Trinidad Ried: “Muchos sacerdotes se han ido secando en su capacidad de amar”

Trinidad Ried

Trinidad Ried es autora de ‘Una fe que encanta y (aunque duela) no espanta’, un libro con el que esta periodista chilena busca acercar la fe a nuestros jóvenes desde su lenguaje, con un estilo directo e interpelante.



PREGUNTA.- Es laica y contacta a diario con todo tipo de jóvenes. ¿La Iglesia del siglo XXI toca su corazón?

RESPUESTA.- Lamentablemente, no. Empezamos a tomar conciencia de lo lejos que hemos estado de ellos. La jerarquía, con excepciones, estuvo demasiados años encerrada en sí misma; luego, ha tenido que enfrentar su propia fragilidad y pecado, y creo que no hubo mayor apoyo ni interés en iniciativas para conocerlos verdaderamente –y no solo enseñarles la doctrina–, entender su forma de enfrentar la vida –y no solo querer imponerles la nuestra–, acompañar sus anhelos –y no solo proyectarles los nuestros–, ayudarles a enfrentar sus problemáticas –y no solo censurarlas o evadirlas–, inspirar sus intereses y promoverlos y, sobre todo, ser ejemplos atractivos para vivir su fe.

Nos falta recorrer un largo proceso creativo, amoroso y respetuoso que nos permita construir puentes de espiritualidad y vínculos horizontales para gestar una nueva Iglesia y una nueva humanidad para ellos y con ellos.

Un testimonio que empapa

P.- Más allá de la creencia en Dios, ¿nuestros pastores empapan con su testimonio y consiguen que la gente tenga fe en la vida, alegría de vivir?

R.- Los hay que nos inspiran diariamente con su ejemplo, alegría y entrega y son la savia viva de la Iglesia. Ellos son admirables y resilientes, y creo que, junto a los laicos, son los que hoy sostienen a la Iglesia y su espíritu. Son los nuevos líderes que abren caminos y acompañan la vida de todos con total entrega y gratuidad.

Sin embargo, hay un número importante de sacerdotes –de todas las edades y tendencias– que se ha ido secando en su capacidad de amar; se han ido alejando del mundo, atrincherados en el pasado, disparando ráfagas de moralidad que muy pocos siguen. De algún modo, han dejado de vincularse con la vida y su complejidad, con los que piensan distinto, con la mujer, con las minorías, y se han vuelto escépticos de que el Espíritu Santo también se manifiesta en estos tiempos y en la diversidad.

Al dejar de vincularse con libertad y con apertura, han dejado de escuchar la voz de los tiempos, se han hecho más sordos a la voz de Dios y a las voces del alma, radicalizando sus posturas y teniendo una gran frustración, temor y angustia por lo que vivimos.

P.- ¿Cómo hacerles ver que “dogma” y “doctrina” no son muros, sino principios en los que consolidar un caminar vital?

R.- La única vía es la del amor, manifestado en el genuino interés por encontrarse con el otro. Ser conscientes de que es la relación la que nos construye a todos y, en la medida en que derribemos muros y divisiones, más nos enriquecemos todos. Se trata de crear un verdadero movimiento amorista, capaz de acercarse, de abrazar, de conocer, de aceptar, de dialogar, de inspirar, de consolar, de anunciar y de denunciar lo que esté mal. Se trata, por lo tanto, de una mirada más femenina que, con paciencia, incondicionalidad y gratuidad, cuide la vida con la colaboración de todos y dé testimonio de un amor que no juzga, sino que orienta para un mayor bien.

La Iglesia ha actuado por siglos como un padre bien intencionado y servicial, pero en una relación vertical donde solo cabían la obediencia y la docilidad. Hoy es necesario actualizarla con una mirada más vinculante, más horizontal, que escuche y medie un encuentro fecundo y una relación generadora de vida. Una Iglesia también madre, que atraiga por su ternura, fidelidad y una autoridad ganada por el amor que manifiesta a sus hijos.

Liderazgos compartidos

P.- ¿A los jóvenes les movilizan más los testimonios auténticos que las creencias de quienes los encarnan?

R.- Los vínculos sanos y nutritivos tienen el don de generar más vida, por lo que, si bien en un principio los jóvenes se pueden sentir movilizados más por los testimonios de algunas personas, si esta relación se cultiva, inevitablemente comenzarán a adherirse también a sus creencias y cosmovisión. La clave está en transformar las relaciones con los jóvenes en vínculos auténticos, con un amor pedagógico que los traspase en todas sus dimensiones (la sensorial, emocional, mental y espiritual).

