Hazme un instrumento de tu paz

¿Quién no conoce esta hermosa oración atribuida a san Francisco de Asís? Rezarla con devoción, en voz alta y en forma pausada, puede llevarnos dos minutos y medio; ponerla en práctica es tarea de toda la vida.

La paz es una realidad misteriosa, en el sentido de que todo el mundo la quiere, la busca y la desea, pero nadie sabe a ciencia cierta cómo, cuándo y dónde encontrarla. El testimonio de la historia es también contundente: mientras se habla de paz, los estados hacen la guerra, se arman para defenderla, exterminan a los enemigos, levantan muros y discriminan los seres humanos.

Desde que el hombre habita la tierra ha deseado la paz sin lograrla plenamente. Siempre ha encontrado los negros nubarrones de la guerra, la violencia, la esclavitud, la división y la maldad. Cualquiera podría pensar que después de tantos siglos de experiencia y progreso material, el mundo de hoy tendría que ser un mundo mejor, pero no es así. Tiene sí los elementos necesarios para serlo, pero no ha logrado cambiar el corazón del hombre, que es, en último término, el factor determinante de la paz.

En teoría, en el papel, lo más lógico y lo más racional es vivir en paz. Pero son tantos los obstáculos y los enemigos que la paz parece algo inalcanzable. Hasta llegamos a tener la sensación de que mientras más la buscamos más ella se aleja y se hace inalcanzable.

Lo contrario de la paz es la guerra. Incluso hay quienes hablan de la guerra como única forma para asegurar la paz, y hay quienes, también, hablan y convocan a una supuesta guerra santa.

Y es que la palabra “guerra” tiene, además, el significado de lucha y combate en el ámbito espiritual y moral. Y es aquí donde debemos detenernos para comprender la oración de san Francisco de Asís.

San Pablo, en la Carta a los romanos (7, 14-24) habla de esa lucha interior que lo lleva a hacer el mal que no quiere y a dejar de hacer el bien que quiere. En este sentido habló Jesús a sus discípulos cuando dijo: “yo no he venido a traer la paz sino la espada”.

En lenguaje figurado Jesús se refiere a la Palabra de Dios que es poderosa para cambiar cualquier vida, como leemos en la Carta a los hebreos: “la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos; y penetra hasta el alma y el espíritu (…) y discierne los pensamientos e intenciones del corazón” (4,12).

Es, por tanto, en el alma y en el corazón donde tenemos que librar la batalla por la paz. Al fin y al cabo, el alma de la paz es la paz del alma.

La oración de san Francisco enumera algunos de esos enemigos interiores contra los cuales tenemos que luchar: odio, injuria, duda, desesperación oscuridad, tristeza. Y podríamos completar la lista con sentimientos y actitudes como la soberbia, el deseo de venganza, la ira.

El resultado de esta lucha espiritual e interior será el amor, el perdón, la fe, la esperanza, la luz, la alegría, la humildad, la reconciliación, la justicia, todos elementos constitutivos de la verdadera paz.

El hombre que logre realizar en sí este cambio será el “hombre nuevo” capaz de irradiar la paz a su alrededor y ser, por tanto, instrumento de la paz, don de Dios.

Sabemos por el Evangelio que Jesús pasó por el mundo haciendo el bien y predicando el evangelio del Reino. Un reino de verdad, de justicia y de paz. Y sabemos también que dejó a sus discípulos el mandato de amarse unos a otros. Dijo además: “mi paz les dejo, mi paz les doy; pero no se las doy como la da el mundo”.

En la oración pedimos finalmente al Señor, príncipe de la paz, que nos conceda no tanto ser consolados sino consolar, no tanto ser comprendidos sino comprender, y no tanto ser amados sino amar.

Los discípulos de Jesús tenemos la misión de despojarnos del hombre viejo. Y declararle la guerra a todos los demonios que anidan en nuestro interior para ser “los hombres nuevos” forjadores de nueva humanidad.

Monseñor Fabián Marulanda. Obispo Emérito de Florencia

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