Editorial

Pastores a pie de campo

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En estos meses se han sucedido en diversas diócesis iniciativas para dar voz a la denominada España vaciada. Las campanas de los templos han repicado al unísono para llamar la atención sobre la precariedad de quienes siguen apostando por vivir en los pueblos. A buen seguro, este altavoz de denuncia se repetirá el 15 de mayo, cuando se celebre el Día del Mundo Rural, con motivo de la festividad de san Isidro.



El éxodo creciente a la urbe en busca de un trabajo ha dejado prácticamente desiertas grandes zonas de nuestro país. Sin embargo, la pandemia podría generar un punto de inflexión. La densidad de población de las ciudades y las dificultades para superar el confinamiento han llevado a no pocas familias a replantearse su futuro y regresar a unos espacios naturales donde ganar en calidad de vida.

Las nuevas tecnologías y el teletrabajo han favorecido esta sana mudanza. Sin embargo, no es suficiente. Urgen políticas de apoyo al mundo rural que permitan la repoblación con incentivos laborales y una apuesta real que garantice unos servicios mínimos básicos menguados: las escuelas, los centros de salud… O lo que es lo mismo, es necesario garantizar las tres ‘t’ bergoglianas de la tierra, el techo y el trabajo dignos para que nadie más quiera hacer las maletas y abandonar sus raíces.

En este contexto, la Iglesia se ha reivindicado sin buscarlo en el único agente dinamizador social de estas pequeñas comunidades. Y lo hace a través de esos curas de pueblo que lo mismo celebran la misa que salen al quite de cualquier incidencia cotidiana de los vecinos de la decena de aldeas que suelen tener a su cargo.

Es más, ante la disminución de sacerdotes, esta tarea se ha complementado con los equipos de laicos de las unidades pastorales. Este acompañamiento, lejos de limitarse a una labor celebrativa, supone un soplo de vida y esperanza para una población envejecida y sola, pero también un impulso renovador y de apoyo para los más jóvenes del lugar.

Redistribución del clero

En este sentido, no estaría de más que, al igual que se invita a las nuevas generaciones de trabajadores a que retornen a los pueblos, también la Iglesia se podría replantear reforzar su presencia como un signo de apuesta real. Bien es cierto que en ninguna diócesis sobran presbíteros, pero, de la misma manera que existe un fondo de solidaridad interdiocesano en materia económica, promover esa misma conciencia entre los jóvenes sacerdotes para que vivan experiencias de mediana y larga duración en mundo rural, haría mucho bien.

Una redistribución del clero no solo permitiría abrir su mente y su corazón a esta nueva realidad. Sin duda alguna, reavivaría su vocación para identificarse literalmente con Jesús, Buen Pastor y Sembrador, a pie de campo.