José Óscar Córdoba Lizcano. Rector de Uniclaretiana

“Una educación que incide en cerrar brechas sociales contribuye a la paz”

Uniclaretiana recoge la historia de más de cien años de presencia de los misioneros claretianos en Chocó. Nació del sueño de una educación capaz de contribuir a la transformación social y a cerrar las brechas que han determinado el desarrollo del conflicto armado en esta región y en otras partes del país. Su rector, José Óscar Córdoba Lizcano, afirma que en un contexto de paz hay que ofrecerle a la gente posibilidades de formarse para crecer. Su vocación misma es el resultado de una experiencia eclesial que contribuyó a la organización de las comunidades y a la resistencia pacífica de la gente, en medio de la guerra.

¿Cuál es el origen de su vocación?

Soy de Buchadó. Mi experiencia vocacional nació de lo que han sido las opciones pastorales de los claretianos y su testimonio en esta región. Preocupación por la gente: ir a las comunidades, a las veredas, a los pueblos. Yo hice parte de esa dinámica: grupos juveniles, equipos misioneros. No era un sacerdocio cómodo, de esperar que la gente fuera a la parroquia. Los claretianos se comprometieron con las causas de las comunidades.

Vi cómo nació la Organización Campesina del Bajo Atrato y participé en ese proceso. Se organizó a las comunidades, en aras a la defensa de su territorio, frente a las múltiples amenazas que tenían por las empresas madereras que explotaban sin piedad y por todo el contexto de guerra, que ya comenzaba a incursionar en esa región. La organización favorecía que el pueblo se mantuviera unido, en la defensa de sus propios intereses.

Luego, en el Medio Atrato, también nació en ese tiempo la Asociación Campesina Integral del Atrato (hoy COCOMACIA), impulsada también por los misioneros. No era una pastoral simplemente sacramentalista, sino de acompañar al pueblo en otras luchas, proyectos de vida y alternativas. A mí eso me gustó mucho. Me ordené en julio 8 de 1997.

¿Cómo ha determinado el conflicto su ministerio?

En el Medio Atrato trabajé entre 1997 y 2007. Fueron los años más fuertes del conflicto armado aquí. El trabajo fue en varias direcciones. Apoyar los procesos organizativos de la región, con los procesos afro de COCOMACIA y, en el caso indígena, con la ASOREWA. Las organizaciones ya tenían una base muy importante en cuanto a la defensa de su territorio. Tenían unos proyectos y unos planes, que incomodaban a quienes hacían la guerra, porque era ponerle un freno a esa avalancha que quería arrasar con todo. Este Atrato estuvo cerrado mucho tiempo. La gente no podía moverse ni ir a sus fincas. Eran prácticamente prisioneros en sus propias comunidades. Nuestro trabajo fue acompañar a esas comunidades en la defensa de la vida, de su territorio, en recuperar la confianza y no sentirse maniatados. Estar los misioneros en las comunidades era como un signo de tranquilidad.

Por supuesto, en muchas ocasiones también nos tocaba defender a la gente; hablar con actores del conflicto armado, para que dejaran a las comunidades solas; y hacer denuncias, cuando alguno de ellos atropellaba a las comunidades.

En este contexto de guerra una de las poblaciones más amenazadas eran los jóvenes y los niños. Trabajamos recreación y deporte, experiencias culturales y artística. Casi en todos los pueblos teníamos grupos de chirimía y danzas; estoy hablando, prácticamente, desde Buchadó (en el Medio Atrato antioqueño) hasta Quibdó, incluidos sus afluentes. Teníamos experiencias productivas, con los jóvenes: misceláneas, salones de belleza, tiendas, para que con eso ayudarán a financiar la escuela de líderes. Dábamos formación política y organizativa, preparándolos para que no se dejaran involucrar en grupos armados.

¿Cómo analiza el tiempo actual que está viviendo está región?

Es un contexto nuevo, porque quienes vivimos en el contexto de la guerra, bajo la zozobra, la amenaza, el temor, el silencio, sabemos que este nuevo proceso de paz que está avanzando entre el Gobierno y las FARC, y que ojalá también se haga con el ELN, le devolvió a estos pueblos la esperanza, la tranquilidad y su voz. Siento que se está viviendo un tiempo nuevo. Dios quiera que estos procesos de paz culminen por buen camino, porque es una condición muy importante para que podamos volver a hablar de un desarrollo real aquí en la región; y en el caso de las organizaciones, tanto indígenas como afro, para que puedan volver a retomar sus planes de vida y sus planes de etno-desarrollo. Es tiempo de que culmine la guerra y de que la gente pueda volver a soñar y a pensar que sí es posible un Medio Atrato y una región más tranquila y próspera.

¿Cuál es el desafío de Uniclaretiana?

Creemos que ayudar en que la educación incida en cerrar las brechas sociales también es contribuir a la paz. En Colombia, el conflicto armado también nació como fruto de ciertas desigualdades sociales; esas desigualdades sociales, que cada vez se profundizan, también fueron un gran combustible para la guerra. El mismo caso de los cultivos de uso ilícito, que se asociaron a la guerra y encontraron un espacio entre campesinos con necesidades básicas insatisfechas. A la ausencia del Estado se sumó una ausencia de oportunidades para que la gente se desarrollara y se vinculase a la dinámica social.

Creemos que ahora, en un contexto de paz, hay que ofrecerle a la gente posibilidades de formarse para crecer, aportar a esa transformación social, ya no desde la guerra, sino desde otros contextos. La educación es una gran apuesta. Lo asumimos como un compromiso de Iglesia, desde el Evangelio, que nos inspira a hacer nuestro aporte por la paz y por la justicia; por la defensa de la vida. Esa es la visión de Uniclaretiana. Somos de oportunidades, somos una universidad de fronteras, para la gente que no ha tenido oportunidad de hacer una educación superior de manera regular.

¿Cómo asumen el reto de la interculturalidad?

Hablamos de paz e interculturalidad como dos realidades que se juntan. No es tan fácil hablar de paz cuando no somos capaces de encontrarnos y sumar, a pesar de las diferencias. Hay que dar un salto desde la etno-educación a la interculturalidad, entendida como esa posibilidad donde todos sumamos las diversidades y fortalezas que tenemos, para hacer una construcción, incluso, nacional.

También hay brechas ideológicas que nos dividen y no nos dejan avanzar como un gran colectivo; obstaculizan el progreso y el crecimiento; barreras étnicas, culturales y raciales. Con la interculturalidad queremos concebir todas esas diversidades como un aporte al país, a esa identidad única nacional, como colombianos y colombianas. No se trata de que estén los indígenas por su lado, los afro por su lado, los mestizos por su lado. Todos, en sus diversidades y su riqueza, le aportan a la identidad nacional.

Miguel Estupiñán

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