La Semana Santa se hace verso: la poesía más joven recobra la fe

Nadie como un poeta es capaz de proclamar el misterio del Hijo del Hombre, su Pasión, su Resurrección. Los poetas que desde la fe son capaces de albergar “toda la esperanza/ de años, en un madero ensangrentado”, como dicen los versos de Álvaro Petit Zarzalejos (Bilbao, 1991). Porque los poetas jóvenes también creen, también proclaman su fe, también escriben, también dan testimonio. “Por eso el artista se agacha,/ se descalza y calla para escuchar la voz potente,/ como de hueso que vive, del Dios de nuestros padres”, que Petit afirma en un reciente poema, “Éxodo 31”.



Con él, con Petit, con el poeta afincado en Madrid, con el poeta de La senda oscura (Vitruvio, 2017) y Que aún me duelas (Adonais, 2018), la Semana Santa se hace verso y el dolor de la Pasión, la Resurrección final, procesiona ante nosotros. “Por católico, son el centro de mi fe, el epicentro de todas mis creencias y, al final de todo, la fuente de esperanza. Tanto la Pasión por ser escogida, como la Resurrección, por desafiar y vencer a la muerte, son un acto supremo, de una soberanía que lo desborda todo, también a nosotros”, confiesa Petit a Vida Nueva.

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Álvaro Petit

“Y ese tipo de entregas tan extraordinarias, son siempre, o lo han sido hasta fechas bien recientes, materia de la poesía, que es una forma de penetrar en lo velado”, señala así a Pablo García Baena, Julio Martínez Mesanza –“mi maestro”, admite Petit– y Enrique García-Máiquez. “Por poeta, son motivo de reflexión casi permanente –prosigue–. Cada acto de fe y de piedad, y la poesía puede serlo, nos remite inevitablemente a la Pasión y a la Resurrección”. Y por eso Petit escribe, por ejemplo: “Esperanza, el blanco sueño enternal de la vida/ en su muerte; resurrección, el sueño que sueña/ la muerte en su certeza…”.

“Poetas, solo Dios habla”

Pero también la fe y la piedad, la Pasión y la Resurrección, la voz misma de Antonio Machado –“No desdeñéis la palabra; el mundo es ruidoso y mudo, poetas, solo Dios habla”– se encarna en este tiempo en otros jóvenes poetas, en la de los nacidos en la década de los 90. Y entre los que Antonio Praena Segura (Purullena, Granada, 1973), dominico y luminoso poeta, destaca a Jorge Villalobos (Málaga, 1995) y Juan Domingo Aguilar (Jaén, 1993).

Leonardo Reyes (en el centro), en la presentación de su poemario. Foto: Todo es verso

También a Leonardo Reyes (Santo Domingo, 1991), dominicano que ha irrumpido en Madrid. “Ha sido un descubrimiento. Su libro Es preciso reponerse de la tristeza, ganador del Premio Elvira Daudet para poetas jóvenes, habla de la muerte de Dios, de la fe después de Nietzsche, de acciones de gracias angustiadas, de un silencio cartujo que bien puede estar profetizando este confinamiento libre contra el COVID-19”, relata Antonio Praena a Vida Nueva.

“No es que todos sus poemas hablen de la cruz y la resurrección –continúa–, pero sí que lo hacen desde la experiencia del triduo pascual cristiano. Es un poeta que ha sufrido y ha atravesado con su cruz de emigrante, joven y pobre, el valle del llanto en busca de la vida. Me refiero a él porque su profundidad destaca frente a la superficialidad y hasta débil calidad literaria de muchos poetas españoles de su misma edad que se han convertido en superventas”. No son, ni mucho menos, los casos de Jorge Villalobos y Juan Domingo Aguilar, sobre los que recae, además, la doble etiqueta de jóvenes poetas y antólogos. Y, sin duda, el elogio de Praena, quien con Historia de un alma (Visor, 2018) ganó el Premio Jaime Gil de Biedma.

