Nuestra fragilidad es parte de la Buena Noticia


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Entre las incontables riquezas que el papa Francisco aporta día a día a la vida de la Iglesia se encuentra una que no siempre es comprendida y valorada en toda su dimensión: este Papa, quizás como ninguno de sus antecesores más próximos, está exponiendo con absoluta claridad a la vista de todos, las enormes fragilidades y torpezas de los hijos de la Iglesia.

Al hacer esto Francisco continúa una tradición que se remonta a los primeros momentos de la vida de los cristianos: ya en los evangelios podemos encontrar varios relatos que ponen de manifiesto la notable incapacidad de los discípulos para comprender al Maestro y sorprende la insistencia de los autores de esos textos en señalar las falencias de los Apóstoles. Por momentos parecen ensañarse especialmente con Pedro de quien no se privan de exponer sus errores ante las primeras comunidades.

Es probable que si los evangelistas hubieran contado con el asesoramiento de modernos asesores de imagen no hubieran dejado por escrito varias cosas. Por ejemplo el relato de Jesús en el huerto de Getsemaní. Es posible también que esos asesores de imagen hubieran recomendado borrar la expresión “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” o ese encuentro a solas con la samaritana, que a los discípulos los deja tan perplejos que no se atrevían a preguntarle nada.

Pero la mayor prueba de que los autores sagrados no contaron con ese asesoramiento la encontramos en la manera en la que se habla de los mismos Apóstoles. No se disimula ninguno de sus errores, incluso en ocasiones se los subraya. No se oculta que no entendían a su Maestro ni tampoco las rencillas internas por ocupar los primeros lugares. Una y otra vez el que queda más expuesto en este señalamiento de limitaciones es justamente Pedro. Un error inaceptable, si de lo que se trataba era de fundar una institución con “buena imagen” que se edificaba sobre esa piedra.

Cuando ampliamos la mirada al libro de los Hechos de los Apóstoles y a las cartas de Pablo o de los otros autores sagrados, el tema se hace más complejo aún. No se oculta que Pablo participa de la lapidación de Esteban, ni se disimulan las diferencias entre Pablo y Pedro. Las primeras comunidades exhiben sus problemas internos sin el menor pudor y algunas cartas ponen en evidencia graves conflictos. Los ejemplos son muchos y no es necesario recordarlos a cada uno, lo que importa es decir que está claro que las primeras comunidades no estaban preocupadas por la imagen de sí mismas.

La fuerza del anuncio

¿Se trata de un descuido propio de una comunidad que no logra organizarse bien ni transmitir correctamente su propuesta? Al contrario, detrás de ese aparente descuido hay un mensaje muy claro: la eficacia de la evangelización no depende del testimonio inobjetable de los miembros de la comunidad, no son una comunidad de perfectos sino de pecadores perdonados y la eficacia es obra del Espíritu Santo, no de ellos ni de sus virtudes personales. ¡Esas debilidades que se ponen de manifiesto forman parte del anuncio.

Esa es la clave: las debilidades de los Apóstoles, la fragilidad de los hijos de la Iglesia, son parte del anuncio. Dios ha elegido lo que es débil para confundir a los fuertes. Quizás la insistencia en la importancia de acompañar nuestras predicaciones con ejemplos de vida inobjetables nos ha hecho olvidar esta profunda verdad: la eficacia de la evangelización no se apoya en nuestro testimonio sino en la fuerza del Evangelio. No hay nada que temer cuando Francisco expone su fragilidad y la de la Iglesia, al contrario, es allí donde radica la verdadera fuerza.