Jesús Sánchez Adalid: “Si escribiera un sermonario, no me leería nadie”

Escritor y sacerdote

A Jesús Sánchez Adalid le plantearon estar este fin de semana en un evento que la Junta de Extremadura ha preparado con todas las personalidades del arte y la cultura nacidas en la tierra para promocionar la región. Se cayó del cartel antes de que le colocaran. No le atraen los focos. No renunció por imperativo ministerial: sábado y domingo atado a la Parroquia de San José.



Es que quiere estar sábado y domingo con su comunidad, en Mérida. No lo perdona. Los marabús literarios nunca le han enganchado. No es que sea un excéntrico ermitaño. Simplemente busca ser un cura de a pie. Misas, catequesis, entierros, reuniones con el consejo pastoral… Compatible con ser uno de los best seller más leídos de España, traducido a varios idiomas, y de los más reputados en el género de la novela histórica.

En tan solo unas semanas, ‘Las armas de la luz’ (HarperCollins) se ha encumbrado en el top de los superventas. “Hay quien piensa que vives en una torre de marfil, en el fortín de los intelectuales, con unas determinadas actitudes y formas de proceder impostadas y con una farándula mediática alrededor”, señala el sacerdote, que limita las acciones promocionales a lo imprescindible: “Ocupa una mínima parte de mi vida y, cada vez, menos tiempo, porque tengo la suerte de que los lectores me conocen”.

Llevaba tres años sin publicar nada. Por eso, este trabajo de vuelta tenía que ser “una novela novela”. Un novelón. “Quería que el lector tuviera esa sensación que nace cuando te enfrentas a Guerra y paz, de Tolstoi, Una historia en dos ciudades, de Dickens, ‘Los miserables’, de Victor Hugo… La  gran literatura de evasión con sentido y profundidad”, explica a Vida Nueva.

Documentación previa

El confinamiento de marzo del año pasado le pilló con la investigación previa hecha sobre un relato que se enmarca en torno al año 1000, cuando Almanzor amenaza el norte de la Península Ibérica. Se había pateado de lo lindo Cataluña. Tres viajes intensos recorriendo de arriba abajo monasterios, archivos, enclaves naturales… “Era fundamental para dar verosimilitud a la trama en lo documental, pero también para poder recrear los escenarios”, comparte.

El encierro le permitió pisar el acelerador. “Faltaba sentarse, quedarse quieto y dar forma a todo eso. No podíamos tener la parroquia abierta, no podía acompañar presencialmente a los fieles ni visitar enfermos… Ese tiempo terrible para todos no podía caer en saco roto y para mí, como escritor, se convirtió en tiempo gracia”, explica con el convencimiento de que ha sido la obra “más trabajada de todas y la que he terminado más satisfecho”.

Ahora, respira ya tranquilo cuando se ha visto correspondido por los lectores, pero nada borra el temblor y estupor que recorrió su cuerpo el día en que puso punto y final al documento de Word de esta narración épica, pensando en que quizás esta vez no tendría gancho: “Conectar con el lector es un alivio grandísimo, porque ese juicio definitivo sobre tu texto siempre es un misterio. La gente piensa que, por el hecho de haber tenido cierto éxito con algunas obras, te asegura el éxito de todos tus trabajos. Eso es falso. Los editores te repiten una y otra vez: lo complicado de mantenerse”.

Un telón de esperanza

Y eso que la pandemia ha aumentado el consumo de literatura: “Todos los males llevan escondidos algún beneficio. Este principio cristiano de ver luz en medio de la oscuridad es el que tenemos que aplicar frente a unas sombras que son enormes: la muerte, la caída de la economía, la soledad…”.

Desde ahí, también aprecia un resurgir de la interioridad: “Estoy convencido de que va a ser el resorte para una generación más concentrada, reflexiva y menos superficial. No va a ser de inmediato, y solo el tiempo lo dirá, porque antes tocará atravesar una crisis explosiva”. ¿Sabrá recoger la Iglesia el guante de estas inquietudes? “Espero que sí. La Iglesia también se purifica, y muchos de los males que se están sufriendo ahora ayudarán para recolocar algunas piezas”.

Teniendo delante al que más vende, resulta inevitable pedirle consejo sobre las carencias de una Iglesia que no sabe colarse ni en las estanterías de una casa ni en las conversaciones de una pareja. “Nos falta alegría, que les demos una razón de vida ante las sombras que viven en lo cotidiano. No podemos ser profetas de catástrofes, estamos llamados a poner un telón de esperanza por delante, la resurrección y la alegría en Jesucristo”. Para salpimentar, también reclama “más compasión con la realidad del otro, sin juzgar al alejado, amplitud de miras, dejando a un lado algunos elementos que nos han empobrecido”.

Texto humano

La acogida arrolladora que ha recibido su veintena de libros publicados en los espacios seculares le ha valido en más de una ocasión alguna reprimenda gratuita, por que sus obras no fueran más dogmáticas o sapienciales. “He tenido que escuchar que tenía que escribir cosas más directamente católicas, pero el Papa lo explicó maravillosamente bien en su carta sobre Dante: entiendo mi misión como llevar luz al alma humana”.

Y Sánchez Adalid va más allá: “Si hiciera una colección de sermonarios, no la leería nadie, y quien lea ‘Las armas de la luz’ se va a encontrar con el Evangelio, con san Agustín y con la teología más pura de una forma amable y comprensible. En la medida que es un texto humano, hace cercano lo divino”.

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