Cómo entender la religiosidad

Jorge Villalobos también obtuvo un prestigioso galardón, el Hiperión, con su tercer poemario, El desgarro (Hiperión, 2018). Y con él la consolidación, la referencia, también la atención a un poeta que se reconoce religioso en toda su amplitud: “En un estudio de National Geographic explicaban que el primer rasgo del ser humano como especie no surgía, en realidad, del sedentarismo, sino en la construcción de templos funerarios para sus seres queridos. Nómadas que a su paso dejaban eso: un par de piedras mal puestas, una tierra removida, un cuerpo ahí. Esa fue su religiosidad”, manifiesta. “Ha cambiado, claro, a lo largo, pero ese signo pequeño siempre se mantiene presente en todos los pueblos. Y así concibo yo la religiosidad en mis poemas –añade–. Yo abro en el blanco verde del folio un hueco, remuevo su vacío. El blanco en la cultura oriental significa muerte, es un color funerario. Aquí también”.

Y por eso admite a Vida Nueva: “Para mí, la religiosidad en el poema es eso, un proceso, un ritual. Y la veo y defino no con sus palabras, sino otras, mías, más propias. Si digo virtud, bondad, digo abuela; si digo misa, eucaristía, digo llamarla al menos una vez por semana, decirle que la quiero; si digo Emaús, testigo, digo ver a mi abuela sonreír cuando sirve los platos en el almuerzo, cuando parte el pan de su sonrisa y la ofrece”. Y sí, confirma: “Esa es la religiosidad en mis versos, la religiosidad del hogar, de la familia, porque existe el dolor, porque paseo mi casa, sus paredes y me pregunto: ¿estas humedades, de dónde vienen?, ¿por qué existe un agua, un agua clara que oscurece la pared del hogar?

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Jorge Villalobos

Así que Villalobos confiesa: “Vivir es estar dentro de ese hogar y no ver la nube, no ver la lluvia, pero sí ver una pared que se humedece, se erosiona. Al proceso de cómo lo cristalino puede crear oscuridad; a cómo lo que debería nutrir, erosiona. A ese proceso llamarlo dolor, duda, vacío, dios, nada. La religiosidad en mis versos es acariciar esa mancha, comprenderla, preguntarle por qué, cómo, mientras sigue, siempre, creciendo”.

“Un proceso, un ritual”

Junto a Juan Domingo Aguilar, Jorge Villalobos publicó en 2018 la antología Algo se ha movido (Esdrújula Ediciones), en la que recogían la voz de más de una veintena de jóvenes poetas andaluces. “La religiosidad está muy presente –afirma–, tanto cuando se olvida como cuando se dice en voz alta. La religiosidad es un proceso, un ritual. Yo encuentro en los poetas jóvenes ese proceso, ese ritual, ya sea para rechazarlo o para acercarse a él. Pienso en Sergio Navarro (Marbella, 1992) y sus libros La lucha por el vuelo o Una imagen imposible. Pienso en Jesús Montiel (Granada, 1984), en su libro Sucederá la flor”, señala el poeta.

Habla el verso, pero escribe el hombre, la mujer, y dan testimonio. “La religiosidad es esa mano que agarra la de su hijo para retenerlo en la vida frente a la enfermedad, para que viva más años que tú –sigue señalando Jorge Villalobos–. Y también la encuentro en el olvido, en la indiferencia, cuando sucede la añoranza de un ser querido, cuando se enfrenta a esa ausencia con la memoria, el recuerdo, sus vivencias para decir que nada desaparece del todo. Agarrar un reloj, un colgante que fue suyo, una fotografía como quien se aferra a una cruz o un rosario y se acaricia, se acaricia para recordar, perdurar esa vida en la memoria, mientras se pregunta por qué, cómo. Saber que no es lo mismo, pero es suficiente”.

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Alba Moon

Y es ahí, desde esa religiosidad, donde el poeta malagueño apunta, enumera también, a otros poetas: “Pienso en Diego Medina Poveda (Málaga, 1985), en sus libros Mar de Iroise o en Todo cuanto es verdad, en sus poemas al padre fallecido. O en Cristina Angélica (Caracas, 2000) y su libro Mi hogar es una caja de mudanzas, en Alba Moon (Córdoba, 1993) y sus poemas sobre la ausencia paterna, en Estefanía Cabello (Córdoba, 1993), Félix Moyano (Córdoba, 1993), Juan Domingo Aguilar, Carlos Catena Cózar (Jaén, 1995), Rosa Berbel (Sevilla, 1997), Paula Bozalongo (Granada, 1991)… Un último ejemplo, el libro reciente del poeta Ángelo Néstore (Lecce, 1986), malagueño de adopción, que se titula Hágase mi voluntad”. Todos ellos son testimonios.

