palomas, poner rótulos para marcar las distancias y recordar el aforo y las medidas de seguridad ante la pandemia y ayudar “en lo que puede” al sacerdote. “Hemos pasado de una etapa muy clerical, en la que el cura lo hacía todo, a otra en la que su trabajo se ve reforzado. Afortunadamente, hemos descubierto que los seglares no solo son fieles, sino que son miembros de la comunidad”, recalca el sacerdote.

Soltura con las medidas anticoronavirus

Una pequeña mesa con un dosificador de gel hidroalcohólico, unas estampas y una cesta petitoria y los carteles pegados a los bancos con la leyenda “Sentarse aquí” recuerdan que la fe convive con el coronavirus. En la sacristía, el cura se prepara mientras Gonzalo llena las vinajeras y recoloca el purificador y la palia, sin olvidar las pequeñas esquilas con cuyo sonido rubricará los momentos de la consagración. “Mira, esta pila bautismal la trajeron de Valparaíso, que había un convento. Dicen que tiene más de mil años. Ahora no tiene agua por seguridad, por el virus”, señala, apuntando hacia el fondo de la nave, junto a la puerta de acceso.

Asisten a la eucaristía 23 personas, con predominio de mujeres, que colaboran activamente. María Manuela Rodríguez y Bernardina Tomás, de 81 años, preparan los cantos, empezando por Alegre la mañana. La reverberación que ofrece el templo contribuye a mejorar el resultado.

El pueblo participa en las lecturas de forma ágil y despliega, con la soltura que da la costumbre, las medidas anticoronavirus: antes y después de leer, desinfección de manos con gel, la mascarilla se retira solo en la soledad del atril, con una gran distancia. El cura repite todo el proceso para la primera carta del apóstol San Juan y pronuncia su homilía con la mascarilla puesta. “La conversión es volverse hacia el Señor, esto es, decir a la gente que hemos descubierto a alguien que nos ama, que nos da la paz y la alegría de vivir. Lleva a la gente tras las huellas del Resucitado, sin complejos, porque anunciamos un mensaje liberador”, recalca.

Dar la paz a un metro

La modificación de los acostumbrados detalles de la eucaristía ante el COVID-19 resulta bastante llevadera hasta que llega el momento de la paz, en el que una afectuosa reverencia se antoja insuficiente y hace echar mucho de menos el hecho de estrechar la mano con calor o de dar un beso cariñoso. El gel hidroalcohólico aparece de nuevo antes de la comunión y la Sagrada Forma es recogida con ambas manos por la feligresía algo que, por otra parte, ya era bastante frecuente antes de la pandemia.

Los primeros meses con coronavirus, la época más dura y confusa, cuando nadie tenía claro lo que estaba pasando ni el alcance de la enfermedad, dejaron una honda huella en el ánimo colectivo ante la tragedia vivida. En aquellos momentos, la sensación de soledad se acentuó especialmente en los funerales. “No fueron muchos, pero es verdad que se hizo muy cuesta arriba no poder oficiarlos como siempre, debido a las restricciones sanitarias.

De todas formas, no percibo que la pandemia haya replanteado formas de entender y vivir la vida. Tengo la impresión de que, en algunos casos, sobre todo en las zonas rurales, a lo mejor es un pretexto para irse adaptando a formas que igual te costaban más antes”, reconoce.

“La pandemia va a descolgar a mucha gente. Hay gente que dice que no quiere un funeral y que le basta con un responso, una oración en el cementerio. No sé si, en el fondo, es que un funeral no convence y lo que se pretende es justificarlo con una oración”, valora.

Aunque apenas tres kilómetros separan Argujillo de San Miguel de la Ribera, donde viven algo más de 300 personas, el tiempo queda bastante ajustado para poder llegar con cierta holgura a la misa de doce, en la iglesia de San Miguel Arcángel, de manera que no hay demasiada conversación a la salida del templo. “Aquí tienes que descalzarte porque estás pisando tierra sagrada. Aquí estuvo Santa Teresa de Jesús. Ella habla de estar en lo que se llamaba entonces la Aldea del Palo y ella estuvo aquí”, relata, al tiempo que saluda a un grupo de fieles que aguarda a la puerta del templo.

Fortuna vital

Al contrario de lo que ocurre en las ciudades, el canto de los gorriones todavía se impone en La Guareña al de las palomas. Un par de niños pasan en bicicleta a toda prisa, una auténtica fortuna vital para un pueblo de la denominada España vaciada. En la terraza del bar, ya han tomado posiciones ocho paisanos, alguno de ellos, con la mascarilla colocada de forma peculiar. Un par de hombres de mediana edad fuman y hablan en voz alta sobre la bendición que supone tener trabajo, “con la que está cayendo”, y comparten su preocupación ante los alarmantes indicadores económicos de Zamora y el sombrío futuro que parecen perfilar.

En el umbral de la sacristía espera Clodobaldo Mangas Delgado, ‘Dito’, ya que de pequeño le llamaban Clodobaldito. “Si le digo a usted los años que tengo, se asusta: 93. Lo que oye. Yo nací aquí y aquí me muero”, asegura. “Yo me encargo de encender todo y lo que necesite el señor cura, que es poco bueno”, sentencia de corrido y con un guiño.

Timoteo Marcos dice misa para 17 personas en San Miguel de la Ribera y sale con presteza hacia El Piñero. Hace un cuarto de hora que el grupo de animación de la liturgia ya está repasando los cantos en la iglesia parroquial de Santa María Magdalena. Suenan los primeros compases de “Tú nos conoces, Señor, al partir el pan…”. Lupe Merchán, de 72 años; Toñi Velasco, de 74; Venancia Merchán, de 75; Carlos Sánchez, de 75 y Manuel Gallego, de 77, ensayan, con el apoyo del más veterano, Manuel Martín, de 84 años.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir