Así me convertí: G. K. Chesterton

  • Tras una juventud agnóstica y praticar el espiritismo, acabó defendiendo el anglicanismo en lo teórico
  • Su conversión llegó al conocer al padre O’Connor, viviendo una fe plena y bautizándose católico

Si hay un autor británico que aúne genialidad, ironía, espíritu libre y, al mismo tiempo, apego por las tradiciones de nuestros mayores, ese es Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Igualmente, si este cultivó la novela, el ensayo o el periodismo, un gran personaje marca su entera creación: el legendario Padre Brown, una especie de Sherlock Homes consagrado a Jesús de Nazaret.

En su etapa universitaria, en el University College de Londres, a Chesterton se le acendró un marcado agnosticismo, con ribetes de anticlericalismo, inmerso en un ambiente en el que lo popular era despreciar la ortodoxia religiosa, y mucho más la católica (sus padres, poco practicantes, le bautizaron anglicano por mero convencionalismo). Hasta el punto de que llegó a juguetear con el espiritismo y el ocultismo, invocando al Demonio…

Anarquía moral

Años más tarde, el mismo Chesterton llegó a describir así esta etapa juvenil: “Fue una época en la que alcancé la condición interior de anarquía moral, sumiéndome cada vez más en un suicidio espiritual. Supongo que mi caso era bastante corriente. Sin embargo, el hecho es que ahondé lo suficiente para encontrarme con el demonio, incluso para reconocerle de manera oscura”.

Gradualmente, a través de su propia razón y de los testimonios que encarnaron la fe en su vida (como su mujer, Frances Blogg, anglicana practicante), cada vez más, Chesterton empezó a defender públicamente el cristianismo en sus colaboraciones en la prensa. A principios del siglo XX, cuando ya se definía como anglicano en vez de como agnóstico, publicó el conocido artículo ‘¿Por qué creo en el cristianismo?’. Pero aún le quedaba por experimentar la auténtica y profunda conversión.

La Iglesia, conocedora del mal

Todo cambió un tiempo después, cuando conoció a un sacerdote, John O’Connor, con quien empezó a tener largas conversaciones sobre sus experiencias de juventud… De ahí nació, en primer lugar, una sorpresa mayúscula: “El padre O’Connor había sondeado aquellos abismos mucho más que yo. Me quedé sorprendido de mi propia sorpresa. Que la Iglesia católica estuviera más enterada del bien que yo, era fácil de creer. Que estuviera más enterada del mal, me parecía increíble. El padre O’Connor conocía los horrores del mundo y no se escandalizaba, pues su pertenencia a la Iglesia católica le hacía depositario de un gran tesoro: la misericordia”.

El padre O’Connor, por cierto, se había convertido al catolicismo desde el anglicanismo… Y así, siguiendo su estela, fue como, en 1922, el propio Chesterton dio el paso y se bautizó católico. Desde ahí hasta el final de su vida, siempre defendió la ortodoxia católica (escribió el artículo ‘¿Por qué soy católico?’), entendiendo que la Iglesia de Roma no debía adaptar su mensaje al signo de los tiempos. “Nosotros –escribió– realmente no queremos una religión que tenga razón cuando nosotros tenemos razón. Lo que nosotros queremos es una religión que tenga razón cuando nosotros estamos equivocados”.

Si la conversión del cardenal Newman del anglicanismo al catolicismo removió los cimientos de la sociedad británica en el siglo XIX, no menos sísmica fue la de un genio libre como G. K. Chesterton en el siglo XX.

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