Los 80 también son jóvenes… y celestiales

No es fácil abrirse camino en el escenario de la cultura contemporáneo, ajeno casi siempre al hecho religioso, y hasta hostil a veces, como poeta creyente. Pero son muchos los que lo transitan. También María Domínguez del Castillo (Sevilla, 1997), autora de Presente y el mar (Esdrújula Ediciones, 2017), en el que su verso emerge del fondo religioso y es revelación: “He vuelto a ver el fuego azul y me ha dolido/ pero era un dolor limpio y puro y bello”, escribe en su poema “Domingo de Resurrección”. Y es también en Sevilla donde escribe Gonzalo Gragera (Sevilla, 1991), incluido por Antonio Praena en la antología La luz se hizo palabra (O_Lumen y Editorial Ravenswood, 2019). Es el autor de La suma que nos resta (Pre Textos, 2017) IX premio de Poesía Joven de RNE y la Fundación Montemadrid, y quien afirma que la Semana Santa “no es un fósil ni una antigualla, como muchos pretenden presentarla”.

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Ben Clark

Tampoco la poesía, esa que Elvira Sastre (Segovia, 1992) define como “un desahogo, un abrazo, llegar a casa, una herida”. Tampoco la religiosidad, la fe, la búsqueda de Dios, el testimonio de los jóvenes poetas que siguen siendo los nacidos en los 80, como dicen proclamando las antologías, los críticos y los jurados de los premios. Para los lectores, son claridad, inteligencia, profundidad, como Carmen Palomo Pinel (Madrid, 1980) y su libro Las costuras del hambre (Esdrújula, 2019), que Antonio Praena destaca entusiasmado. Aunque sus dos referentes jóvenes –y suficientemente consolidados– son Juan Meseguer (Madrid, 1981) –quien creció en el grupo Esmirna, creado por el carismático Pedro Antonio Urbina– y Jesús Montiel (Granada, 1984), presentes también en La luz se hizo palabra. Los dos son, entre los jóvenes, los más sinceramente confesionales.

La pietas, la intimidad, el sentimiento religioso –ya sea lealtad, devoción, piedad filial–, el sentido de la historicidad, también habita en uno de los jóvenes poetas que más leídos, y escuchados, en nuestros días: Ben Clark (Ibiza, 1984), sobre todo desde que su poemario Policía Celeste (Visor, 2017), obtuvo el Premio Loewe, el más renombrado entre los muchos que hay en España. Ahí, en el poema que le da título, señala ante la inmensidad del cielo que Dios es Amor: “Hay un patrón furtivo en la mecánica que promete presencias./ Las leyes más antiguas lo confirman:/ buscadlo porque existe./ Dios no habría permitido que fuera de otra forma”.

 

SEIS POEMAS

1.- Café frente al paseo marítimo, por Jorge Villalobos

Yo, que negarte tres veces las vi

siempre muy pocas, que te negué tantas

que he perdido la cuenta, mira cómo

vuelvo a ti, igual que un viejo buen amigo,

en son de paz, no quiero ser de esos

que vienen a rendirte explicaciones.

Como si les debieras algo acaso.

Estoy aquí, más bien, para contarte

la vida, como si no te supieras

ya la mía de sobra y algún chiste

que otro, y hablar del tiempo, de la muerte

como si tú supieras qué es el miedo.

Como si tú existieras. Que no fuera

esta conversación solo un monólogo

más y aburrido, donde no mirasen

raro por verme hablar, contigo, a solas.

Y ese silencio tuyo, que conozco

mejor que a ti, recorre esta terraza,

sin decir nada nuevo, como siempre.

 

2.- Después de Nietzche, por Leonardo Reyes

Después de Nietzche

ya no puedo creerse de la misma manera.

Ya la fe no es tan pura ni sencilla

                        como antes.

También los Santos tienen “motivos” ocultos.

Nietzche todavía espera una respuesta.

Pero esa respuesta ya existía antes de Nietzche

y sigue existiendo después de Nietzche:

todavía existen los ascetas,

esos hombres y mujeres

que creen no solo sabiendo

que Dios ha muerto

sino

que nunca

estuvo vivo.