En el mundo hay muchas personas con testimonios muy valiosos y atractivos, pero que están dispersos y, por ello, no se aprovecha todo su potencial evangelizador y transformador. Una buena iniciativa sería hacer el catastro de estas personas, ampliando las fronteras del mundo católico típico, reunirlas, trabajar colaborativamente en ideas nuevas que puedan surgir y ver cómo, desde esa riqueza humana, sopla el Espíritu y permite dar forma a iniciativas y estructuras que renueven nuestra Iglesia.

Al final todo pasa por los vínculos y, si hay personas que los han sabido construir, ya sea con la naturaleza, con los más pobres, con los niños, con los ancianos, con los enfermos, con las familias, con los matrimonios o con las minorías sexuales, y están cambiando el mundo a través de la vivencia profunda del Evangelio, hay que sumarlos, apoyarlos e invertir tiempo y recursos para los proyectos que generen para la paz, la justicia y el amor. Formar liderazgos compartidos es la clave de una nueva organización de la Iglesia, incorporando personas de todas las condiciones y edades.

P.- En Chile, la Iglesia padece una crisis de credibilidad por el impacto de los muchos casos de abusos a menores dados en su seno. ¿Cómo puede encarnar una fe cristiana “que encanta y no espanta”?

R.- La reparación de la Iglesia chilena es un trabajo lento que incluye muchas etapas que corren en paralelo y que ya se están realizando, aunque aún no se puedan notar en su totalidad. En primer lugar, reconocer los hechos, pedir perdón y hacer justicia con toda la verdad y rigor que la ley establece. También, apoyar a las víctimas en sus procesos de reconstrucción y establecer todas las medidas para que nunca más vuelva a ocurrir y que jamás quede en la impunidad.

Sin embargo, el trabajo más precioso y lento pasa por reparar el tejido que se rasgó por la traición a la confianza y por construir un nuevo modo de relación que todos debemos acordar colaborativamente, con mucho respeto y creatividad. Los primeros pasos vendrán por escuchar mucho, por desaprender y desenseñar prácticas machistas y abusivas de nuestra Iglesia. Un segundo paso tendrá relación con aprender un modo sano y nutritivo de vincularse, que implique integrar y trabajar la afectividad y la sexualidad de todos los actores de la sociedad.

Una responsabilidad fundamental también la tendrá la educación para que los niños y mujeres, de forma especial, reconozcan con claridad que nunca se pueden dejar llevar en su dignidad, que no se puede normalizar el abuso y que sepan pedir ayuda a tiempo. En paralelo a todo lo anterior, y lo más importante, la Iglesia chilena tiene que tener nuevos Cristos; hombres y mujeres líderes, amoristas, valientes, heroicos, alegres, inteligentes, atractivos, que inspiren a la población, la consuelen, la cuiden y la protejan como un buen pastor. El silencio de hoy duele y se necesitan voces iluminadoras, creíbles y sanas que nos ayuden a transitar sin creerse dueños de la verdad, pero sí dando una postura a la que se pueda adherir por su autoridad.

Negación de los abusos

P.- Aún hay pastores que se parapetan en la idea de que la Iglesia no es la única entidad donde se dan abusos…

R.- Vamos de menos a más. Al principio, a los mismos sacerdotes les costó creer la realidad de los abusos y buscaron múltiples defensas para no sufrir la decepción y el dolor de la propia familia. Con el tiempo, cada vez son más los que han ido tomando conciencia de la vulnerabilidad y el pecado que nos habita a todos y están empezando a buscar caminos de reconstrucción.

Muchos sacerdotes chilenos buenos han sufrido muchísimo; se han sentido muy solos, discriminados, perdidos y en una barca en medio de una tormenta interminable. Superado el shock inicial, ya hay varios que están queriendo reparar la barca en altamar y se mantienen firmes aferrados al mástil para no naufragar.

P.- El ejemplo de Francisco llega a muchos alejados. ¿Hay suficientes Franciscos en la Iglesia chilena como para reformarla?

R.- Francisco es una persona excepcional, por lo que difícilmente podemos encontrar muchos como él en el mundo. Pero muchos sí podemos seguir su ejemplo, su libertad para discernir, su heroicidad para actuar, su humildad para pedir perdón, su humanidad para vincularse, su amorosidad para con todos y la creación, su firmeza y su valentía para denunciar el mal y luchar contra el enemigo interno y externo siendo un verdadero serpiloma: mitad astuto como serpiente y mitad manso como paloma. Hoy, para reconstruir la Iglesia en Chile y en el mundo, se necesitan muchísimos serpilomas juntos, con entusiasmo, con esperanza, con inteligencia, pero, sobre todo, con mucho amor.

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