Montini

Eran solo unas notas en un papel. Hoy, una reliquia en manos del cardenal de La Habana. En las anotaciones de Bergoglio que le encumbraron en las Congregaciones Generales previas a su elección como Papa solo escondía una cita y un nombre propio. Pablo VI. “La dulce y confortadora alegría de evangelizar”.

Por eso se le mira con algo menos de denuedo. Quienes no le han querido olvidar, como si se tratara de una transición. Cuando Montini se enteró de la convocatoria del Vaticano de manos de Juan XXIII no dudó en telefonear a su padre. “¡Menudo avispero!”. Ese temor se transformó en respaldo a las pocas horas cuando se dirigió a sus fieles de Milán y evolucionó a compromiso personal como Sucesor de Pedro. Quienes le conocen bien dicen que jamás hubiera convocado un concilio, pero sin embargo tomó las riendas de él como difícilmente lo hubiera hecho otro. Y no solo lo llevó a buen término, sino que se encargó de traducirlo durante la década posterior para que no quedara en papel mojado.

Montini se mojó. Y no le salió gratis. Cruces. Oposiciones. Vetos. Resistencias. La Iglesia tenía humedades. Y él decidió no taparlas con algo de gotelé. Sino raspar para darle modernidad. Para dialogar de tú a tú con el mundo. Sin sospechas ni tremendismos. Sin sentirse atacada por la cultura secular. Actualizar. Ponerse al día. Quizá por eso Bergoglio busca el reflejo en el retrato de Brescia. Porque con una mano de pintura no basta tampoco hoy. Porque toca limpieza a fondo y no solo un lavado de cara. Eso sí, sin perder la sonrisa. Esa “confortadora alegría de evangelizar”.

José Beltrán

Director de Vida Nueva España

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