 

3.- Áspera nada, por Juan Meseguer

[Variación sobre un tema de León Felipe]

¿Y si hubiese dos clases de hombres?

¿El hombre nihilista y el cristiano?

¿El hombre de la Nada y el hombre de la Cruz

redentora de Cristo?

¿Cambiaría el sentido de la historia?

Y dijo el nihilista:

Escucha, Dios, nos has dejado hambrientos.

Tu carne ya no sabe a nada.

Venga,

vamos a masticarnos los unos a los otros.

Vamos a devorarnos como Tú

nos devoras.

Yo no deseo amarte.

Tu gran amor de brazos encrespados

se extiende por mi vientre.

Es una inmensa tenia y yo, Señor,

¿levantaré mi fe sobre la nada?

Y replicó el cristiano:

Oh Dios, desguázame por dentro;

arrasa con tu luz

mi oscuridad, mi noche.

Punza con tus mil uñas mis sentidos

al asqueroso potro del dolor.

Porque, ¿sabes Señor?, a los cristianos

no nos gusta tu Cruz,

no nos gusta

el divino estandarte

con que Tú nos redimes.

Atravesamos el desierto

porque no hay más remedio, porque

tenemos sed de Ti,

sed de tu nube y hambre

de tu maná.

¡Nube! ¡Maná! ¡Fe!

Vivir es confiar en que tu mano existe

y acompaña

nuestro santo abandono.

Ah, el hombre nihilista,

el cristiano,

ciudadanos del cielo,

desterrados

que van de tumbo en tumbo,

rebotando

contra las cosas más redondas,

rebotando

contra las cosas más elementales:

Belleza, Luz, Amor.

 

4.- Caminos bifurcados, por Jesús Montiel

Cuando la luz piadosa despuntando

caminaba la piedra salomónica,

en la misma ciudad de la antigua Judea

dos hombres escogían contrarias soluciones.

 

                        De los ojos de Cefas

manaba una cascada arrepentida

con el llanto del gallo en su memoria

y Judas -derramando monedas

en los dedos del aire-

anudaba su vida entre las ramas

perseguido por la voz de su conciencia.

 

                        Veinte siglos más tarde

me enfrento cada instante a esa decisión:

en este mismo lunes, por ejemplo,

se trata de elegir qué voy a ser

cuando tus ojos dicen la tristeza:

                        si dedo inquisidor que me señala

o llanto que disculpa mi torpeza.

 

5.- La policía celeste, por Ben Clark 

Hay un patrón furtivo en la mecánica que promete presencias.

Las leyes más antiguas lo confirman:

buscadlo porque existe.

Dios no habría permitido que fuera de otra forma.

 

Pero hablamos de un tiempo más antiguo que Dios.

Hablamos de la ley de los objetos

que se atraen, que chocan,

que se juntan y dejan, casi siempre, a otro cuerpo de lado.

Cada abrazo refuerza el teorema

y hace más triste el día;

cada beso confirma que hay un beso por dar, por recibir,

que flota solo entre el frío sin fin de las constelaciones.

 

¿Qué eres? ¿Dónde estás? ¿Cómo entender

si te hemos encontrado sin saberlo?

 

Y sí,

toda persecución conlleva un daño,

cada intento condena a los intentos y cada nueva fórmula

erosiona y amarga la esperanza.

 

Pero debo buscarte. Tenemos que buscarte.

Porque las matemáticas sugieren,

porque la poesía certifica

y sobre todo porque la noche es densa y negra

y las alternativa están demasiado miedo.

 

6.- Todo empezó, por Carmen Palomo Pinel

Todo empezó cuando dijiste

esta piedra no linda con lo desconocido

no hay un aullido inmenso en estas ramas

los árboles no tienen ni grietas ni raíces

y te abrigaste con un dolor que es causa de sí mismo

y me guardaste

en el arcón de los cacharros rotos

con Dios* y los demás

artefactos inútiles;

pusiste precio al mundo

que desde entonces me hizo compañía

y así volviste

inanes las preguntas que en ti se detuvieron.

 

Como si el dolor no tuviera grandes ojos de ánime.

Como si el dolor fuera tan solo una casualidad.

 

*Y es que Dios es un pájaro muy frágil. Cualquier pedrada puede derribarlo.

 

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